AMORIS LAETITIA
SOBRE EL AMOR EN LA FAMILIA
Capítulo primero
A LA LUZ DE
LA PALABRA
Con esta mirada, hecha de fe y de
amor, de gracia y de compromiso, de familia humana y de Trinidad divina,
contemplamos la familia que la
Palabra de Dios confía en las manos del varón, de la mujer y
de los hijos para que conformen una comunión de personas que sea imagen de la
unión entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. La actividad generativa y
educativa es, a su vez, un reflejo de la obra creadora del Padre. La familia
está llamada a compartir la oración cotidiana, la lectura de la Palabra de Dios y la
comunión eucarística para hacer crecer el amor y convertirse cada vez más en
templo donde habita el Espíritu. (29)
Ante cada familia se presenta el
icono de la familia de Nazaret, con su cotidianeidad hecha de cansancios y
hasta de pesadillas, como cuando tuvo que sufrir la incomprensible violencia de
Herodes, experiencia que se repite trágicamente todavía hoy en tantas familias
de prófugos desechados e inermes. Como los magos, las familias son invitadas a
contemplar al Niño y a la Madre,
a postrarse y a adorarlo (cf. Mt 2,11). Como María, son exhortadas a vivir con
coraje y serenidad sus desafíos familiares, tristes y entusiasmantes, y a
custodiar y meditar en el corazón las maravillas de Dios (cf. Lc 2,19.51). En
el tesoro del corazón de María están también todos los acontecimientos de cada
una de nuestras familias, que ella conserva cuidadosamente. Por eso puede
ayudarnos a interpretarlos para reconocer en la historia familiar el mensaje de
Dios. (30)
Capítulo segundo
REALIDAD Y DESAFÍOS DE LAS FAMILIAS
El ritmo de vida actual, el
estrés, la organización social y laboral, porque son factores culturales que
ponen en riesgo la posibilidad de opciones permanentes. Al mismo tiempo,
encontramos fenómenos ambiguos. Por ejemplo, se aprecia una personalización que
apuesta por la autenticidad en lugar de reproducir comportamientos pautados. Es
un valor que puede promover las distintas capacidades y la espontaneidad, pero
que, mal orientado, puede crear actitudes de permanente sospecha, de huida de
los compromisos, de encierro en la comodidad, de arrogancia. La libertad para
elegir permite proyectar la propia vida y cultivar lo mejor de uno mismo, pero
si no tiene objetivos nobles y disciplina personal, degenera en una incapacidad
de donarse generosamente. (33)
El Estado tiene la
responsabilidad de crear las condiciones legislativas y laborales para
garantizar el futuro de los jóvenes y ayudarlos a realizar su proyecto de
formar una familia» (43).
La función educativa, que se ve
dificultada, entre otras causas, porque los padres llegan a su casa cansados y
sin ganas de conversar, en muchas familias ya ni siquiera existe el hábito de
comer juntos, y crece una gran variedad de ofertas de distracción además de la
adicción a la televisión. (50)
La drogodependencia … el
alcoholismo, el juego y otras adicciones. La familia podría ser el lugar de la
prevención y de la contención, pero la sociedad y la política no terminan de
percatarse de que una familia en riesgo «pierde la capacidad de reacción para
ayudar a sus miembros [...] Notamos las graves consecuencias de esta ruptura en
familias destrozadas, hijos desarraigados, ancianos abandonados, niños
huérfanos de padres vivos, adolescentes y jóvenes desorientados y sin reglas» (51)
Nadie puede pensar que debilitar
a la familia como sociedad natural fundada en el matrimonio es algo que
favorece a la sociedad. … Ninguna unión precaria o cerrada a la comunicación de
la vida nos asegura el futuro de la sociedad. (52)
Si bien es legítimo y justo que
se rechacen viejas formas de familia «tradicional», caracterizadas por el
autoritarismo e incluso por la violencia, esto no debería llevar al desprecio
del matrimonio sino al redescubrimiento de su verdadero sentido y a su
renovación. La fuerza de la familia «reside esencialmente en su capacidad de
amar y enseñar a amar. Por muy herida que pueda estar una familia, esta puede
crecer gracias al amor» (53).
La ausencia del padre marca
severamente la vida familiar, la educación de los hijos y su integración en la
sociedad. Su ausencia puede ser física, afectiva, cognitiva y espiritual. Esta
carencia priva a los niños de un modelo apropiado de conducta paterna» (55).
Lo creado nos precede y debe ser
recibido como don. Al mismo tiempo, somos llamados a custodiar nuestra
humanidad, y eso significa ante todo aceptarla y respetarla como ha sido
creada. (56)
Capítulo tercero
LA
MIRADA PUESTA EN
JESÚS: VOCACIÓN DE LA FAMILIA
La indisolubilidad del matrimonio
—“lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre” (Mt 19,6)— no hay que
entenderla ante todo como un “yugo” impuesto a los hombres sino como un “don”
hecho a las personas unidas en matrimonio (62)
El sacramento es un don para la
santificación y la salvación de los esposos, porque «su recíproca pertenencia
es representación real, mediante el signo sacramental, de la misma relación de
Cristo con la Iglesia.
(72)
«El discernimiento de la
presencia de los semina Verbi en las otras culturas (cf. Ad gentes divinitus,
11) también se puede aplicar a la realidad matrimonial y familiar. Fuera del
verdadero matrimonio natural también hay elementos positivos en las formas matrimoniales
de otras tradiciones religiosas», aunque tampoco falten las sombras. Podemos
decir que «toda persona que quiera traer a este mundo una familia, que enseñe a
los niños a alegrarse por cada acción que tenga como propósito vencer el mal
—una familia que muestra que el Espíritu está vivo y actuante— encontrará
gratitud y estima, no importando el pueblo, o la religión o la región a la que
pertenezca» (77).
La Iglesia mira con amor a
quienes participan en su vida de modo imperfecto: pide para ellos la gracia de
la conversión; les infunde valor para hacer el bien, para hacerse cargo con
amor el uno del otro y para estar al servicio de la comunidad en la que viven y
trabajan [...] Cuando la unión alcanza una estabilidad notable mediante un
vínculo público —y está connotada de afecto profundo, de responsabilidad por la
prole, de capacidad de superar las pruebas— puede ser vista como una
oportunidad para acompañar hacia el sacramento del matrimonio, allí donde sea
posible» (78).
Capítulo cuarto
EL AMOR EN EL MATRIMONIO
Nuestro amor cotidiano
Si no cultivamos la paciencia,
siempre tendremos excusas para responder con ira, y finalmente nos
convertiremos en personas que no saben convivir, antisociales, incapaces de
postergar los impulsos, y la familia se volverá un campo de batalla. Por eso, la Palabra de Dios nos
exhorta: «Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y
toda la maldad» (Ef 4,31). Esta paciencia se afianza cuando reconozco que el
otro también tiene derecho a vivir en esta tierra junto a mí, así como es. No
importa si es un estorbo para mí, si altera mis planes, si me molesta con su
modo de ser o con sus ideas, si no es todo lo que yo esperaba. El amor tiene
siempre un sentido de profunda compasión que lleva a aceptar al otro como parte
de este mundo, también cuando actúa de un modo diferente a lo que yo desearía.
(92)
El verdadero amor valora los
logros ajenos, no los siente como una amenaza, y se libera del sabor amargo de
la envidia. Acepta que cada uno tiene dones diferentes y distintos caminos en
la vida. Entonces, procura descubrir su propio camino para ser feliz, dejando
que los demás encuentren el suyo. (95)
Algunos se creen grandes porque
saben más que los demás, y se dedican a exigirles y a controlarlos, cuando en
realidad lo que nos hace grandes es el amor que comprende, cuida, protege al
débil. (97).
Ser amable no es un estilo que un
cristiano puede elegir o rechazar. Como parte de las exigencias irrenunciables
del amor, «todo ser humano está obligado a ser afable con los que lo rodean».
Cada día, «entrar en la vida del otro, incluso cuando forma parte de nuestra
vida, pide la delicadeza de una actitud no invasora, que renueve la confianza y
el respeto [...] El amor, cuando es más íntimo y profundo, tanto más exige el respeto
de la libertad y la capacidad de esperar que el otro abra la puerta de su
corazón» (99).
…un perdón que se fundamenta en
una actitud positiva, que intenta comprender la debilidad ajena y trata de
buscarle excusas a la otra persona, como Jesús cuando dijo: «Padre, perdónalos,
porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). Pero la tendencia suele ser la de
buscar más y más culpas, la de imaginar más y más maldad, la de suponer todo
tipo de malas intenciones, y así el rencor va creciendo y se arraiga. De ese
modo, cualquier error o caída del cónyuge puede dañar el vínculo amoroso y la
estabilidad familiar. El problema es que a veces se le da a todo la misma
gravedad, con el riesgo de volverse crueles ante cualquier error ajeno. La
justa reivindicación de los propios derechos, se convierte en una persistente y
constante sed de venganza más que en una sana defensa de la propia dignidad.
(105)
El perdón es posible y deseable,
pero nadie dice que sea fácil. La verdad es que «la comunión familiar puede ser
conservada y perfeccionada sólo con un gran espíritu de sacrificio. Exige, en
efecto, una pronta y generosa disponibilidad de todos y cada uno a la
comprensión, a la tolerancia, al perdón, a la reconciliación. Ninguna familia
ignora que el egoísmo, el desacuerdo, las tensiones, los conflictos atacan con
violencia y a veces hieren mortalmente la propia comunión: de aquí las
múltiples y variadas formas de división en la vida familiar» (106).
Pero esto supone la experiencia
de ser perdonados por Dios, justificados gratuitamente y no por nuestros
méritos. Fuimos alcanzados por un amor previo a toda obra nuestra, que siempre
da una nueva oportunidad, promueve y estimula. Si aceptamos que el amor de Dios
es incondicional, que el cariño del Padre no se debe comprar ni pagar, entonces
podremos amar más allá de todo, perdonar a los demás aun cuando hayan sido
injustos con nosotros. De otro modo, nuestra vida en familia dejará de ser un
lugar de comprensión, acompañamiento y estímulo, y será un espacio de
permanente tensión o de mutuo castigo. (108)
Por la misma razón, no le exijo
que su amor sea perfecto para valorarlo. Me ama como es y como puede, con sus
límites, pero que su amor sea imperfecto no significa que sea falso o que no
sea real. Es real, pero limitado y terreno. Por eso, si le exijo demasiado, me
lo hará saber de alguna manera, ya que no podrá ni aceptará jugar el papel de
un ser divino ni estar al servicio de todas mis necesidades. El amor convive
con la imperfección, la disculpa, y sabe guardar silencio ante los límites del
ser amado. (113)
Sobrelleva con espíritu positivo
todas las contrariedades. Es mantenerse firme en medio de un ambiente hostil.
No consiste sólo en tolerar algunas cosas molestas, sino en algo más amplio:
una resistencia dinámica y constante, capaz de superar cualquier desafío. Es
amor a pesar de todo, aun cuando todo el contexto invite a otra cosa.
Manifiesta una cuota de heroísmo tozudo, de potencia en contra de toda
corriente negativa, una opción por el bien que nada puede derribar. … En algún
lugar, alguien debe tener un poco de sentido, y esa es la persona fuerte. La
persona fuerte es la persona que puede romper la cadena del odio, la cadena del
mal [...] Alguien debe tener suficiente religión y moral para cortarla e
inyectar dentro de la propia estructura del universo ese elemento fuerte y
poderoso del amor» (118).
Crecer en la caridad conyugal
Quien está enamorado no se
plantea que esa relación pueda ser sólo por un tiempo; quien vive intensamente
la alegría de casarse no está pensando en algo pasajero; quienes acompañan la
celebración de una unión llena de amor, aunque frágil, esperan que pueda
perdurar en el tiempo; los hijos no sólo quieren que sus padres se amen, sino
también que sean fieles y sigan siempre juntos. Estos y otros signos muestran
que en la naturaleza misma del amor conyugal está la apertura a lo
definitivo. (123)
La decisión de dar al matrimonio
una configuración visible en la sociedad, con unos determinados compromisos,
manifiesta su relevancia: muestra la seriedad de la identificación con el otro,
indica una superación del individualismo adolescente, y expresa la firme opción
de pertenecerse el uno al otro. Casarse es un modo de expresar que realmente se
ha abandonado el nido materno para tejer otros lazos fuertes y asumir una nueva
responsabilidad ante otra persona. Esto vale mucho más que una mera asociación
espontánea para la gratificación mutua, que sería una privatización del
matrimonio. El matrimonio como institución social es protección y cauce para el
compromiso mutuo, para la maduración del amor, para que la opción por el otro
crezca en solidez, concretización y profundidad, y a su vez para que pueda
cumplir su misión en la sociedad. Por eso, el matrimonio va más allá de toda
moda pasajera y persiste. Su esencia está arraigada en la naturaleza misma de
la persona humana y de su carácter social. Implica una serie de obligaciones,
pero que brotan del mismo amor, de un amor tan decidido y generoso que es capaz
de arriesgar el futuro. (131)
El amor concretizado en un matrimonio
contraído ante los demás, con todos los compromisos que se derivan de esta
institucionalización, es manifestación y resguardo de un «sí» que se da sin
reservas y sin restricciones. Ese sí es decirle al otro que siempre podrá
confiar, que no será abandonado cuando pierda atractivo, cuando haya
dificultades o cuando se ofrezcan nuevas opciones de placer o de intereses
egoístas. (132)
No hacen bien algunas fantasías
sobre un amor idílico y perfecto, privado así de todo estímulo para crecer. Una
idea celestial del amor terreno olvida que lo mejor es lo que todavía no ha
sido alcanzado, el vino madurado con el tiempo. … Es más sano aceptar con
realismo los límites, los desafíos o la imperfección, y escuchar el llamado a
crecer juntos, a madurar el amor y a cultivar la solidez de la unión, pase lo
que pase. (135)
Finalmente, reconozcamos que para
que el diálogo valga la pena hay que tener algo que decir, y eso requiere una
riqueza interior que se alimenta en la lectura, la reflexión personal, la
oración y la apertura a la sociedad. De otro modo, las conversaciones se
vuelven aburridas e inconsistentes. Cuando ninguno de los cónyuges se cultiva y
no existe una variedad de relaciones con otras personas, la vida familiar se
vuelve endogámica y el diálogo se empobrece.
(141)
Amor apasionado
Creer que somos buenos sólo
porque «sentimos cosas» es un tremendo engaño. Hay personas que se sienten
capaces de un gran amor sólo porque tienen una gran necesidad de afecto, pero
no saben luchar por la felicidad de los demás y viven encerrados en sus propios
deseos. En ese caso, los sentimientos distraen de los grandes valores y ocultan
un egocentrismo que no hace posible cultivar una vida sana y feliz en familia.
(145)
De ninguna manera podemos
entender la dimensión erótica del amor como un mal permitido o como un peso a
tolerar por el bien de la familia, sino como don de Dios que embellece el
encuentro de los esposos. Siendo una pasión sublimada por un amor que admira la
dignidad del otro, llega a ser una «plena y limpísima afirmación amorosa», que
nos muestra de qué maravillas es capaz el corazón humano y así, por un momento,
«se siente que la existencia humana ha sido un éxito» (152).
Quienes han sido llamados a la
virginidad pueden encontrar en algunos matrimonios un signo claro de la
generosa e inquebrantable fidelidad de Dios a su Alianza, que estimule sus
corazones a una disponibilidad más concreta y oblativa. Porque hay personas
casadas que mantienen su fidelidad cuando su cónyuge se ha vuelto físicamente
desagradable, o cuando no satisface las propias necesidades, a pesar de que
muchas ofertas inviten a la infidelidad o al abandono. Una mujer puede cuidar a
su esposo enfermo y allí, junto a la
Cruz, vuelve a dar el «sí» de su amor hasta la muerte. En ese
amor se manifiesta de un modo deslumbrante la dignidad del amante, dignidad
como reflejo de la caridad, puesto que es propio de la caridad amar, más que
ser amado[172]. También podemos advertir en muchas familias una capacidad de
servicio oblativo y tierno ante hijos difíciles e incluso desagradecidos. Esto
hace de esos padres un signo del amor libre y desinteresado de Jesús. (162)
La transformación del amor
No podemos prometernos tener los
mismos sentimientos durante toda la vida. En cambio, sí podemos tener un proyecto
común estable, comprometernos a amarnos y a vivir unidos hasta que la muerte
nos separe, y vivir siempre una rica intimidad. El amor que nos prometemos
supera toda emoción, sentimiento o estado de ánimo, aunque pueda incluirlos. Es
un querer más hondo, con una decisión del corazón que involucra toda la
existencia. Así, en medio de un conflicto no resuelto, y aunque muchos
sentimientos confusos den vueltas por el corazón, se mantiene viva cada día la
decisión de amar, de pertenecerse, de compartir la vida entera y de permanecer
amando y perdonando. Cada uno de los dos hace un camino de crecimiento y de
cambio personal. En medio de ese camino, el amor celebra cada paso y cada nueva
etapa. (163)
Capítulo quinto
AMOR QUE SE VUELVE FECUNDO
Acoger una nueva vida
Cada niño está en el corazón de
Dios desde siempre, y en el momento en que es concebido se cumple el sueño
eterno del Creador. Pensemos cuánto vale ese embrión desde el instante en que
es concebido. Hay que mirarlo con esos ojos de amor del Padre, que mira más
allá de toda apariencia. (168)
A cada mujer embarazada quiero
pedirle con afecto: Cuida tu alegría, que nada te quite el gozo interior de la
maternidad. Ese niño merece tu alegría. No permitas que los miedos, las
preocupaciones, los comentarios ajenos o los problemas apaguen esa felicidad de
ser instrumento de Dios para traer una nueva vida al mundo. Ocúpate de lo que
haya que hacer o preparar, pero sin obsesionarte, y alaba como María: «Proclama
mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su sierva» (Lc 1,46-48). Vive ese sereno
entusiasmo en medio de tus molestias, y ruega al Señor que cuide tu alegría
para que puedas transmitirla a tu niño. (171)
La madre, que ampara al niño con
su ternura y su compasión, le ayuda a despertar la confianza, a experimentar
que el mundo es un lugar bueno que lo recibe, y esto permite desarrollar una
autoestima que favorece la capacidad de intimidad y la empatía. La figura
paterna, por otra parte, ayuda a percibir los límites de la realidad, y se
caracteriza más por la orientación, por la salida hacia el mundo más amplio y
desafiante, por la invitación al esfuerzo y a la lucha. Un padre con una clara
y feliz identidad masculina, que a su vez combine en su trato con la mujer el
afecto y la protección, es tan necesario como los cuidados maternos. Hay roles
y tareas flexibles, que se adaptan a las circunstancias concretas de cada
familia, pero la presencia clara y bien definida de las dos figuras, femenina y
masculina, crea el ámbito más adecuado para la maduración del niño. (175)
La familia no debe pensar a sí
misma como un recinto llamado a protegerse de la sociedad. No se queda a la
espera, sino que sale de sí en la búsqueda solidaria. Así se convierte en un nexo
de integración de la persona con la sociedad y en un punto de unión entre lo
público y lo privado. (181)
Un matrimonio que experimente la
fuerza del amor, sabe que ese amor está llamado a sanar las heridas de los
abandonados, a instaurar la cultura del encuentro, a luchar por la justicia.
Dios ha confiado a la familia el proyecto de hacer «doméstico» el mundo. (183)
Capítulo sexto
ALGUNAS PERSPECTIVAS PASTORALES
Guiar a los prometidos en el camino de preparación al matrimonio
Se puede llegar a advertir que no
es razonable apostar por esa relación, para no exponerse a un fracaso
previsible que tendrá consecuencias muy dolorosas. El problema es que el
deslumbramiento inicial lleva a tratar de ocultar o de relativizar muchas
cosas, se evita discrepar, y así sólo se patean las dificultades para adelante.
Los novios deberían ser estimulados y ayudados para que puedan hablar de lo que
cada uno espera de un eventual matrimonio, de su modo de entender lo que es el
amor y el compromiso, de lo que se desea del otro, del tipo de vida en común
que se quisiera proyectar. Estas conversaciones pueden ayudar a ver que en
realidad los puntos de contacto son escasos, y que la mera atracción mutua no
será suficiente para sostener la unión. Nada es más volátil, precario e imprevisible
que el deseo, y nunca hay que alentar una decisión de contraer matrimonio si no
se han ahondado otras motivaciones que otorguen a ese compromiso posibilidades
reales de estabilidad. (209)
Acompañar en los primeros años de la vida matrimonial
La mirada se dirige al futuro que
hay que construir día a día con la gracia de Dios y, por eso mismo, al cónyuge
no se le exige que sea perfecto. Hay que dejar a un lado las ilusiones y
aceptarlo como es: inacabado, llamado a crecer, en proceso. Cuando la mirada
hacia el cónyuge es constantemente crítica, eso indica que no se ha asumido el
matrimonio también como un proyecto de construir juntos, con paciencia,
comprensión, tolerancia y generosidad. Esto lleva a que el amor sea sustituido
poco a poco por una mirada inquisidora e implacable, por el control de los
méritos y derechos de cada uno, por los reclamos, la competencia y la
autodefensa. Así se vuelven incapaces de hacerse cargo el uno del otro para la
maduración de los dos y para el crecimiento de la unión. A los nuevos
matrimonios hay que mostrarles esto con claridad realista desde el inicio, de
manera que tomen conciencia de que «están comenzando». (218)
Una de las causas que llevan a
rupturas matrimoniales es tener expectativas demasiado altas sobre la vida
conyugal. Cuando se descubre la realidad, más limitada y desafiante que lo que
se había soñado, la solución no es pensar rápida e irresponsablemente en la
separación, sino asumir el matrimonio como un camino de maduración, donde cada
uno de los cónyuges es un instrumento de Dios para hacer crecer al otro. Es
posible el cambio, el crecimiento, el desarrollo de las potencialidades buenas
que cada uno lleva en sí. (221)
Iluminar crisis, angustias y dificultades
Hay que ayudar a descubrir que
una crisis superada no lleva a una relación con menor intensidad sino a
mejorar, asentar y madurar el vino de la unión. No se convive para ser cada vez
menos felices, sino para aprender a ser felices de un modo nuevo, a partir de
las posibilidades que abre una nueva etapa. Cada crisis implica un aprendizaje
que permite incrementar la intensidad de la vida compartida, o al menos
encontrar un nuevo sentido a la experiencia matrimonial. De ningún modo hay que
resignarse a una curva descendente, a un deterioro inevitable, a una soportable
mediocridad. Al contrario, cuando el matrimonio se asume como una tarea, que
implica también superar obstáculos, cada crisis se percibe como la ocasión para
llegar a beber juntos el mejor vino. (232)
En esas circunstancias, algunos
tienen la madurez necesaria para volver a elegir al otro como compañero de
camino, más allá de los límites de la relación, y aceptan con realismo que no
pueda satisfacer todos los sueños acariciados. Evitan considerarse los únicos
mártires, valoran las pequeñas o limitadas posibilidades que les da la vida en
familia y apuestan por fortalecer el vínculo en una construcción que llevará
tiempo y esfuerzo. Porque en el fondo reconocen que cada crisis es como un
nuevo «sí» que hace posible que el amor renazca fortalecido, transfigurado,
madurado, iluminado. A partir de una crisis se tiene la valentía de buscar las
raíces profundas de lo que está ocurriendo, de volver a negociar los acuerdos
básicos, de encontrar un nuevo equilibrio y de caminar juntos una etapa nueva.
Con esta actitud de constante apertura se pueden afrontar muchas situaciones
difíciles. De todos modos, reconociendo que la reconciliación es posible, hoy
descubrimos que «un ministerio dedicado a aquellos cuya relación matrimonial se
ha roto parece particularmente urgente». (238)
En algún momento del duelo hay
que ayudar a descubrir que quienes hemos perdido un ser querido todavía tenemos
una misión que cumplir, y que no nos hace bien querer prolongar el sufrimiento,
como si eso fuera un homenaje. La persona amada no necesita nuestro sufrimiento
ni le resulta halagador que arruinemos nuestras vidas. Tampoco es la mejor
expresión de amor recordarla y nombrarla a cada rato, porque es estar
pendientes de un pasado que ya no existe, en lugar de amar a ese ser real que
ahora está en el más allá. Su presencia física ya no es posible, pero si la
muerte es algo potente, «es fuerte el amor como la muerte» (Ct 8,6). El amor
tiene una intuición que le permite escuchar sin sonidos y ver en lo invisible.
Eso no es imaginar al ser querido tal como era, sino poder aceptarlo
transformado, como es ahora. (255)
Nos consuela saber que no existe
la destrucción completa de los que mueren, y la fe nos asegura que el
Resucitado nunca nos abandonará. Así podemos impedir que la muerte «envenene
nuestra vida, que haga vanos nuestros afectos, que nos haga caer en el vacío
más oscuro» … Porque «nuestros seres queridos no han desaparecido en la
oscuridad de la nada: la esperanza nos asegura que ellos están en las manos
buenas y fuertes de Dios». (256)
Si aceptamos la muerte podemos
prepararnos para ella. El camino es crecer en el amor hacia los que caminan con
nosotros, hasta el día en que «ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni
dolor» (Ap 21,4). De ese modo, también nos prepararemos para reencontrar a los
seres queridos que murieron. Así como Jesús entregó el hijo que había muerto a
su madre (cf. Lc 7,15), lo mismo hará con nosotros. No desgastemos energías
quedándonos años y años en el pasado. Mientras mejor vivamos en esta tierra,
más felicidad podremos compartir con los seres queridos en el cielo. Mientras
más logremos madurar y crecer, más cosas lindas podremos llevarles para el
banquete celestial. (258)
Capítulo séptimo
FORTALECER LA
EDUCACIÓN DE LOS HIJOS
Los padres siempre inciden en el
desarrollo moral de sus hijos, para bien o para mal. Por consiguiente, lo más
adecuado es que acepten esta función inevitable y la realicen de un modo
consciente, entusiasta, razonable y apropiado. (259)
¿Dónde están los hijos?
Es inevitable que cada hijo nos
sorprenda con los proyectos que broten de esa libertad, que nos rompa los
esquemas, y es bueno que eso suceda. La educación entraña la tarea de promover
libertades responsables, que opten en las encrucijadas con sentido e
inteligencia; personas que comprendan sin recortes que su vida y la de su
comunidad está en sus manos y que esa libertad es un don inmenso. (262)
Formación ética de los hijos
El desarrollo afectivo y ético de
una persona requiere de una experiencia fundamental: creer que los propios
padres son dignos de confianza. Esto constituye una responsabilidad educativa:
generar confianza en los hijos con el afecto y el testimonio, inspirar en ellos
un amoroso respeto. (263)
La libertad es algo grandioso,
pero podemos echarla a perder. La educación moral es un cultivo de la libertad
a través de propuestas, motivaciones, aplicaciones prácticas, estímulos,
premios, ejemplos, modelos, símbolos, reflexiones, exhortaciones, revisiones
del modo de actuar y diálogos que ayuden a las personas a desarrollar esos
principios interiores estables que mueven a obrar espontáneamente el bien.
(267)
Valor de la sanción como estímulo
Lo fundamental es que la
disciplina no se convierta en una mutilación del deseo, sino en un estímulo
para ir siempre más allá. … Hay que saber encontrar un equilibrio entre dos
extremos igualmente nocivos: uno sería pretender construir un mundo a medida de
los deseos del hijo, que crece sintiéndose sujeto de derechos pero no de
responsabilidades. El otro extremo sería llevarlo a vivir sin conciencia de su
dignidad, de su identidad única y de sus derechos, torturado por los deberes y
pendiente de realizar los deseos ajenos. (270)
Paciente realismo
No siempre se distingue
adecuadamente entre acto «voluntario» y acto «libre». Alguien puede querer algo
malo con una gran fuerza de voluntad, pero a causa de una pasión irresistible o
de una mala educación. En ese caso, su decisión es muy voluntaria, no contradice
la inclinación de su querer, pero no es libre, porque se le ha vuelto casi
imposible no optar por ese mal. Es lo que sucede con un adicto compulsivo a la
droga. Cuando la quiere lo hace con todas sus ganas, pero está tan condicionado
que por el momento no es capaz de tomar otra decisión. Por lo tanto, su
decisión es voluntaria, pero no es libre. No tiene sentido «dejar que elija con
libertad», ya que de hecho no puede elegir, y exponerlo a la droga sólo aumenta
la dependencia. Necesita la ayuda de los demás y un camino educativo. (273)
La vida familiar como contexto educativo
La postergación no es negar el
deseo sino diferir su satisfacción. Cuando los niños o los adolescentes no son
educados para aceptar que algunas cosas deben esperar, se convierten en
atropelladores, que someten todo a la satisfacción de sus necesidades
inmediatas y crecen con el vicio del «quiero y tengo». Este es un gran engaño
que no favorece la libertad, sino que la enferma. En cambio, cuando se educa
para aprender a posponer algunas cosas y para esperar el momento adecuado, se
enseña lo que es ser dueño de sí mismo, autónomo ante sus propios impulsos.
(275)
Sí a la educación sexual
Una educación sexual que cuide un
sano pudor tiene un valor inmenso, aunque hoy algunos consideren que es una
cuestión de otras épocas. Es una defensa natural de la persona que resguarda su
interioridad y evita ser convertida en un puro objeto. Sin el pudor, podemos
reducir el afecto y la sexualidad a obsesiones que nos concentran sólo en la
genitalidad, en morbosidades que desfiguran nuestra capacidad de amar y en
diversas formas de violencia sexual que nos llevan a ser tratados de modo
inhumano o a dañar a otros. (282)
El lenguaje del cuerpo requiere
el paciente aprendizaje que permite interpretar y educar los propios deseos
para entregarse de verdad. Cuando se pretende entregar todo de golpe es posible
que no se entregue nada. Una cosa es comprender las fragilidades de la edad o
sus confusiones, y otra es alentar a los adolescentes a prolongar la inmadurez
de su forma de amar. Pero ¿quién habla hoy de estas cosas? ¿Quién es capaz de
tomarse en serio a los jóvenes? ¿Quién les ayuda a prepararse en serio para un
amor grande y generoso? Se toma demasiado a la ligera la educación sexual.
(284)
Transmitir la fe
Los adolescentes suelen entrar en
crisis con la autoridad y con las normas, por lo cual conviene estimular sus
propias experiencias de fe y ofrecerles testimonios luminosos que se impongan
por su sola belleza. … fundamental que los hijos vean de una manera concreta
que para sus padres la oración es realmente importante. Por eso los momentos de
oración en familia y las expresiones de la piedad popular pueden tener mayor
fuerza evangelizadora que todas las catequesis y que todos los discursos.
Quiero expresar especialmente mi gratitud a todas las madres que oran
incesantemente, como lo hacía Santa Mónica, por los hijos que se han alejado de
Cristo. (288)
Capítulo noveno
ESPIRITUALIDAD MATRIMONIAL Y FAMILIAR
En el matrimonio se vive también
el sentido de pertenecer por completo sólo a una persona. Los esposos asumen el
desafío y el anhelo de envejecer y desgastarse juntos y así reflejan la
fidelidad de Dios. Esta firme decisión, que marca un estilo de vida, es una
«exigencia interior del pacto de amor conyugal», porque «quien no se decide a
querer para siempre, es difícil que pueda amar de veras un solo día». Pero esto
no tendría sentido espiritual si se tratara sólo de una ley vivida con
resignación. Es una pertenencia del corazón, allí donde sólo Dios ve (cf. Mt
5,28). Cada mañana, al levantarse, se vuelve a tomar ante Dios esta decisión de
fidelidad, pase lo que pase a lo largo de la jornada. Y cada uno, cuando va a
dormir, espera levantarse para continuar esta aventura, confiando en la ayuda
del Señor. Así, cada cónyuge es para el otro signo e instrumento de la cercanía
del Señor, que no nos deja solos: «Yo estoy con vosotros todos los días, hasta
el fin del mundo» (Mt 28,20). (319)
Hay un punto donde el amor de la
pareja alcanza su mayor liberación y se convierte en un espacio de sana
autonomía: cuando cada uno descubre que el otro no es suyo, sino que tiene un
dueño mucho más importante, su único Señor. Nadie más puede pretender tomar
posesión de la intimidad más personal y secreta del ser amado y sólo él puede
ocupar el centro de su vida. Al mismo tiempo, el principio de realismo
espiritual hace que el cónyuge ya no pretenda que el otro sacie completamente
sus necesidades. Es preciso que el camino espiritual de cada uno —como bien
indicaba Dietrich Bonhoeffer— le ayude a «desilusionarse» del otro, a dejar de
esperar de esa persona lo que sólo es propio del amor de Dios. Esto exige un
despojo interior. El espacio exclusivo que cada uno de los cónyuges reserva a
su trato solitario con Dios, no sólo permite sanar las heridas de la
convivencia, sino que posibilita encontrar en el amor de Dios el sentido de la
propia existencia. Necesitamos invocar cada día la acción del Espíritu para que
esta libertad interior sea posible. (320)
Oración a la Sagrada Familia
Jesús, María y José
en vosotros contemplamos
el esplendor del verdadero amor,
a vosotros, confiados, nos
dirigimos.
Santa Familia de Nazaret,
haz también de nuestras familias
lugar de comunión y cenáculo de
oración,
auténticas escuelas del Evangelio
y pequeñas iglesias domésticas.
Santa Familia de Nazaret,
que nunca más haya en las
familias episodios
de violencia, de cerrazón y
división;
que quien haya sido herido o
escandalizado
sea pronto consolado y curado.
Santa Familia de Nazaret,
haz tomar conciencia a todos
del carácter sagrado e inviolable
de la familia,
de su belleza en el proyecto de
Dios.
Jesús, María y José,
escuchad, acoged nuestra súplica.