EXHORTACIÓN APOSTÓLICA
POST-SINODAL
RECONCILIATIO ET PAENITENTIA
DE
JUAN PABLO II
AL EPISCOPADO
AL CLERO Y A LOS FIELES
SOBRE LA RECONCILIACIÓN
Y LA PENITENCIA
EN LA MISIÓN
DE LA IGLESIA HOY
POST-SINODAL
RECONCILIATIO ET PAENITENTIA
DE
JUAN PABLO II
AL EPISCOPADO
AL CLERO Y A LOS FIELES
SOBRE LA RECONCILIACIÓN
Y LA PENITENCIA
EN LA MISIÓN
DE LA IGLESIA HOY
PROEMIO
ORIGEN Y SIGNIFICADO DEL DOCUMENTO
En cada uno de
estos significados penitencia está estrechamente unida a reconciliación,
puesto que reconciliarse con Dios, consigo mismo y con los demás presupone
superar la ruptura radical que es el pecado, lo cual se realiza solamente a
través de la transformación interior o conversión que
fructifica en la vida mediante los actos de penitencia. (4)
PRIMERA PARTE
CONVERSIÓN Y RECONCILIACIÓN
TAREA Y EMPEÑO DE LA IGLESIA
TAREA Y EMPEÑO DE LA IGLESIA
CAPÍTULO PRIMERO
UNA PARÁBOLA DE LA RECONCILIACIÓN
Del
hermano que estaba perdido...
El
hombre —todo hombre— es este hijo pródigo: hechizado por la tentación de
separarse del Padre para vivir independientemente la propia existencia; caído
en la tentación; desilusionado por el vacío que, como espejismo, lo había
fascinado; solo, deshonrado, explotado mientras buscaba construirse un mundo
todo para sí; atormentado incluso desde el fondo de la propia miseria por el
deseo de volver a la comunión con el Padre. Como el padre de la parábola, Dios
anhela el regreso del hijo, lo abraza a su llegada y adereza la mesa para el
banquete del nuevo encuentro, con el que se festeja la reconciliación.(5)
...al
hermano que se quedó en casa
El
hombre —todo hombre— es también este hermano mayor. El egoísmo lo hace ser
celoso, le endurece el corazón, lo ciega y lo hace cerrarse a los demás y a
Dios. La benignidad y la misericordia del Padre lo irritan y lo enojan; la
felicidad por el hermano hallado tiene para él un sabor amargo[21]. También bajo este aspecto
él tiene necesidad de convertirse para reconciliarse. (6)
CAPÍTULO SEGUNDO
A LAS FUENTES DE LA RECONCILIACIÓN
En
la luz de Cristo reconciliador
Y
precisamente ante el doloroso cuadro de las divisiones y de las dificultades de
la reconciliación entre los hombres, invito a mirar hacia el mysterium
Crucis como al drama más alto en el que Cristo percibe y sufre hasta
el fondo el drama de la división del hombre con respecto a Dios, hasta el punto
de gritar con las palabras del Salmista: «Dios mío, Dios mío ¿por qué me has
abandonado?»[30], llevando a cabo, al mismo
tiempo, nuestra propia reconciliación.(7)
La
Iglesia reconciliadora
En
las manos y labios de los apóstoles, sus mensajeros, el Padre ha puesto
misericordiosamente un ministerio de reconciliación que ellos
llevan a cabo de manera singular, en virtud del poder de actuar «in persona
Christi». Mas también a toda la comunidad de los creyentes, a todo el
conjunto de la Iglesia, le ha sido confiada la palabra de
reconciliación, esto es, la tarea de hacer todo lo posible para dar
testimonio de la reconciliación y llevarla a cabo en el mundo. (8)
La
Iglesia reconciliada
Frente
a nuestros contemporáneos —tan sensibles a la prueba del testimonio concreto de
vida— la Iglesia está llamada a dar ejemplo de reconciliación ante todo hacia
dentro; por esta razón, todos debemos esforzarnos en pacificar los ánimos,
moderar las tensiones, superar las divisiones, sanar las heridas que se hayan
podido abrir entre hermanos, cuando se agudiza el contraste de las opciones en
el campo de lo opinable, buscando por el contrario, estar unidos en lo que es
esencial para la fe y para la vida cristiana, según la antigua máxima: In
dubiis libertas, in necessariis unitas, in omnibus caritas. (9)
CAPÍTULO TERCERO
LA INICIATIVA DE DIOS Y EL MINISTERIO DE LA IGLESIA
Por
ser una comunidad reconciliada y reconciliadora, la Iglesia no puede olvidar
que en el origen mismo de su don y de su misión reconciliadora se halla la
iniciativa llena de amor compasivo y misericordioso del Dios que es amor y que por amor ha creado a los hombres; los ha creado para que vivan en amistad con Él y en
mutua comunión.
La
reconciliación viene de Dios
Dios
es fiel a su designio eterno incluso cuando el hombre, empujado por el Maligno y arrastrado por su orgullo, abusa de la libertad
que le fue dada para amar y buscar el bien generosamente, negándose a obedecer
a su Señor y Padre; continúa siéndolo incluso cuando el hombre, en lugar de
responder con amor al amor de Dios, se le enfrenta como a un rival, haciéndose
ilusiones y presumiendo de sus propias fuerzas, con la consiguiente ruptura de
relaciones con Aquel que lo creó. A pesar de esta prevaricación del
hombre, Dios permanece fiel al amor. (10)
La
Iglesia, gran sacramento de reconciliación
Lo
es, sobre todo, por su existencia misma de comunidad reconciliada, que
testimonia y representa en el mundo la obra de Cristo.
Además,
lo es por su servicio como guardiana e intérprete de la Sagrada Escritura, qu
es gozosa nueva de reconciliación en cuanto que, generación tras generación,
hace conocer el designio amoroso de Dios e indica a cada una de ellas los
caminos de la reconciliación universal en Cristo.
Por
último, lo es también por los siete sacramentos que, cada uno de ellos en modo
peculiar «edifican la Iglesia». De hecho, puesto que
conmemoran y renuevan el misterio de la Pascua de Cristo, todos los sacramentos
son fuente de vida para la Iglesia y, en sus manos, instrumentos de conversión
a Dios y de reconciliación de los hombres. (11)
Otras
vías de reconciliación
La
primera vía de esta acción salvífica es la oración. Sin duda la Virgen, Madre
de Dios y de la Iglesia[53], y los Santos, que llegaron
ya al final del camino terreno y gozan de la gloria de Dios, sostienen con su
intercesión a sus hermanos peregrinos en el mundo, en un esfuerzo de
conversión, de fe, de levantarse tras cada caída, de acción para hacer crecer
la comunión y la paz en la Iglesia y en el mundo.
Existe
además otra vía: la de la predicación.
Existe
también la vía, frecuentemente difícil y áspera, de la acción pastoral para
devolver a cada hombre —sea quien sea y dondequiera se halle— al camino, a
veces largo, del retorno al Padre en comunión con todos los hermanos.
Existe,
finalmente, la vía, casi siempre silenciosa, del testimonio, la cual nace de
una doble convicción de la Iglesia: la de ser en sí misma «indefectiblemente
santa» pero a la vez necesitada de ir «purificándose
día a día hasta que Cristo la haga comparecer ante sí gloriosa, sin manchas ni
arrugas» pues, a causa de nuestros pecados a veces «su rostro resplandece
menos» a los ojos de quien la mira. (12)
SEGUNDA PARTE
EL AMOR MÁS GRANDE QUE EL PECADO
El
drama del hombre
En
realidad, reconciliarse con Dios presupone e incluye desasirse con lucidez y
determinación del pecado en el que se ha caído. Presupone e incluye, por
consiguiente, hacer penitencia en el sentido más completo del
término: arrepentirse, mostrar arrepentimiento, tomar la actitud concreta de
arrepentido, que es la de quien se pone en el camino del retorno al Padre. Esta
es una ley general que cada cual ha de seguir en la situación particular en que
se halla. En efecto, no puede tratarse sobre el pecado y la conversión
solamente en términos abstractos.
¿Por
qué falló aquel ambicioso proyecto? ¿Por qué «se cansaron en vano los
constructores»? Porque los hombres habían puesto
como señal y garantía de la deseada unidad solamente una obra de sus manos
olvidando la acción del Señor. Habían optado por la sola dimensión horizontal
del trabajo y de la vida social, no prestando atención a aquella vertical con
la que se hubieran encontrado enraizados en Dios, su Creador y Señor, y
orientados hacia Él como fin último de su camino. (13)
CAPÍTULO PRIMERO
EL MISTERIO DEL PECADO
Este
es sin duda, obra de la libertad del hombre; mas dentro de su mismo peso humano
obran factores por razón de los cuales el pecado se sitúa mas allá de lo
humano, en aquella zona límite donde la conciencia, la voluntad y la
sensibilidad del hombre están en contacto con las oscuras fuerzas que, según
San Pablo, obran en el mundo hasta enseñorearse de él.
La
desobediencia a Dios
Exclusión
de Dios, ruptura con Dios, desobediencia a Dios; a lo largo de toda la historia humana esto ha sido y
es bajo formas diversas el pecado, que puede llegar hasta la negación de
Dios y de su existencia; es el fenómeno llamado ateísmo. Desobediencia del
hombre que no reconoce mediante un acto de su libertad el dominio de Dios sobre
la vida, al menos en aquel determinado momento en que viola su ley. (14)
La
división entre hermanos
En
cuanto ruptura con Dios el pecado es el acto de desobediencia de una criatura
que, al menos implícitamente, rechaza a aquel de quien salió y que la mantiene
en vida; es, por consiguiente, un acto suicida. Puesto que con el pecado el
hombre se niega a someterse a Dios, también su equilibrio interior se rompe y
se desatan dentro de sí contradicciones y conflictos. Desgarrado de esta forma
el hombre provoca casi inevitablemente una ruptura en sus relaciones con los
otros hombres y con el mundo creado. Es una ley y un hecho objetivo que pueden
comprobarse en tantos momentos de la psicología humana y de la vida espiritual,
así como en la realidad de la vida social, en la que fácilmente pueden
observarse repercusiones y señales del desorden interior.
El
misterio del pecado se compone de esta doble herida, que el pecador abre en su
propio costado y en relación con el prójimo. Por consiguiente, se puede hablar
de pecado personal y social. Todo pecado es personal bajo
un aspecto; bajo otro aspecto, todo pecado es social, en cuanto y
debido a que tiene también consecuencias sociales. (15)
Pecado
personal y pecado social
El
pecado, en sentido verdadero y propio, es siempre un acto de la persona, porque
es un acto libre de la persona individual, y no precisamente de un grupo o una
comunidad.
Es
una verdad de fe, confirmada también por nuestra experiencia y razón, que la
persona humana es libre. No se puede ignorar esta verdad con el fin de
descargar en realidades externas —las estructuras, los sistemas, los demás— el
pecado de los individuos. Después de todo, esto supondría eliminar la dignidad
y la libertad de la persona, que se revelan —aunque sea de modo tan negativo y
desastroso— también en esta responsabilidad por el pecado cometido. Y así, en
cada hombre no existe nada tan personal e intrasferible como el mérito de la
virtud o la responsabilidad de la culpa.
Por
ser el pecado una acción de la persona, tiene sus primeras y más importantes
consecuencias en el pecador mismo, o sea, en la relación de éste
con Dios —que es el fundamento mismo de la vida humana— y en su espíritu,
debilitando su voluntad y oscureciendo su inteligencia.
Hablar
de pecado social quiere decir, ante todo, reconocer que, en
virtud de una solidaridad humana tan misteriosa e imperceptible como real y
concreta, el pecado de cada uno repercute en cierta manera en los demás.
Algunos
pecados, sin embargo, constituyen, por su mismo objeto, una agresión directa
contra el prójimo y —más exactamente según el lenguaje evangélico— contra el
hermano. Son una ofensa a Dios, porque ofenden al prójimo. A estos pecados se
suele dar el nombre de sociales, y ésta es la segunda acepción de
la palabra. En este sentido es social el pecado contra el amor
del prójimo, que viene a ser mucho más grave en la ley de Cristo porque está en
juego el segundo mandamiento que es «semejante al primero».
Es igualmente social todo pecado cometido contra la justicia
en las relaciones tanto interpersonales como en las de la persona con la
sociedad, y aun de la comunidad con la persona. Es social todo
pecado cometido contra los derechos de la persona humana, comenzando por el
derecho a la vida, sin excluir la del que está por nacer, o contra la
integridad física de alguno; todo pecado contra la libertad ajena,
especialmente contra la suprema libertad de creer en Dios y de adorarlo; todo
pecado contra la dignidad y el honor del prójimo. Es social todo
pecado contra el bien común y sus exigencias, dentro del amplio panorama de los
derechos y deberes de los ciudadanos. Puede ser social el
pecado de obra u omisión por parte de dirigentes políticos, económicos y
sindicales, que aun pudiéndolo, no se empeñan con sabiduría en el mejoramiento
o en la transformación de la sociedad según las exigencias y las posibilidades
del momento histórico; así como por parte de trabajadores que no cumplen con
sus deberes de presencia y colaboración, para que las fábricas puedan seguir
dando bienestar a ellos mismos, a sus familias y a toda la sociedad.
La
tercera acepción de pecado social se refiere a las relaciones
entre las distintas comunidades humanas. (…) si se habla de pecado
social, aquí la expresión tiene un significado evidentemente analógico.
La
Iglesia, cuando habla de situaciones de pecado o denuncia
como pecados sociales … sabe y proclama que estos casos
de pecado social son el fruto, la acumulación y la
concentración de muchos pecados personales … Por lo tanto, las
verdaderas responsabilidades son de las personas.
Una
situación —como una institución, una estructura, una sociedad— no es, de suyo,
sujeto de actos morales; por lo tanto, no puede ser buena o mala en sí misma.
(16)
Mortal
y venial
Es pecado
mortal lo que tiene como objeto una materia grave y que, además, es
cometido con pleno conocimiento y deliberado consentimiento. Es un deber añadir
-como se ha hecho también en el Sínodo- que algunos pecados, por razón de su
materia, son intrínsecamente graves y mortales. Es decir,
existen actos que, por sí y en sí mismos, independientemente de las
circunstancias, son siempre gravemente ilícitos por razón de su objeto. Estos
actos, si se realizan con el suficiente conocimiento y libertad, son siempre
culpa grave.
El
hombre sabe bien, por experiencia, que en el camino de fe y justicia que lo
lleva al conocimiento y al amor de Dios en esta vida y hacia la perfecta unión
con él en la eternidad, puede detenerse o distanciarse, sin por ello abandonar
la vida de Dios; en este caso se da el pecado venial, que, sin
embargo, no deberá ser atenuado como si automáticamente se convirtiera en algo
secundario o en un «pecado de poca importancia».
Pero
el hombre sabe también, por una experiencia dolorosa, que mediante un acto
consciente y libre de su voluntad puede volverse atrás, caminar en el sentido
opuesto al que Dios quiere y alejarse así de Él (aversio a Deo), rechazando
la comunión de amor con Él, separándose del principio de vida que es Él, y
eligiendo, por lo tanto, la muerte.
Siguiendo
la tradición de la Iglesia, llamamos pecado mortal al acto,
mediante el cual un hombre, con libertad y conocimiento, rechaza a Dios, su
ley, la alianza de amor que Dios le propone, prefiriendo volverse a sí mismo, a
alguna realidad creada y finita, a algo contrario a la voluntad divina (conversio
ad creaturam). Esto puede ocurrir de modo directo y formal, como en los
pecados de idolatría, apostasía y ateísmo; o de modo equivalente, como en todos
los actos de desobediencia a los mandamientos de Dios en materia grave. El
hombre siente que esta desobediencia a Dios rompe la unión con su principio
vital: es un pecado mortal, o sea un acto que ofende gravemente a
Dios y termina por volverse contra el mismo hombre con una oscura y poderosa
fuerza de destrucción.
Del
mismo modo se deberá evitar reducir el pecado mortal a un acto de «opción
fundamental» —como hoy se suele decir— contra Dios, entendiendo con ello un
desprecio explícito y formal de Dios o del prójimo. Se comete, en efecto, un
pecado mortal también, cuando el hombre, sabiendo y queriendo elige, por
cualquier razón, algo gravemente desordenado. En efecto, en esta elección está
ya incluido un desprecio del precepto divino, un rechazo del amor de Dios hacia
la humanidad y hacia toda la creación: el hombre se aleja de Dios y pierde la
caridad. La orientación fundamental puede pues ser radicalmente modificada por
actos particulares. Sin duda pueden darse situaciones muy complejas y oscuras
bajo el aspecto psicológico, que influyen en la imputabilidad subjetiva del
pecador. Pero de la consideración de la esfera psicológica no se puede pasar a
la constitución de una categoría teológica, como es concretamente la «opción
fundamental» entendida de tal modo que, en el plano objetivo, cambie o ponga en
duda la concepción tradicional de pecado mortal. (17)
Pérdida
del sentido del pecado
¿No
vive el hombre contemporáneo bajo la amenaza de un eclipse de la conciencia, de
una deformación de la conciencia, de un entorpecimiento o de una
"anestesia" de la conciencia?. Muchas señales
indican que en nuestro tiempo existe este eclipse, que es tanto más
inquietante, en cuanto esta conciencia, definida por el Concilio como «el
núcleo más secreto y el sagrario del hombre», está
«íntimamente unida a la libertad del hombre (...). Por esto la
conciencia, de modo principal, se encuentra en la base de la dignidad interior
del hombre y, a la vez, de su relación con Dios». Por
lo tanto, es inevitable que en esta situación quede oscurecido también el
sentido del pecado, que está íntimamente unido a la conciencia
moral, a la búsqueda de la verdad, a la voluntad de hacer un uso responsable de
la libertad.
¿Por qué
este fenómeno en nuestra época? Una mirada a determinados elementos de la
cultura actual puede ayudarnos a entender la progresiva atenuación del sentido
del pecado.
El
«secularismo» que por su misma naturaleza y definición es un movimiento
de ideas y costumbres, defensor de un humanismo que hace total abstracción de
Dios, y que se concentra totalmente en el culto del hacer y del producir, a la
vez que embriagado por el consumo y el placer, sin preocuparse por el peligro
de «perder la propia alma», no puede menos de minar el sentido del pecado.
En
base a determinadas afirmaciones de la psicología, la preocupación por no
culpar o por no poner frenos a la libertad, lleva a no reconocer jamás
una falta. Por una indebida extrapolación de los criterios de la ciencia
sociológica se termina —como ya he indicado— con cargar sobre la sociedad todas
las culpas de las que el individuo es declarado inocente. A su vez, también una
cierta antropología cultural, a fuerza de agrandar los innegables
condicionamientos e influjos ambientales e históricos que actúan en el
hombre, limita tanto su responsabilidad que no le reconoce la capacidad de
ejecutar verdaderos actos humanos y, por lo tanto, la posibilidad de pecar.
Una
ética que deriva de un determinado relativismo historicista.
Se
diluye finalmente el sentido del pecado, cuando … se identifica erróneamente con el sentimiento
morboso de la culpa o con la simple transgresión de normas y preceptos
legales.
En
tal situación el ofuscamiento o debilitamiento del sentido del pecado deriva ya
sea del rechazo de toda referencia a lo trascendente en nombre de la aspiración
a la autonomía personal, ya sea del someterse a modelos éticos impuestos por el
consenso y la costumbre general, aunque estén condenados por la conciencia
individual, ya sea de las dramáticas condiciones socio-económicas que oprimen a
gran parte de la humanidad, creando la tendencia a ver errores y culpas sólo en
el ámbito de lo social; ya sea, finalmente y sobre todo, del oscurecimiento de
la idea de la paternidad de Dios y de su dominio sobre la vida del hombre.
Restablecer el
sentido justo del pecado es la primera manera de afrontar la grave
crisis espiritual, que afecta al hombre de nuestro tiempo. Pero el sentido del
pecado se restablece únicamente con una clara llamada a los principios
inderogables de razón y de fe que la doctrina moral de la Iglesia ha
sostenido siempre. (18)
CAPÍTULO SEGUNDO
«MYSTERIUM PIETATIS»
Es
el mismo Cristo
Este
misterio de la infinita piedad de Dios hacia nosotros es capaz de
penetrar hasta las raíces más escondidas de nuestra iniquidad, para suscitar en
el alma un movimiento de conversión, redimirla e impulsarla hacia la
reconciliación.(20)
El
esfuerzo del cristiano
Pero
existe en el mysterium pietatis otro aspecto; a la piedad
de Dios hacia el cristiano debe corresponder la piedad del
cristiano hacia Dios. En esta segunda acepción, la piedad (eusébeia)
significa precisamente el comportamiento del cristiano, que a la piedad
paternal de Dios responde con su piedad filial.
También
en este sentido la piedad, como fuerza de conversión y
reconciliación, afronta la iniquidad y el pecado. (21)
Hacia
una vida reconciliada
Así
la Palabra de la Escritura, al manifestarnos el misterio de la piedad,
abre la inteligencia humana a la conversión y reconciliación, entendidas no
como meras abstracciones, sino como valores cristianos concretos a conquistar
en nuestra vida diaria.
Cuando
nos damos cuenta de que el amor que Dios tiene por nosotros no se para ante
nuestro pecado, no se echa atrás ante nuestras ofensas, sino que se hace más
solícito y generoso; cuando somos conscientes de que este amor ha llegado
incluso a causar la pasión y la muerte del Verbo hecho carne, que ha aceptado
redimirnos pagando con su Sangre, entonces prorrumpimos en un acto de
reconocimiento: «Sí, el Señor es rico en misericordia» y decimos asimismo: «El
Señor es misericordia». (22)
TERCERA PARTE
LA PASTORAL DE LA PENITENCIA Y DE LA RECONCILIACIÓN
CAPÍTULO PRIMERO
MEDIOS Y VÍAS
PARA LA PROMOCIÓN DE LA PENITENCIA
Y DE LA RECONCILIACIÓN
PARA LA PROMOCIÓN DE LA PENITENCIA
Y DE LA RECONCILIACIÓN
El
diálogo
El
diálogo pastoral en vista de la reconciliación sigue siendo hoy una obligación
fundamental de la Iglesia en los diversos ambientes y niveles.
La
misma Iglesia promueve, ante todo, un diálogo ecuménico, esto es, entre las
Iglesias y Comunidades eclesiales que comparten la fe en Cristo, Hijo de Dios y
único Salvador; es un diálogo con las otras comunidades de hombres que, al
igual que los cristianos, buscan a Dios y quieren tener una relación de
comunión con Él.
Debe
darse un esfuerzo sincero de diálogo permanente y renovado dentro de la misma
Iglesia católica. Ella es consciente de ser por su naturaleza, sacramento
de la comunión universal de caridad.
Hay
que reafirmar que, por parte de la Iglesia y sus miembros, el diálogo, de
cualquier forma se desarrolle —y son y pueden ser muy diversas, dado que el
mismo concepto de diálogo tiene un valor analógico— , no podrá jamás partir de
una actitud de indiferencia hacia la verdad, sino que debe ser más bien una
presentación de la misma realizada de modo sereno y respetando la inteligencia
y conciencia ajena. (25)
La
Catequesis
Ahora
bien, si la Iglesia es «columna y fundamento de la verdad» y
ha sido puesta en el mundo como Madre y Maestra, ¿cómo podría olvidar el
cometido de enseñar la verdad que constituye un camino de vida?
De
los Pastores de la Iglesia se espera, ante todo, una catequesis sobre la reconciliación. (…) Sobre este tema de
la reconciliación fraterna Jesús insiste mucho: por ejemplo, cuando invita a
poner la otra mejilla a quien nos ha golpeado y a dejar también el manto a
quien nos ha quitado la túnica, o cuando inculca la
ley del perdón que cada uno recibe en la medida en la que sabe perdonar; perdón que hay que ofrecer también a los enemigos; perdón que hay que conceder setenta veces siete, es decir, prácticamente sin limitación alguna.
De
los Pastores de la Iglesia se espera también una catequesis sobre la penitencia. … Este mensaje subraya en la
penitencia ante todo su valor de conversión, … que literalmente
significa cambiar radicalmente la actitud del espíritu para
hacerlo volver a Dios.
Penitencia
significa también arrepentimiento. Los dos sentidos de la metánoia
aparecen en la consigna significativa dada por Jesús: «Si tu hermano se
arrepiente ( = vuelve a ti), perdónale. Si siete veces al día peca contra ti y
siete veces se vuelve a ti diciéndote: "Me arrepiento", le
perdonarás»[140]. Una buena catequesis
enseñará cómo el arrepentimiento, al igual que la conversión, lejos de ser un
sentimiento superficial, es un verdadero cambio radical del alma.
Un
tercer valor contenido en la penitencia es … Hacer penitencia quiere decir,
sobre todo, restablecer el equilibrio y la armonía rotos por el pecado, cambiar
dirección incluso a costa de sacrificio.
Al
hombre contemporáneo parece que le cuesta más que nunca reconocer los propios
errores y decidir volver sobre sus pasos para reemprender el camino después de
haber rectificado la marcha; parece muy reacio a decir «me arrepiento» o «lo
siento»; parece rechazar instintivamente, y con frecuencia irresistiblemente,
todo lo que es penitencia en el sentido del sacrificio aceptado y practicado
para la corrección del pecado. A este respecto, quisiera subrayar que, aunque
mitigada desde hace algún tiempo, la disciplina penitencial de la
Iglesia no puede ser abandonada sin grave daño, tanto para la vida
interior de los cristianos y de la comunidad eclesial como para su capacidad de
irradiación misionera. No es raro que los no cristianos se sorprendan por el
escaso testimonio de verdadera penitencia por parte de los discípulos de
Cristo.
Está
claro, por lo demás, que la penitencia cristiana será auténtica si está
inspirada por el amor, y no sólo por el temor; si consiste en un verdadero
esfuerzo por crucificar al «hombre viejo» para que pueda renacer el «nuevo»,
por obra de Cristo; si sigue como modelo a Cristo que, aun siendo inocente,
escogió el camino de la pobreza, de la paciencia, de la austeridad y, podría
decirse, de la vida penitencial.
De
los Pastores de la Iglesia se espera asimismo —como ha recordado el Sínodo—
una catequesis sobre la
conciencia y su formación.
- Sobre
el sentido del pecado.
- Sobre la tentación y
las tentaciones el mismo Señor Jesús, Hijo de Dios,
«probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado», quiso ser tentado por el Maligno, para indicar que, como Él, también los suyos
serían sometidos a la tentación, así como para mostrar cómo conviene
comportarse en la tentación.
- Sobre
el ayuno …como signo de conversión, de
arrepentimiento y de mortificación personal y, al mismo tiempo, de unión
con Cristo Crucificado, y de solidaridad con los que padecen hambre y los
que sufren.
- Sobre
la limosna que es un medio para hacer concreta la
caridad.
- Sobre el vínculo íntimo que une la
superación de las divisiones en el mundo con la comunión plena con Dios y
entre los hombres.
- Sobre
las circunstancias concretas en las que se debe
realizar la reconciliación (en la familia, en la comunidad civil, en las
estructuras sociales) y, particularmente, sobre la cuádruple
reconciliación que repara las cuatro fracturas fundamentales:
reconciliación del hombre con Dios, consigo mismo, con los hermanos, con
todo lo creado.
- La Iglesia
tampoco puede omitir, sin grave mutilación de su mensaje esencial, una
constante catequesis sobre lo que el lenguaje cristiano tradicional
designa como los cuatro novísimos del hombre: muerte, juicio
(particular y universal), infierno y gloria.
- En una
cultura, que tiende a encerrar al hombre en su vicisitud terrena más o
menos lograda, se pide a los Pastores de la Iglesia una catequesis que
abra e ilumine con la certeza de la fe el más allá de la vida presente;
más allá de las misteriosas puertas de la muerte se perfila una eternidad
de gozo en la comunión con Dios o de pena lejos de Él. Solamente en esta
visión escatológica se puede tener la medida exacta del pecado y sentirse impulsados
decididamente a la penitencia y a la reconciliación.
No
puede faltar a la catequesis la preciosa aportación de la doctrina
social de la Iglesia.
En
la base de esta enseñanza social de la Iglesia se encuentra, obviamente, la
visión que ella saca de la Palabra de Dios sobre los derechos y deberes de los
individuos, de la familia y de la comunidad; sobre el valor de la libertad y
las dimensiones de la justicia; sobre la primacía de la caridad; sobre la
dignidad de la persona humana y las exigencias del bien común, al que deben
mirar la política y la misma economía. Sobre estos principios fundamentales del
Magisterio social, que confirman y proponen de nuevo los dictámenes universales
de la razón y de la conciencia de los pueblos, se apoya en gran parte la
esperanza de una solución pacífica de tantos conflictos sociales y, en
definitiva, de la reconciliación universal. (26)
CAPÍTULO SEGUNDO
EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA Y DE LA RECONCILIACIÓN
Algunas
convicciones fundamentales
I.Para
un cristiano, el Sacramento de la Penitencia es el camino ordinario para
obtener el perdón y la remisión de sus pecados graves cometidos después del
Bautismo. … Sería pues insensato, además de presuntuoso, querer prescindir
arbitrariamente de los instrumentos de gracia y de salvación que el Señor ha
dispuesto y, en su caso específico, pretender recibir el perdón prescindiendo
del Sacramento instituido por Cristo precisamente para el perdón.
II.
La segunda convicción se refiere a la función del Sacramento de la
Penitencia para quien acude a él. Este es, según la concepción
tradicional más antigua, una especie de acto judicial; pero dicho
acto se desarrolla ante un tribunal de misericordia, más que de estrecha y
rigurosa justicia, de modo que no es comparable sino por analogía a los
tribunales humanos, es decir, en cuanto que el pecador
descubre allí sus pecados y su misma condición de criatura sujeta al pecado; se
compromete a renunciar y a combatir el pecado; acepta la pena (penitencia
sacramental) que el confesor le impone, y recibe la absolución.
Pero
reflexionando sobre la función de este Sacramento, la conciencia de la Iglesia
descubre en él, además del carácter de juicio en el sentido indicado, un carácter terapéutico
o medicinal. … El Rito de la Penitencia alude a este
aspecto medicinal del Sacramento, al que el hombre
contemporáneo es quizás más sensible, viendo en el pecado, ciertamente, lo que
comporta de error, pero todavía más lo que demuestra en orden a la debilidad y
enfermedad humana.
Y
precisamente por esto el Sacramento implica, por parte del penitente, la
acusación sincera y completa de los pecados, que tiene por tanto una razón de
ser inspirada no sólo por objetivos ascéticos (como el ejercicio de la humildad
y de la mortificación), sino inherente a la naturaleza misma del Sacramento.
III.
La tercera convicción, que quiero acentuar se refiere a las realidades
o partes que componen el signo sacramental del perdón y de la
reconciliación. Algunas de estas realidades son actos del penitente,
de diversa importancia, pero indispensable cada uno o para la validez e
integridad del signo, o para que éste sea fructuoso.
·
la rectitud y la transparencia de la conciencia
del penitente. … El signo sacramental de esta transparencia de la
conciencia es el acto tradicionalmente llamado examen de conciencia,
acto que debe ser siempre no una ansiosa introspección psicológica, sino la
confrontación sincera y serena con la ley moral interior, con las normas
evangélicas propuestas por la Iglesia, con el mismo Cristo Jesús, que es para
nosotros maestro y modelo de vida, y con el Padre celestial, que nos llama al
bien y a la perfección.
·
el acto esencial de la Penitencia, por
parte del penitente, es la contrición, o sea, un rechazo
claro y decidido del pecado cometido, junto con el propósito de no volver a
cometerlo, por el amor que se tiene a Dios y que
renace con el arrepentimiento. La contrición, entendida así, es, pues, el
principio y el alma de la conversión
·
es bueno recordar y destacar que contrición y conversión son aún más un
acercamiento a la santidad de Dios, un nuevo encuentro de la propia verdad
interior, turbada y trastornada por el pecado, una liberación en lo más
profundo de sí mismo y, con ello, una recuperación de la alegría perdida, la
alegría de ser salvados, que la mayoría de los hombres
de nuestro tiempo ha dejado de gustar.
·
la acusación de los pecados. Esta aparece tan importante que, desde hace siglos,
el nombre usual del Sacramento ha sido y es todavia el de confesión. Acusar
los pecados propios es exigido ante todo por la necesidad de que el pecador sea
conocido por aquel que en el Sacramento ejerce el papel de juez —el
cual debe valorar tanto la gravedad de los pecados, como el arrepentimiento del
penitente— y a la vez hace el papel de médico, que debe conocer el
estado del enfermo para ayudarlo y curarlo. Pero la confesión individual tiene
también el valor de signo; signo del encuentro del pecador con la
mediación eclesial en la persona del ministro; signo del propio reconocerse
ante Dios y ante la Iglesia como pecador, del comprenderse a sí mismo bajo la
mirada de Dios. … Es el gesto del hijo pródigo que vuelve al padre y es acogido
por él con el beso de la paz; gesto de lealtad y de valentía; gesto de entrega
de sí mismo, por encima del pecado, a la misericordia que perdona. Se comprende entonces por qué la acusación de
los pecados debe ser ordinariamente individual y no colectiva, ya que
el pecado es un hecho profundamente personal.
·
la absolución. Las palabras que la expresan y los gestos que la
acompañan en el antiguo y en el nuevo Rito de la Penitencia revisten
una sencillez significativa en su grandeza. La fórmula sacramental: «Yo te
absuelvo ...», y la imposición de la mano y la señal de la cruz, trazada sobre
el penitente, manifiestan que en aquel momento el pecador
contrito y convertido entra en contacto con el poder y la misericordia de Dios.
Es el momento en el que, en respuesta al penitente, la Santísima Trinidad se
hace presente para borrar su pecado y devolverle la inocencia, y la fuerza
salvífica de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús es comunicada al mismo
penitente como «misericordia más fuerte que la culpa y la ofensa», según la
definí en la Encíclica Dives in misericordia. Dios es siempre el
principal ofendido por el pecado -«tibi soli peccavi»-, y sólo Dios puede
perdonar.
·
la satisfacción es
el acto final, que corona el signo sacramental de la Penitencia. En algunos
Países lo que el penitente perdonado y absuelto acepta cumplir, después de
haber recibido la absolución, se llama precisamente penitencia.
¿Cuál es el significado de esta satisfacción que se hace, o de esta penitencia
que se cumple? No es ciertamente el precio que se paga por el pecado absuelto y
por el perdón recibido; … son el signo del
compromiso personal que el cristiano ha asumido ante Dios, en el
Sacramento, de comenzar una existencia nueva (y por ello no deberían reducirse
solamente a algunas fórmulas a recitar, sino que deben consistir en acciones de
culto, caridad, misericordia y reparación.
IV.
Queda por hacer una breve alusión a otras importantes convicciones sobre
el Sacramento de la Penitencia.
Pero
al mismo tiempo es innegable la dimensión social de este Sacramento, en el que
es la Iglesia entera —la militante, la purgante y la gloriosa del Cielo— la que
interviene para socorrer al penitente y lo acoge de nuevo en su regazo, tanto
más que toda la Iglesia había sido ofendida y herida por su pecado.
V. Tal
reconciliación con Dios tiene como consecuencia, por así decir, otras
reconciliaciones que reparan las rupturas causadas por el pecado: el penitente
perdonado se reconcilia consigo mismo en el fondo más intimo de su propio ser,
en el que recupera la propia verdad interior; se reconcilia con los hermanos,
agredidos y lesionados por él de algún modo; se reconcilia con la Iglesia; se
reconcilia con toda la creación.