EXTRACTO DE LA CARTA ENCÍCLICA
SPE SALVI
DEL SUMO PONTÍFICE
BENEDICTO XVI
SOBRE LA ESPERANZA CRISTIANA
SPE SALVI
DEL SUMO PONTÍFICE
BENEDICTO XVI
SOBRE LA ESPERANZA CRISTIANA
En este caso aparece también como
elemento distintivo de los cristianos el hecho de que ellos tienen un futuro:
no es que conozcan los pormenores de lo que les espera, pero saben que su vida,
en conjunto, no acaba en el vacío. (2)
Josefina
Bakhita En este momento tuvo « esperanza »; no sólo
la pequeña esperanza de encontrar dueños menos crueles, sino la gran esperanza:
yo soy definitivamente amada, suceda lo que suceda; este gran Amor me espera.
Por eso mi vida es hermosa. A través del conocimiento de esta esperanza ella
fue « redimida », ya no se sentía esclava, sino hija libre de Dios. … La
esperanza que en ella había nacido y la había « redimido » no podía guardársela
para sí sola; esta esperanza debía llegar a muchos, llegar a todos. (3)
El
concepto de esperanza basada en la fe
en el Nuevo Testamento y en la Iglesia primitiva
en el Nuevo Testamento y en la Iglesia primitiva
Los cristianos reconocen que la
sociedad actual no es su ideal; ellos pertenecen a una sociedad nueva, hacia la
cual están en camino y que es anticipada en su peregrinación. (4)
San Gregorio Nacianceno Dice que en el
mismo momento en que los Magos, guiados por la estrella, adoraron al nuevo rey,
Cristo, llegó el fin para la astrología, porque desde entonces las estrellas
giran según la órbita establecida por Cristo. En efecto, en esta escena se
invierte la concepción del mundo de entonces que, de modo diverso, también hoy
está nuevamente en auge. No son los elementos del cosmos, las leyes de la
materia, lo que en definitiva gobierna el mundo y el hombre, sino que es un
Dios personal quien gobierna las estrellas, es decir, el universo; la última
instancia no son las leyes de la materia y de la evolución, sino la razón, la
voluntad, el amor: una Persona. (5)
El verdadero pastor
es Aquel que conoce también el camino que pasa por el valle de la muerte; Aquel
que incluso por el camino de la última soledad, en el que nadie me puede
acompañar, va conmigo guiándome para atravesarlo: Él mismo ha recorrido este
camino, ha bajado al reino de la muerte, la ha vencido, y ha vuelto para
acompañarnos ahora y darnos la certeza de que, con Él, se encuentra siempre un
paso abierto. Saber que existe Aquel que me acompaña incluso en la muerte y que
con su « vara y su cayado me sosiega », de modo que « nada temo » (cf. Sal 23
[22],4), era la nueva « esperanza » que brotaba en la vida de los creyentes.
(6)
Nos da ya ahora algo
de la realidad esperada, y esta realidad presente constituye para nosotros una
« prueba » de lo que aún no se ve. Ésta atrae al futuro dentro del presente, de
modo que el futuro ya no es el puro « todavía-no ». El hecho de que este futuro
exista cambia el presente; el presente está marcado por la realidad futura, y
así las realidades futuras repercuten en las presentes y las presentes en las
futuras. (7)
La fe otorga a la
vida una base nueva, un nuevo fundamento sobre el que el hombre puede apoyarse,
de tal manera que precisamente el fundamento habitual, la confianza en la renta
material, queda relativizado. Se crea una nueva libertad ante este fundamento
de la vida que sólo aparentemente es capaz de sustentarla, aunque con ello no
se niega ciertamente su sentido normal. (8)
La
vida eterna – ¿qué es?
San Ambrosio en el sermón fúnebre por su hermano difunto
Sátiro: « Es verdad que la muerte no formaba parte de nuestra naturaleza, sino
que se introdujo en ella; Dios no instituyó la muerte desde el principio, sino
que nos la dio como un remedio [...]. En efecto, la vida del hombre, condenada
por culpa del pecado a un duro trabajo y a un sufrimiento intolerable, comenzó
a ser digna de lástima: era necesario dar un fin a estos males, de modo que la
muerte restituyera lo que la vida había perdido. La inmortalidad, en efecto, es
más una carga que un bien, si no entra en juego la gracia »[6].
Y Ambrosio ya había dicho poco antes: « No debemos deplorar la muerte, ya que
es causa de salvación » (10)
La eliminación de la
muerte, como también su aplazamiento casi ilimitado, pondría a la tierra y a la
humanidad en una condición imposible y no comportaría beneficio alguno para el
individuo mismo. Obviamente, hay una contradicción en nuestra actitud, que hace
referencia a un contraste interior de nuestra propia existencia. Por un lado,
no queremos morir; los que nos aman, sobre todo, no quieren que muramos. Por
otro lado, sin embargo, tampoco deseamos seguir existiendo ilimitadamente, y
tampoco la tierra ha sido creada con esta perspectiva. Entonces, ¿qué es
realmente lo que queremos? … Agustín,
en su extensa carta sobre la oración dirigida a Proba, una viuda romana
acomodada y madre de tres cónsules, escribió una vez: En el fondo queremos sólo
una cosa, la « vida bienaventurada », la vida que simplemente es vida,
simplemente « felicidad »… No sabemos lo que queremos realmente; no conocemos
esta « verdadera vida » y, sin embargo, sabemos que debe existir un algo que no
conocemos y hacia el cual nos sentimos impulsados (11)
La expresión « vida
eterna » trata de dar un nombre a esta desconocida realidad conocida. … el momento pleno de satisfacción, en el cual
la totalidad nos abraza y nosotros abrazamos la totalidad. Sería el momento del
sumergirse en el océano del amor infinito, en el cual el tempo –el antes y el
después– ya no existe. Podemos únicamente tratar de pensar que este momento es
la vida en sentido pleno, sumergirse siempre de nuevo en la inmensidad del ser,
a la vez que estamos desbordados simplemente por la alegría. En el Evangelio de
Juan, Jesús lo expresa así: « Volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y
nadie os quitará vuestra alegría » (16,22). (12)
¿Es
individualista la esperanza cristiana?
La salvación ha sido
considerada siempre como una realidad comunitaria. … Los Padres,
coherentemente, entienden el pecado como la destrucción de la unidad del género
humano, como ruptura y división. ... Por eso, la « redención » se presenta
precisamente como el restablecimiento de la unidad en la que nos encontramos de
nuevo juntos en una unión que se refleja en la comunidad mundial de los
creyentes. … Agustín: Esta vida
verdadera, hacia la cual tratamos de dirigirnos siempre de nuevo, comporta
estar unidos existencialmente en un « pueblo » y sólo puede realizarse para
cada persona dentro de este « nosotros ».
La
transformación de la fe-esperanza cristiana en el tiempo moderno
¿Cómo ha podido
desarrollarse la idea de que el mensaje de Jesús es estrictamente
individualista y dirigido sólo al individuo? ¿Cómo se ha llegado a interpretar
la « salvación del alma » como huida de la responsabilidad respecto a las cosas
en su conjunto y, por consiguiente, a considerar el programa del cristianismo
como búsqueda egoísta de la salvación que se niega a servir a los demás? … La
novedad – según la visión de Bacon– consiste en una nueva correlación entre
ciencia y praxis. De esto se hace después una aplicación en clave teológica:
esta nueva correlación entre ciencia y praxis significaría que se restablecería
el dominio sobre la creación, que Dios había dado al hombre y que se perdió por
el pecado original. (16)
Hasta aquel momento
la recuperación de lo que el hombre había perdido al ser expulsado del paraíso
terrenal se esperaba de la fe en Jesucristo, y en esto se veía la « redención
». Ahora, esta « redención », el restablecimiento del « paraíso » perdido, ya
no se espera de la fe, sino de la correlación apenas descubierta entre ciencia
y praxis. Con esto no es que se niegue la fe; pero queda desplazada a otro nivel
–el de las realidades exclusivamente privadas y ultramundanas– al mismo tiempo
que resulta en cierto modo irrelevante para el mundo. … en Bacon la esperanza
recibe también una nueva forma. Ahora se llama: fe en el progreso. (17)
Al mismo tiempo, hay
dos categorías que ocupan cada vez más el centro de la idea de progreso: razón
y libertad. El progreso es sobre todo un progreso del dominio creciente de la
razón, y esta razón es considerada obviamente un poder del bien y para el bien.
El progreso es la superación de todas las dependencias, es progreso hacia la
libertad perfecta. … La razón y la libertad parecen garantizar de por sí, en
virtud de su bondad intrínseca, una nueva comunidad humana perfecta. Pero en ambos
conceptos clave, « razón » y « libertad », el pensamiento está siempre,
tácitamente, en contraste también con los vínculos de la fe y de la Iglesia,
así como con los vínculos de los ordenamientos estatales de entonces. Ambos
conceptos llevan en sí mismos, pues, un potencial revolucionario de enorme
fuerza explosiva. (18)
Karl Marx recogió esta llamada del momento y, con
vigor de lenguaje y pensamiento, trató de encauzar este nuevo y, como él pensaba,
definitivo gran paso de la historia hacia la salvación. … Al haber desaparecido
la verdad del más allá, se trataría ahora de establecer la verdad del más acá.
La crítica del cielo se transforma en la crítica de la tierra, la crítica de la
teología en la crítica de la política. El progreso hacia lo mejor, hacia el
mundo definitivamente bueno, ya no viene simplemente de la ciencia, sino de la
política; de una política pensada científicamente, que sabe reconocer la
estructura de la historia y de la sociedad, y así indica el camino hacia la
revolución, hacia el cambio de todas las cosas. (20)
El error de Marx no
consiste sólo en no haber ideado los ordenamientos necesarios para el nuevo
mundo; en éste, en efecto, ya no habría necesidad de ellos. Que no diga nada de
eso es una consecuencia lógica de su planteamiento. Su error está más al fondo.
Ha olvidado que el hombre es siempre hombre. Ha olvidado al hombre y ha
olvidado su libertad. Ha olvidado que la libertad es siempre libertad, incluso
para el mal. Creyó que, una vez solucionada la economía, todo quedaría
solucionado. Su verdadero error es el materialismo: en efecto, el hombre no es
sólo el producto de condiciones económicas y no es posible curarlo sólo desde
fuera, creando condiciones económicas favorables. (21)
Theodor W. Adorno expresó de manera drástica la incertidumbre
de la fe en el progreso: el progreso, visto de cerca, sería el progreso que va
de la honda a la superbomba. ... Todos nosotros hemos sido testigos de cómo el
progreso, en manos equivocadas, puede convertirse, y se ha convertido de hecho,
en un progreso terrible en el mal. Si el progreso técnico no se corresponde con
un progreso en la formación ética del hombre, con el crecimiento del hombre
interior (cf. Ef 3,16; 2 Co 4,16), no es un
progreso sino una amenaza para el hombre y para el mundo. (22)
Si el progreso, para
ser progreso, necesita el crecimiento moral de la humanidad, entonces la razón
del poder y del hacer debe ser integrada con la misma urgencia mediante la
apertura de la razón a las fuerzas salvadoras de la fe, al discernimiento entre
el bien y el mal. … Digámoslo ahora de manera muy sencilla: el hombre necesita
a Dios, de lo contrario queda sin esperanza. (23)
La
verdadera fisonomía de la esperanza cristiana
Un progreso
acumulativo sólo es posible en lo material. … en el ámbito de la conciencia
ética y de la decisión moral, no existe una posibilidad similar de incremento,
por el simple hecho de que la libertad del ser humano es siempre nueva y tiene
que tomar siempre de nuevo sus decisiones. ... El tesoro moral de la humanidad
no está disponible como lo están en cambio los instrumentos que se usan; existe
como invitación a la libertad y como posibilidad para ella. Pero esto significa
que:
a) el bienestar moral
del mundo, nunca puede garantizarse solamente a través de estructuras, por muy
válidas que éstas sean. … Incluso las mejores estructuras funcionan únicamente
cuando en una comunidad existen unas convicciones vivas capaces de motivar a
los hombres para una adhesión libre al ordenamiento comunitario.
b) Puesto que el
hombre sigue siendo siempre libre y su libertad es también siempre frágil,
nunca existirá en este mundo el reino del bien definitivamente consolidado. …
La libertad debe ser conquistada para el bien una y otra vez. La libre adhesión
al bien nunca existe simplemente por sí misma. (24)
La búsqueda, siempre
nueva y fatigosa, de rectos ordenamientos para las realidades humanas es una
tarea de cada generación; nunca es una tarea que se pueda dar simplemente por
concluida. … las buenas estructuras ayudan, pero por sí solas no bastan. El
hombre nunca puede ser redimido solamente desde el exterior. … el hombre sería
redimido por medio de la ciencia. Con semejante expectativa se pide demasiado a
la ciencia; esta especie de esperanza es falaz. La ciencia puede contribuir
mucho a la humanización del mundo y de la humanidad. Pero también puede
destruir al hombre y al mundo si no está orientada por fuerzas externas a ella
misma. Por otra parte, debemos constatar también que el cristianismo moderno,
ante los éxitos de la ciencia en la progresiva estructuración del mundo, se ha
concentrado en gran parte sólo sobre el individuo y su salvación. (25)
No es la ciencia la
que redime al hombre. El hombre es redimido por el amor. Eso es válido incluso
en el ámbito puramente intramundano. Cuando uno experimenta un gran amor en su
vida, se trata de un momento de « redención » que da un nuevo sentido a su
existencia. … El ser humano necesita un amor incondicionado. ... Si existe este
amor absoluto con su certeza absoluta, entonces –sólo entonces– el hombre es «redimido»,
suceda lo que suceda en su caso particular. (26)
En este sentido, es
verdad que quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, en el
fondo está sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene toda la vida (cf. Ef 2,12).
… de la fe se espera la «vida eterna», la vida verdadera que, totalmente y sin
amenazas, es sencillamente vida en toda su plenitud. ... La vida en su
verdadero sentido no la tiene uno solamente para sí, ni tampoco sólo por sí
mismo: es una relación. Y la vida entera es relación con quien es la fuente de
la vida. (27)
¿No hemos recaído
quizás en el individualismo de la salvación? ¿En la esperanza sólo para mí que
además, precisamente por eso, no es una esperanza verdadera porque olvida y
descuida a los demás? No. La relación con Dios se establece a través de la
comunión con Jesús, pues solos y únicamente con nuestras fuerzas no la podemos
alcanzar. En cambio, la relación con Jesús es una relación con Aquel que se
entregó a sí mismo en rescate por todos nosotros (cf. 1 Tm 2,6).
Estar en comunión con Jesucristo nos hace participar en su ser «para todos» …
el amor de Dios se manifiesta en la responsabilidad por el otro. (28)
«Lugares»
de aprendizaje y del ejercicio de la esperanza
I. La oración como
escuela de la esperanza
Un lugar primero y
esencial de aprendizaje de la esperanza es la oración. Cuando ya nadie me
escucha, Dios todavía me escucha. Cuando ya no puedo hablar con ninguno, ni
invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios. Si ya no hay nadie que pueda
ayudarme –cuando se trata de una necesidad o de una expectativa que supera la
capacidad humana de esperar–, Él puede ayudarme. Si me veo relegado a
la extrema soledad...; el que reza nunca está totalmente solo. (32)
El modo apropiado de
orar es un proceso de purificación interior que nos hace capaces para Dios y,
precisamente por eso, capaces también para los demás. ... Si Dios no existe,
entonces quizás tengo que refugiarme en estas mentiras, porque no hay nadie que
pueda perdonarme, nadie que sea el verdadero criterio. En cambio, el encuentro
con Dios despierta mi conciencia para que ésta ya no me ofrezca más una
autojustificación ni sea un simple reflejo de mí mismo y de los contemporáneos
que me condicionan, sino que se transforme en capacidad para escuchar el Bien
mismo. (33)
En la oración tiene
que haber siempre esta interrelación entre oración pública y oración personal.
Así podemos hablar a Dios, y así Dios nos habla a nosotros. De este modo se
realizan en nosotros las purificaciones, a través de las cuales llegamos a ser
capaces de Dios e idóneos para servir a los hombres. Así nos hacemos capaces de
la gran esperanza y nos convertimos en ministros de la esperanza para los
demás: la esperanza en sentido cristiano es siempre esperanza para los demás. Y
es esperanza activa, con la cual luchamos para que las cosas no acaben en un «
final perverso ». Es también esperanza activa en el sentido de que mantenemos
el mundo abierto a Dios. Sólo así permanece también como esperanza
verdaderamente humana. (34)
II. El actuar y el
sufrir como lugares de aprendizaje de la esperanza
Sólo la gran
esperanza-certeza de que, a pesar de todas las frustraciones, mi vida personal
y la historia en su conjunto están custodiadas por el poder indestructible del
Amor y que, gracias al cual, tienen para él sentido e importancia, sólo una
esperanza así puede en ese caso dar todavía ánimo para actuar y continuar. ...
No obstante, aun siendo plenamente conscientes de la « plusvalía » del cielo,
sigue siendo siempre verdad que nuestro obrar no es indiferente ante Dios y,
por tanto, tampoco es indiferente para el desarrollo de la historia. Podemos
abrirnos nosotros mismos y abrir el mundo para que entre Dios. ... Podemos
liberar nuestra vida y el mundo de las intoxicaciones y contaminaciones que
podrían destruir el presente y el futuro. Podemos descubrir y tener limpias las
fuentes de la creación y así, junto con la creación que nos precede como don,
hacer lo que es justo, teniendo en cuenta sus propias exigencias y su
finalidad.
Debemos hacer todo
lo posible para superar el sufrimiento, pero extirparlo del mundo por completo
no está en nuestras manos, simplemente porque no podemos desprendernos de
nuestra limitación, y porque ninguno de nosotros es capaz de eliminar el poder
del mal, de la culpa, que –lo vemos– es una fuente continua de sufrimiento.
Esto sólo podría hacerlo Dios: y sólo un Dios que, haciéndose hombre, entrase
personalmente en la historia y sufriese en ella. Nosotros sabemos que este Dios
existe y que, por tanto, este poder que « quita el pecado del mundo » (Jn 1,29)
está presente en el mundo. (36)
Cuando los hombres,
intentando evitar toda dolencia, tratan de alejarse de todo lo que podría
significar aflicción, cuando quieren ahorrarse la fatiga y el dolor de la
verdad, del amor y del bien, caen en una vida vacía en la que quizás ya no
existe el dolor, pero en la que la oscura sensación de la falta de sentido y de
la soledad es mucho mayor aún. Lo que cura al hombre no es esquivar el
sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación,
madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo,
que ha sufrido con amor infinito. (37)
La grandeza de la
humanidad está determinada esencialmente por su relación con el sufrimiento y
con el que sufre. Esto es válido tanto para el individuo como para la sociedad.
Una sociedad que no logra aceptar a los que sufren y no es capaz de contribuir
mediante la compasión a que el sufrimiento sea compartido y sobrellevado
también interiormente, es una sociedad cruel e inhumana. … Aceptar al otro que
sufre significa asumir de alguna manera su sufrimiento, de modo que éste llegue
a ser también mío. … también la capacidad de aceptar el sufrimiento por amor
del bien, de la verdad y de la justicia, es constitutiva de la grandeza de la
humanidad porque, en definitiva, cuando mi bienestar, mi incolumidad, es más
importante que la verdad y la justicia, entonces prevalece el dominio del más
fuerte; entonces reinan la violencia y la mentira. ... Y también el « sí » al
amor es fuente de sufrimiento, porque el amor exige siempre nuevas renuncias de
mi yo, en las cuales me dejo modelar y herir. (38)
¿Somos capaces de
ello? ¿El otro es tan importante como para que, por él, yo me convierta en una
persona que sufre? ¿Es tan importante para mí la verdad como para compensar el
sufrimiento? ¿Es tan grande la promesa del amor que justifique el don de mí
mismo? … El hombre tiene un valor tan grande para Dios que se hizo hombre para
poder com-padecer Él mismo con el hombre, de modo muy real, en carne y sangre,
como nos manifiesta el relato de la Pasión de Jesús. ... Pero en las pruebas
verdaderamente graves, en las cuales tengo que tomar mi decisión definitiva de
anteponer la verdad al bienestar, a la carrera, a la posesión, es necesaria la
verdadera certeza, la gran esperanza de la que hemos hablado. (39)
La idea de poder
«ofrecer» las pequeñas dificultades cotidianas, que nos aquejan una y otra vez
como punzadas más o menos molestas, dándoles así un sentido, era parte de una
forma de devoción todavía muy difundida hasta no hace mucho tiempo, aunque hoy
tal vez menos practicada. … Estas personas estaban convencidas de poder incluir
sus pequeñas dificultades en el gran com-padecer de Cristo, que así entraban a
formar parte de algún modo del tesoro de compasión que necesita el género
humano. De esta manera, las pequeñas contrariedades diarias podrían encontrar
también un sentido y contribuir a fomentar el bien y el amor entre los hombres.
Quizás debamos preguntarnos realmente si esto no podría volver a ser una
perspectiva sensata también para nosotros. (40)
III. El Juicio como
lugar de aprendizaje y ejercicio de la esperanza
Ya desde los
primeros tiempos, la perspectiva del Juicio ha influido en los cristianos,
también en su vida diaria, como criterio para ordenar la vida presente, como
llamada a su conciencia y, al mismo tiempo, como esperanza en la justicia de
Dios. (41)
Si ante el sufrimiento
de este mundo es comprensible la protesta contra Dios, la pretensión de que la
humanidad pueda y deba hacer lo que ningún Dios hace ni es capaz de hacer, es
presuntuosa e intrínsecamente falsa. ... Un mundo que tiene que crear su
justicia por sí mismo es un mundo sin esperanza. Nadie ni nada responde del
sufrimiento de los siglos. Nadie ni nada garantiza que el cinismo del poder
–bajo cualquier seductor revestimiento ideológico que se presente– no siga
mangoneando en el mundo. (42)
En Él, el
Crucificado, se lleva al extremo la negación de las falsas imágenes de Dios.
Ahora Dios revela su rostro precisamente en la figura del que sufre y comparte
la condición del hombre abandonado por Dios, tomándola consigo. Este inocente
que sufre se ha convertido en esperanza-certeza: Dios existe, y Dios sabe crear
la justicia de un modo que nosotros no somos capaces de concebir y que, sin
embargo, podemos intuir en la fe. ... La necesidad meramente individual de una
satisfacción plena que se nos niega en esta vida, de la inmortalidad del amor
que esperamos, es ciertamente un motivo importante para creer que el hombre
esté hecho para la eternidad; pero sólo en relación con el reconocimiento de
que la injusticia de la historia no puede ser la última palabra en absoluto,
llega a ser plenamente convincente la necesidad del retorno de Cristo y de la
vida nueva. (43)
La opción de vida
del hombre se hace definitiva con la muerte; esta vida suya está ante el Juez.
Su opción, que se ha fraguado en el transcurso de toda la vida, puede tener
distintas formas. (45)
En gran parte de los
hombres –eso podemos suponer– queda en lo más profundo de su ser una última
apertura interior a la verdad, al amor, a Dios. Pero en las opciones concretas
de la vida, esta apertura se ha empañado con nuevos compromisos con el mal; ...
¿Qué sucede con estas personas cuando comparecen ante el Juez? Toda la suciedad
que ha acumulado en su vida, ¿se hará de repente irrelevante? (46)
El encuentro con Él
es el acto decisivo del Juicio. Ante su mirada, toda falsedad se deshace. Es el
encuentro con Él lo que, quemándonos, nos transforma y nos libera para llegar a
ser verdaderamente nosotros mismos. … nuestro modo de vivir no es irrelevante,
pero nuestra inmundicia no nos ensucia eternamente, al menos si permanecemos
orientados hacia Cristo, hacia la verdad y el amor. A fin de cuentas, esta
suciedad ha sido ya quemada en la Pasión de Cristo. (47)
Ningún ser humano es
una mónada cerrada en sí misma. Nuestras existencias están en profunda comunión
entre sí, entrelazadas unas con otras a través de múltiples interacciones.
Nadie vive solo. Ninguno peca solo. Nadie se salva solo. ... Así, mi
intercesión en modo alguno es algo ajeno para el otro, algo externo, ni
siquiera después de la muerte. En el entramado del ser, mi gratitud para con
él, mi oración por él, puede significar una pequeña etapa de su purificación. …
nunca deberíamos preguntarnos solamente: ¿Cómo puedo salvarme yo mismo?
Deberíamos preguntarnos también: ¿Qué puedo hacer para que otros se salven y
para que surja también para ellos la estrella de la esperanza? Entonces habré
hecho el máximo también por mi salvación personal. (48)
María, estrella de
la esperanza
No obstante toda la
grandeza y la alegría de los primeros pasos de la actividad de Jesús, ya en la
sinagoga de Nazaret experimentaste la verdad de aquella palabra sobre el «
signo de contradicción » (cf. Lc 4,28ss). Así has visto el
poder creciente de la hostilidad y el rechazo que progresivamente fue creándose
en torno a Jesús hasta la hora de la cruz, en la que viste morir como un
fracasado, expuesto al escarnio, entre los delincuentes, al Salvador del mundo.
… Probablemente habrás escuchado de nuevo en tu interior en aquella hora la
palabra del ángel, con la cual respondió a tu temor en el momento de la
anunciación: « No temas, María » (Lc 1,30). ¡Cuántas veces el
Señor, tu Hijo, dijo lo mismo a sus discípulos: no temáis! (50)