EXTRACTO DE LA EXHORTACIÓN APOSTÓLICA
GAUDETE
ET EXSULTATE
DEL
SANTO PADRE
FRANCISCO
SOBRE
EL LLAMADO A LA SANTIDAD
EN EL
MUNDO ACTUAL
Introducción
Jesús nos quiere santos y no
espera que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada, porque
a cada uno de nosotros el Señor nos eligió «para que fuésemos santos e
irreprochables ante él por el amor» (Ef 1,4).
CAPÍTULO
PRIMERO
EL
LLAMADO A LA SANTIDAD
Tenemos
una nube tan ingente de testigos que nos alientan a seguir caminando hacia la
meta. Y entre ellos puede estar nuestra propia madre, una abuela u otras
personas cercanas (cf. 2 Tm 1,5). Quizá su vida no fue siempre
perfecta, pero aun en medio de imperfecciones y caídas siguieron adelante y
agradaron al Señor. Y el Espíritu Santo derrama santidad por todas partes, en
el santo pueblo fiel de Dios, porque fue voluntad de Dios el santificar y
salvar a los hombres.
Todos
los fieles, cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con
tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno
por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el
mismo Padre. Cada uno por su camino, no se trata de desalentarse cuando
uno contempla modelos de santidad que le parecen inalcanzables. Esto debería
entusiasmar y alentar a cada uno para darlo todo, para crecer hacia ese
proyecto único e irrepetible que Dios ha querido para él desde toda la eternidad.
¿Estás
casado? Sé santo amando y ocupándote de tu marido o de tu esposa, como Cristo
lo hizo con la Iglesia.
¿Eres un trabajador? Sé santo cumpliendo con honradez y competencia tu trabajo
al servicio de los hermanos. ¿Eres padre, abuela o abuelo? Sé santo enseñando
con paciencia a los niños a seguir a Jesús. Y cuando sientas la tentación de
enredarte en tu debilidad, levanta los ojos al Crucificado y dile: «Señor, yo
soy un pobrecillo, pero tú puedes realizar el milagro de hacerme un poco
mejor». Cuando el Cardenal Francisco Javier Nguyên van Thuânestaba en la
cárcel, renunció a desgastarse esperando su liberación. Su opción fue «vivir el
momento presente colmándolo de amor»; y el modo como se concretaba esto era:
«Aprovecho las ocasiones que se presentan cada día para realizar acciones
ordinarias de manera extraordinaria». Es posible amar con el amor incondicional
del Señor, porque el Resucitado comparte su vida poderosa con nuestras frágiles
vidas: su amor no tiene límites.
Tú
también necesitas concebir tu vida como una misión. Inténtalo escuchando a Dios
en la oración y reconociendo los signos que él te da. Pregúntale siempre al
Espíritu qué espera Jesús de ti en cada momento de tu existencia y en cada
opción que debas tomar, para discernir el lugar que eso ocupa en tu propia
misión. Y permítele que forje en ti ese misterio personal que refleje a
Jesucristo en el mundo de hoy.
No
tengas miedo de la santidad. No te quitará fuerzas, vida o alegría. Todo lo
contrario, porque llegarás a ser lo que el Padre pensó cuando te creó y serás
fiel a tu propio ser. Depender de él nos libera de las esclavitudes y nos lleva
a reconocer nuestra propia dignidad.
CAPÍTULO
SEGUNDO
DOS
SUTILES ENEMIGOS DE LA
SANTIDAD
Dos
falsificaciones de la santidad que podrían desviarnos del camino: el
gnosticismo y el pelagianismo.
A.-El gnosticismo
El
gnosticismo supone una fe encerrada en el subjetivismo, donde solo interesa una
serie de razonamientos y conocimientos que supuestamente reconfortan e
iluminan. Pero lo que mide la perfección de las personas es su grado de
caridad, no la cantidad de datos y conocimientos que acumulen. El gnosticismo
es una de las peores ideologías, ya que considera que su propia visión de la
realidad es la perfección. Cuando alguien tiene respuestas a todas las
preguntas, demuestra que no está en un sano; Dios nos supera infinitamente,
siempre es una sorpresa y no somos nosotros los que decidimos en qué
circunstancia histórica encontrarlo. Tampoco se puede pretender definir dónde
no está Dios, porque él está misteriosamente en la vida de toda persona; aun
cuando la existencia de alguien haya sido un desastre, aun cuando lo veamos
destruido por los vicios o las adicciones, Dios está en su vida.
B.-El pelagianismo
El
poder que los gnósticos atribuye a la inteligencia, el pelagianismo lo atribuye
a la voluntad humana, al esfuerzo personal. Sólo confían en sus propias fuerzas
y se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser
inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico. Ignoran que no todos
pueden todo y que Dios te invita a hacer lo que puedas y a pedir lo que no
puedas. No
somos justificados por nuestras obras o por nuestros esfuerzos, sino por la
gracia del Señor que toma la iniciativa.
El
pelagianismo se manifiesta en muchas actitudes aparentemente distintas: la
obsesión por la ley, la fascinación por mostrar conquistas sociales y
políticas, la ostentación en el cuidado de la liturgia, de la doctrina y del
prestigio de la Iglesia,...
En esto gastan algunos cristianos sus energías y su tiempo, en lugar de dejarse
llevar por el Espíritu en el camino del amor, de apasionarse por comunicar la
hermosura y la alegría del Evangelio y de buscar a los perdidos en esas
inmensas multitudes sedientas de Cristo.
Existe
una jerarquía de virtudes, que nos invita a buscar lo esencial, y el primado lo
tienen las virtudes teologales -fe, esperanza. caridad-, que tienen a Dios como
objeto y motivo. Y en el centro está la caridad. Estamos llamados a cuidar atentamente
la caridad: «El que ama ha cumplido el resto de la ley […] por eso la plenitud
de la ley es el amor» (Rm 13,8.10).
CAPÍTULO
TERCERO
A LA LUZ DEL MAESTRO
A contracorriente
Recordamos
ahora las distintas bienaventuranzas en la versión del evangelio de Mateo (cf.Mt
5,3-12)
«Felices los pobres
de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos»
Jesús llama felices a los que
tienen el corazón pobre, donde puede entrar el Señor, y nos invita a una
existencia austera y despojada. De ese modo, nos convoca a compartir la vida de
los más necesitados, a configurarnos con Jesús, que «siendo rico se hizo pobre»
(2 Co 8,9). Ser pobre en el corazón, esto es santidad.
«Felices los mansos,
porque heredarán la tierra»
Él dijo: «Aprended de mí, que
soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas» (Mt
11,29). La caridad perfecta consiste en soportar los defectos de los demás, en
no escandalizarse de sus debilidades. Hasta los adversarios deben ser tratados
con mansedumbre. Reaccionar con humilde mansedumbre, esto es santidad.
«Felices los que
lloran, porque ellos serán consolados»
La persona que se deja
traspasar por el dolor y llora en su corazón, es capaz de tocar las
profundidades de la vida y de ser auténticamente feliz. Así puede atreverse a
compartir el sufrimiento ajeno. De ese modo encuentra que la vida tiene sentido
socorriendo al otro en su dolor, comprendiendo la angustia ajena, aliviando a
los demás. Saber llorar con los demás, esto es santidad.
«Felices los que
tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados»
«Hambre y sed» son experiencias
muy intensas, porque responden a necesidades primarias y tienen que ver con el
instinto de sobrevivir. Si le damos a la palabra «justicia» un sentido muy
general olvidamos que se manifiesta especialmente en la justicia con los
desamparados: «Buscad la justicia, socorred al oprimido, proteged el derecho
del huérfano, defended a la viuda» (Is 1,17). Buscar la justicia con
hambre y sed, esto es santidad.
«Felices los
misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia»
La misericordia tiene dos
aspectos: es dar, ayudar, servir a los otros, y también perdonar, comprender.
La medida que usemos para comprender y perdonar se aplicará a nosotros para
perdonarnos. Mirar y actuar con misericordia, esto es santidad.
«Felices los de
corazón limpio, porque ellos verán a Dios»
Nada manchado por la falsedad
tiene un valor real para el Señor. Es cierto que no hay amor sin obras de amor,
pero el Señor espera una entrega al hermano que brote del corazón. Mantener el
corazón limpio de todo lo que mancha el amor, esto es santidad.
«Felices los que
trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios»
Él pedía a los discípulos que
cuando llegaran a un hogar dijeran: «Paz a esta casa». Se trata de ser
artesanos de la paz, que es un arte que requiere serenidad, creatividad,
sensibilidad y destreza. Sembrar paz a nuestro alrededor, esto es santidad.
«Felices los
perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos»
No se puede esperar, para vivir
el Evangelio, que todo a nuestro alrededor sea favorable, porque muchas veces
las ambiciones del poder y los intereses mundanos juegan en contra nuestra. La
cruz -sobre todo los cansancios y los dolores que soportamos por vivir el
mandamiento del amor y el camino de la justicia- es fuente de maduración y de
santificación. Las persecuciones no son una realidad del pasado, hoy también
las sufrimos, sea de manera cruenta, como tantos mártires contemporáneos, o de
un modo más sutil, a través de calumnias y falsedades. Otras veces se trata de
burlas que intentan desfigurar nuestra fe y hacernos pasar como seres
ridículos. Aceptar cada día el camino del Evangelio aunque nos traiga
problemas, esto es santidad.
El gran protocolo
Tenemos
un protocolo sobre el cual seremos juzgados: «Porque tuve hambre y me disteis
de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis,
estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y
vinisteis a verme». Si verdaderamente hemos partido de la contemplación de
Cristo, tenemos que saberlo descubrir sobre todo en el rostro de aquellos con
los que él mismo ha querido identificarse.
Las ideologías que
mutilan el corazón del Evangelio
-la de los que separan estas
exigencias del Evangelio de su relación personal con el Señor.
-el error de quienes viven
sospechando del compromiso social de los demás, considerándolo algo
superficial, mundano, comunista, populista. La defensa del inocente que
no ha nacido, por ejemplo, debe ser clara, firme y apasionada, porque allí está
en juego la dignidad de la vida humana, siempre sagrada, y lo exige el amor a
cada persona más allá de su desarrollo. Pero igualmente sagrada es la vida de
los pobres que ya han nacido, que se debaten en la miseria, el abandono, la
postergación, la trata de personas, la eutanasia encubierta en los enfermos y
ancianos privados de atención, las nuevas formas de esclavitud, y en toda forma
de descarte.
Olvidamos que el criterio para
evaluar nuestra vida es ante todo lo que hicimos con los demás. Nuestro culto
agrada a Dios en qué medida nuestra vida se va transformando a la luz de la
misericordia. Él depende de nosotros para amar al mundo y demostrarle lo mucho
que lo ama. Si nos ocupamos demasiado de nosotros mismos, no nos quedará tiempo
para los demás».
CAPÍTULO
CUARTO
ALGUNAS
NOTAS DE LA SANTIDAD EN
EL MUNDO ACTUAL
Son
cinco las manifestaciones del amor a Dios y al prójimo que considero de
particular importancia hoy.
1.-Aguante, paciencia y
mansedumbre
Es
estar firme en Dios que ama y que sostiene. Desde esa firmeza interior es
posible aguantar, soportar las contrariedades, los vaivenes de la vida, y
también las agresiones de los demás, sus infidelidades y defectos. La gracia
aplaca la vanidad y hace posible la mansedumbre del corazón. El santo no gasta
sus energías lamentando los errores ajenos, es capaz de hacer silencio ante los
defectos de sus hermanos y evita la violencia verbal que arrasa y maltrata. Si
tú no eres capaz de soportar y ofrecer algunas humillaciones no eres humilde y
no estás en el camino de la santidad. La humillación te lleva a
asemejarte a Jesús, es parte ineludible de la imitación de Jesucristo.
2.-Alegría y sentido del humor
Hay
momentos duros, pero nada puede destruir la alegría sobrenatural, que se adapta
y se transforma, y siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de
la certeza personal de ser infinitamente amado, más allá de todo. Es tanto lo
que recibimos del Señor que a veces la tristeza tiene que ver con la ingratitud
incapaz de reconocer los regalos de Dios.
3.-Audacia y fervor
Al
mismo tiempo, la santidad es audacia, empuje evangelizador que deja una marca
en este mundo. El Señor nos llama a navegar mar adentro, a gastar nuestra vida
en su servicio. Somos frágiles, pero portadores de un tesoro que nos hace
grandes y que puede hacer más buenos y felices a quienes lo reciban.
Necesitamos el empuje del Espíritu para no ser paralizados por el miedo y el
cálculo.
Dios
siempre es novedad, que nos empuja a partir una y otra vez y a desplazarnos
para ir más allá de lo conocido, hacia las periferias y las fronteras. ¡Dios no
tiene miedo! ¡No tiene miedo! Él va siempre más allá de nuestros esquemas y no
le teme a las periferias. Él mismo se hizo periferia (cf. Flp 2,6-8;Jn
1,14). Por eso, si nos atrevemos a llegar a las periferias, allí lo
encontraremos, él ya estará allí.
Es
verdad que hay que abrir la puerta del corazón a Jesucristo, porque él golpea y
llama Pero a veces me pregunto si, por el aire irrespirable de nuestra
autorreferencialidad, Jesús no estará ya dentro de nosotros golpeando para que
lo dejemos salir. Dejemos que el Señor venga a despertarnos, a pegarnos un
sacudón en nuestra modorra, a liberarnos de la inercia. La Iglesia no necesita tantos
burócratas y funcionarios, sino misioneros apasionados, devorados por el
entusiasmo de comunicar la verdadera vida.
4.-En comunidad
Es muy
difícil luchar contra las asechanzas y tentaciones del demonio y del mundo
egoísta si estamos aislados. Estás viviendo con otros para que te labren y
ejerciten.
5.-En oración constante
Finalmente,
recordemos que la santidad está hecha de una apertura a la trascendencia que se
expresa en la oración y en la adoración. El santo es alguien que en medio de
sus esfuerzos y entregas suspira por Dios, sale de sí en la alabanza y amplía
sus límites en la contemplación del Señor. ¿Hay momentos en los que te pones en
su presencia en silencio, permaneces con él sin prisas, y te dejas mirar por
él? ¿Dejas que su fuego inflame tu corazón? Si no le permites que él alimente
el calor de su amor y de su ternura, no tendrás fuego, y así ¿cómo podrás
inflamar el corazón de los demás con tu testimonio y tus palabras?
La
oración está tejida de recuerdos. No solo del recuerdo de la Palabra revelada, sino
también de la propia vida, de la vida de los demás, de lo que el Señor ha hecho
en su Iglesia. Es la memoria agradecida. La súplica de intercesión es
particularmente valiosa, porque es un acto de confianza en Dios y al mismo
tiempo una expresión de amor al prójimo.
CAPÍTULO
QUINTO
COMBATE,
VIGILANCIA Y DISCERNIMIENTO
El combate y la vigilancia
Jesús
quiso que terminásmeos el Padrenuestro pidiendo al Padre que nos libere “del
Malo”. Indica un ser personal que nos acosa. Nos enseñó a pedir diariamente esa
liberación para que su poder no nos domine. No pensemos que es un mito o un
símbolo. Ese engaño nos lleva a bajar los brazos, a descuidarnos y a quedar más
expuestos. Y así, mientras nosotros bajamos la guardia, él aprovecha para
destruir nuestra vida, nuestras familias y nuestras comunidades, porque «como
león rugiente, ronda buscando a quien devorar» (1 P 5,8).
En este
camino, el desarrollo de lo bueno, la maduración espiritual y el crecimiento
del amor son el mejor contrapeso ante el mal. Nadie resiste si opta por
quedarse en un punto muerto, si se conforma con poco, si deja de soñar con
ofrecerle al Señor una entrega más bella.
El discernimiento
El
discernimiento es un instrumento de lucha para seguir mejor al Señor. Nos hace
falta siempre, para estar dispuestos a reconocer los tiempos de Dios y de su
gracia, para no desperdiciar sus inspiraciones, para no dejar pasar su
invitación a crecer. Se trata de no tener límites para lo grande, para lo
mejor y más bello, pero al mismo tiempo concentrados en lo pequeño, en la
entrega de hoy. Por tanto, pido a todos los cristianos que no dejen de hacer
cada día, en diálogo con el Señor que nos ama, un sincero «examen de
conciencia».
El
discernimiento es una gracia. Pero sólo quien está dispuesto a escuchar tiene
la libertad para renunciar a su propio punto de vista parcial o insuficiente, a
sus costumbres, a sus esquemas. Así está realmente disponible para acoger una
llamada que rompe sus seguridades pero que lo lleva a una vida mejor. No se
discierne para descubrir qué más le podemos sacar a esta vida, sino para
reconocer cómo podemos cumplir mejor esa misión que se nos ha confiado en el
Bautismo, y eso implica estar dispuestos a renuncias hasta darlo todo. Pero
hace falta pedirle al Espíritu Santo que nos libere y que expulse ese miedo que
nos lleva a vedarle su entrada en algunos aspectos de la propia vida.
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Quiero
que María corone estas reflexiones, porque ella es la santa entre los santos,
la más bendita, la que nos enseña el camino de la santidad y nos acompaña. Ella
no acepta que nos quedemos caídos y a veces nos lleva en sus brazos, sin
juzgarnos. Pidamos que el Espíritu Santo infunda en nosotros un intenso anhelo
de ser santos para la mayor gloria de Dios y alentémonos unos a otros en este
intento. Así compartiremos una felicidad que el mundo no nos podrá quitar.