EXTRACTO DE LA CARTA ENCÍCLICA
LUMEN FIDEI
DEL SUMO PONTÍFICE
FRANCISCO
A LOS OBISPOS
A LOS PRESBÍTEROS Y A LOS DIÁCONOS
A LAS PERSONAS CONSAGRADAS
Y A TODOS LOS FIELES LAICOS
SOBRE LA FE
El hombre ha renunciado a la búsqueda de
una luz grande, de una verdad grande, y se ha contentado con pequeñas luces que
alumbran el instante fugaz, pero que son incapaces de abrir el camino. (3)
La característica
propia de la luz de la fe es la capacidad de iluminar toda la
existencia del hombre. Este don de Dios tiene que ser alimentado y robustecido
para que siga guiando su camino (4)
CAPÍTULO PRIMERO
HEMOS CREÍDO EN EL AMOR
(cf. 1 Jn 4,16)
HEMOS CREÍDO EN EL AMOR
(cf. 1 Jn 4,16)
Abrahán, nuestro padre en la fe
En su vida sucede
algo desconcertante: Dios le dirige la Palabra, se revela como un Dios que habla y lo
llama por su nombre. Lo que esta Palabra comunica a Abrahán en primer lugar es
una llamada a salir de su tierra, una invitación a abrirse a una vida nueva: la
fe « ve » en la medida en que camina, en que se adentra en el espacio abierto
por la Palabra
de Dios. Esta Palabra encierra además una promesa: es capaz de abrir al futuro,
de iluminar los pasos a lo largo del camino. De este modo, la fe, en cuanto
memoria del futuro, memoria futuri, está estrechamente ligada con
la esperanza. (8)
10. Lo que se pide a Abrahán es que se fíe
de esta Palabra. La fe entiende que la palabra, El Dios que pide a Abrahán que
se fíe totalmente de él, se revela como la fuente de la que proviene toda vida.
De esta forma, la fe se pone en relación con la paternidad de Dios, de la que
procede la creación: el Dios que llama a Abrahán es el Dios creador, que «
llama a la existencia lo que no existe » (Rm 4,17), que « nos
eligió antes de la fundación del mundo… y nos ha destinado a ser sus hijos » (Ef 1,4-5).
(11)
La fe de Israel
la luz de la fe está vinculada al relato
concreto de la vida, al recuerdo agradecido de los beneficios de Dios y al
cumplimiento progresivo de sus promesas. (12)
Ante el ídolo, no hay riesgo de una llamada
que haga salir de las propias seguridades, porque los ídolos « tienen boca y no
hablan » (Sal115,5). … Perdida la orientación fundamental que da unidad
a su existencia, el hombre se disgrega en la multiplicidad de sus deseos;
negándose a esperar el tiempo de la promesa, se desintegra en los múltiples
instantes de su historia. … Quien no
quiere fiarse de Dios se ve obligado a escuchar las voces de tantos ídolos que
le gritan: « Fíate de mí ». La fe, en cuanto asociada a la conversión, es lo
opuesto a la idolatría; es separación de los ídolos para volver al Dios vivo,
mediante un encuentro personal. Creer significa confiarse a un amor
misericordioso, que siempre acoge y perdona, que sostiene y orienta la
existencia, que se manifiesta poderoso en su capacidad de enderezar lo torcido
de nuestra historia. La fe consiste en la disponibilidad para dejarse
transformar una y otra vez por la llamada de Dios. He aquí la paradoja: en el
continuo volverse al Señor, el hombre encuentra un camino seguro, que lo libera
de la dispersión a que le someten los ídolos. (13)
La plenitud de la fe cristiana
Los evangelistas han situado en la hora de
la cruz el momento culminante de la mirada de fe, porque en esa hora
resplandece el amor divino en toda su altura y amplitud. F. M. Dostoievski, en
su obra El idiota,hace decir al protagonista, el príncipe Myskin, a
la vista del cuadro de Cristo muerto en el sepulcro, obra de Hans Holbein el
Joven: « Un cuadro así podría incluso hacer perder la fe a alguno »[14]. En efecto, el cuadro representa
con crudeza los efectos devastadores de la muerte en el cuerpo de Cristo. Y,
sin embargo, precisamente en la contemplación de la muerte de Jesús, la fe se
refuerza y recibe una luz resplandeciente, cuando se revela como fe en su amor
indefectible por nosotros, que es capaz de llegar hasta la muerte para
salvarnos. En este amor, que no se ha sustraído a la muerte para manifestar
cuánto me ama, es posible creer; su totalidad vence cualquier suspicacia y nos
permite confiarnos plenamente en Cristo. (16)
Precisamente porque Jesús es el Hijo, porque
está radicado de modo absoluto en el Padre, ha podido vencer a la muerte y
hacer resplandecer plenamente la vida. Nuestra cultura ha perdido la percepción
de esta presencia concreta de Dios, de su acción en el mundo. Pensamos que Dios
sólo se encuentra más allá, en otro nivel de realidad, separado de nuestras
relaciones concretas. Pero si así fuese, si Dios fuese incapaz de intervenir en
el mundo, su amor no sería verdaderamente poderoso, verdaderamente real, y no
sería entonces ni siquiera verdadero amor, capaz de cumplir esa felicidad que
promete. En tal caso, creer o no creer en él sería totalmente indiferente. Los
cristianos, en cambio, confiesan el amor concreto y eficaz de Dios, que obra
verdaderamente en la historia y determina su destino final, amor que se deja
encontrar, que se ha revelado en plenitud en la pasión, muerte y resurrección
de Cristo. (17)
La fe no sólo mira a Jesús, sino que mira
desde el punto de vista de Jesús, con sus ojos: es una participación en su modo
de ver. En muchos ámbitos de la vida confiamos en otras personas que conocen
las cosas mejor que nosotros. … La fe en el Hijo de Dios hecho hombre en Jesús
de Nazaret no nos separa de la realidad, sino que nos permite captar su
significado profundo, descubrir cuánto ama Dios a este mundo y cómo lo orienta
incesantemente hacía sí; y esto lleva al cristiano a comprometerse, a vivir con
mayor intensidad todavía el camino sobre la tierra. (18)
La salvación mediante la fe
Sólo abriéndonos a este origen y
reconociéndolo, es posible ser transformados, dejando que la salvación obre en
nosotros y haga fecunda la vida, llena de buenos frutos. (19)
CAPÍTULO SEGUNDO
SI NO CREÉIS, NO COMPRENDERÉIS
(cf. Is 7,9)
SI NO CREÉIS, NO COMPRENDERÉIS
(cf. Is 7,9)
Fe y verdad
En
la cultura contemporánea se tiende a menudo a aceptar como verdad sólo la
verdad tecnológica: es verdad aquello que el hombre consigue construir y medir
con su ciencia; …estarían después las verdades del individuo, que consisten en
la autenticidad con lo que cada uno siente dentro de sí, válidas sólo para uno
mismo…. La verdad grande, la verdad que explica la vida personal y social en su
conjunto, es vista con sospecha. … A este respecto, podemos hablar de un gran
olvido en nuestro mundo contemporáneo. En efecto, la pregunta por la verdad es
una cuestión de memoria, de memoria profunda, pues se dirige a algo que nos
precede y, de este modo, puede conseguir unirnos más allá de nuestro « yo »
pequeño y limitado (25)
Amor y conocimiento de la verdad
El amor no se puede reducir a un
sentimiento que va y viene. Tiene que ver ciertamente con nuestra afectividad,
pero para abrirla a la persona amada e iniciar un camino, que consiste en salir
del aislamiento del propio yo para encaminarse hacia la otra persona, para
construir una relación duradera; el amor tiende a la unión con la persona
amada. Y así se puede ver en qué sentido el amor tiene necesidad de verdad.
Sólo en cuanto está fundado en la verdad, el amor puede perdurar en el tiempo. …
La verdad que buscamos, la que da sentido a nuestros pasos, nos ilumina cuando
el amor nos toca. Quien ama comprende que el amor es experiencia de verdad, que
él mismo abre nuestros ojos para ver toda la realidad de modo nuevo. (27)
La fe como escucha y visión
La fe es, además, un conocimiento vinculado
al transcurrir del tiempo, necesario para que la palabra se pronuncie: es un
conocimiento que se aprende sólo en un camino de seguimiento…. y también, que
la verdad se revele en el tiempo; la vista aporta la visión completa de todo el
recorrido y nos permite situarnos en el gran proyecto de Dios; sin esa visión,
tendríamos solamente fragmentos aislados de un todo desconocido. (29)
Diálogo entre fe y razón
A menudo la verdad queda hoy reducida a la
autenticidad subjetiva del individuo, válida sólo para la vida de cada uno. Una
verdad común nos da miedo, porque la identificamos con la imposición
intransigente de los totalitarismos. Sin embargo, si es la verdad del amor, si
es la verdad que se desvela en el encuentro personal con el Otro y con los
otros, entonces se libera de su clausura en el ámbito privado para formar parte
del bien común. La verdad de un amor no se impone con la violencia, no aplasta
a la persona. Ilumina incluso la
materia, confía en su ordenamiento, sabe que en ella se abre un camino de armonía
y de comprensión cada vez más amplio. La mirada de la ciencia se beneficia así
de la fe: ésta invita al científico a estar abierto a la realidad, en toda su
riqueza inagotable. La fe despierta el sentido crítico, en cuanto que no
permite que la investigación se conforme con sus fórmulas y la ayuda a darse
cuenta de que la naturaleza no se reduce a ellas. (34)
Fe y búsqueda de Dios
Podemos entender así que el camino del
hombre religioso pasa por la confesión de un Dios que se preocupa de él y que
no es inaccesible. ¿Qué mejor recompensa podría dar Dios a los que lo buscan,
que dejarse encontrar? Al
configurarse como vía, la fe concierne también a la vida de los hombres que,
aunque no crean, desean creer y no dejan de buscar. En la medida en que se
abren al amor con corazón sincero y se ponen en marcha con aquella luz que
consiguen alcanzar, viven ya, sin saberlo, en la senda hacia la fe. Intentan
vivir como si Dios existiese, a veces porque reconocen su importancia para
encontrar orientación segura en la vida común, y otras veces porque experimentan
el deseo de luz en la oscuridad, pero también, intuyendo, a la vista de la
grandeza y la belleza de la vida, que ésta sería todavía mayor con la presencia
de Dios. (35)
CAPÍTULO TERCERO
TRANSMITO LO QUE HE RECIBIDO
(cf. 1 Co 15,3)
TRANSMITO LO QUE HE RECIBIDO
(cf. 1 Co 15,3)
La Iglesia, madre de nuestra
fe
La persona vive siempre en relación.
Proviene de otros, pertenece a otros, su vida se ensancha en el encuentro con
otros. Incluso el conocimiento de sí, la misma autoconciencia, es relacional y
está vinculada a otros que nos han precedido: en primer lugar nuestros padres,
que nos han dado la vida y el nombre. El lenguaje mismo, las palabras con que
interpretamos nuestra vida y nuestra realidad, nos llega a través de otros,
guardado en la memoria viva de otros. El conocimiento de uno mismo sólo es
posible cuando participamos en una memoria más grande. Lo mismo sucede con la
fe, que lleva a su plenitud el modo humano de comprender. El pasado de la fe,
aquel acto de amor de Jesús, que ha hecho germinar en el mundo una vida nueva,
nos llega en la memoria de otros, de testigos, conservado vivo en aquel sujeto
único de memoria que es la
Iglesia. (38)
Los sacramentos y la transmisión de
la fe
Para transmitir un contenido meramente
doctrinal, una idea, quizás sería suficiente un libro, o la reproducción de un
mensaje oral. Pero lo que se comunica en la Iglesia, lo que se transmite en su Tradición
viva, es la luz nueva que nace del encuentro con el Dios vivo, una luz que toca
la persona en su centro, en el corazón, implicando su mente, su voluntad y su
afectividad, abriéndola a relaciones vivas en la comunión con Dios y con los
otros. Para transmitir esta riqueza hay un medio particular, que pone en juego a
toda la persona, cuerpo, espíritu, interioridad y relaciones. Este medio son los
sacramentos, celebrados en la liturgia de la Iglesia. En ellos se
comunica una memoria encarnada, ligada a los tiempos y lugares de la vida,
asociada a todos los sentidos; implican a la persona, como miembro de un sujeto
vivo, de un tejido de relaciones comunitarias. (40)
Fe, oración y decálogo
Otros dos elementos son esenciales en la
transmisión fiel de la memoria de la Iglesia. En primer lugar, la oración del Señor, el
Padrenuestro. En ella, el cristiano aprende a compartir la misma experiencia
espiritual de Cristo y comienza a ver con los ojos de Cristo. …El decálogo no
es un conjunto de preceptos negativos, sino indicaciones concretas para salir
del desierto del « yo » autorreferencial, cerrado en sí mismo, y entrar en
diálogo con Dios, dejándose abrazar por su misericordia para ser portador de su
misericordia. (46)
Unidad e integridad de la fe
Resulta muy difícil concebir una unidad en
la misma verdad. Nos da la impresión de que una unión de este tipo se opone a
la libertad de pensamiento y a la autonomía del sujeto. En cambio, la
experiencia del amor nos dice que precisamente en el amor es posible tener una
visión común, que amando aprendemos a ver la realidad con los ojos del otro, y
que eso no nos empobrece, sino que enriquece nuestra mirada. (47)
CAPÍTULO CUARTO
DIOS PREPARA
UNA CIUDAD PARA ELLOS
(cf. Hb 11,16)
DIOS PREPARA
UNA CIUDAD PARA ELLOS
(cf. Hb 11,16)
Fe y bien común
La fe no sólo se presenta como un camino,
sino también como una edificación, como la preparación de un lugar en el que el
hombre pueda convivir con los demás. …Nace así, en relación con la fe, una
nueva fiabilidad, una nueva solidez, que sólo puede venir de Dios. …la fe
ilumina también las relaciones humanas, porque nace del amor y sigue la
dinámica del amor de Dios. El Dios digno de fe construye para los hombres una
ciudad fiable. (50)
Fe y familia
La fe no es un refugio para gente
pusilánime, sino que ensancha la vida. Hace descubrir una gran llamada, la
vocación al amor, y asegura que este amor es digno de fe, que vale la pena
ponerse en sus manos, porque está fundado en la fidelidad de Dios, más fuerte
que todas nuestras debilidades. (53)
Luz para la vida en sociedad
¡Cuántos beneficios ha aportado la mirada
de la fe a la ciudad de los hombres para contribuir a su vida común! Gracias a
la fe, hemos descubierto la dignidad única de cada persona, que no era tan
evidente en el mundo antiguo. … Cuando
se oscurece esta realidad, falta el criterio para distinguir lo que hace
preciosa y única la vida del hombre. Éste pierde su puesto en el universo, se
pierde en la naturaleza, renunciando a su responsabilidad moral, o bien
pretende ser árbitro absoluto, atribuyéndose un poder de manipulación sin
límites. (54)
Cuando la fe se apaga, se corre el riesgo
de que los fundamentos de la vida se debiliten con ella, como advertía el poeta
T. S. Eliot: « ¿Tenéis acaso necesidad de que se os diga que incluso aquellos
modestos logros / que os permiten estar orgullosos de una sociedad educada /
difícilmente sobrevivirán a la fe que les da sentido? »[48]. Si hiciésemos desaparecer la fe en Dios de nuestras
ciudades, se debilitaría la confianza entre nosotros, pues quedaríamos unidos
sólo por el miedo, y la estabilidad estaría comprometida. La Carta a los Hebreos afirma:
« Dios no tiene reparo en llamarse su Dios: porque les tenía preparada una
ciudad » (Hb 11,16). La expresión « no tiene reparo » hace
referencia a un reconocimiento público. Indica que Dios, con su intervención
concreta, con su presencia entre nosotros, confiesa públicamente su deseo de
dar consistencia a las relaciones humanas. ¿Seremos en cambio nosotros los que
tendremos reparo en llamar a Dios nuestro Dios? ¿Seremos capaces de no
confesarlo como tal en nuestra vida pública, de no proponer la grandeza de la
vida común que él hace posible? (55)
Fuerza que conforta en el
sufrimiento
Hablar de fe comporta a menudo hablar
también de pruebas dolorosas, pero precisamente en ellas san Pablo ve el
anuncio más convincente del Evangelio, porque en la debilidad y en el
sufrimiento se hace manifiesta y palpable el poder de Dios que supera nuestra
debilidad y nuestro sufrimiento. … El cristiano sabe que siempre habrá
sufrimiento, pero que le puede dar sentido, puede convertirlo en acto de amor,
de entrega confiada en las manos de Dios, que no nos abandon. … Incluso la
muerte queda iluminada y puede ser vivida como la última llamada de la fe, el
último « Sal de tu tierra », el último « Ven », pronunciado por el Padre, en
cuyas manos nos ponemos con la confianza de que nos sostendrá incluso en el
paso definitivo. (56)
La luz de la fe no disipa todas nuestras
tinieblas, sino que, como una lámpara, guía nuestros pasos en la noche, y esto
basta para caminar. Al hombre que sufre, Dios no le da un razonamiento que explique
todo, sino que le responde con una presencia que le acompaña, con una historia
de bien que se une a toda historia de sufrimiento para abrir en ella un
resquicio de luz. En Cristo, Dios mismo ha querido compartir con nosotros este
camino y ofrecernos su mirada para darnos luz. Cristo es aquel que, habiendo
soportado el dolor, « inició y completa nuestra fe » (Hb 12,2). … No nos dejemos robar la esperanza, no
permitamos que la banalicen con soluciones y propuestas inmediatas que
obstruyen el camino, que « fragmentan » el tiempo, transformándolo en espacio.
El tiempo es siempre superior al espacio. El espacio cristaliza los procesos;
el tiempo, en cambio, proyecta hacia el futuro e impulsa a caminar con
esperanza. (57)
Bienaventurada la que ha creído (Lc 1,45)
Podemos decir que en la Bienaventurada Virgen
María se realiza eso en lo que antes he insistido, que el creyente está
totalmente implicado en su confesión de fe. María está íntimamente asociada,
por su unión con Cristo, a lo que creemos. En la concepción virginal de María
tenemos un signo claro de la filiación divina de Cristo. (59)
Abre
nuestro oído a la Palabra,
para que reconozcamos la voz de Dios y su llamada.
Aviva
en nosotros el deseo de seguir sus pasos, saliendo de nuestra tierra y
confiando en su promesa.
Ayúdanos
a dejarnos tocar por su amor, para que podamos tocarlo en la fe.
Ayúdanos
a fiarnos plenamente de él, a creer en su amor, sobre todo en los momentos de
tribulación y de cruz, cuando nuestra fe es llamada a crecer y a madurar.
Siembra
en nuestra fe la alegría del Resucitado.
Recuérdanos
que quien cree no está nunca solo.
Enséñanos
a mirar con los ojos de Jesús, para que él sea luz en nuestro camino.
Y
que esta luz de la fe crezca continuamente en nosotros, hasta que llegue el día
sin ocaso, que es el mismo Cristo, tu Hijo, nuestro Señor.