CARTA APOSTÓLICA
SALVIFICI DOLORIS
DEL SUMO PONTÍFICE
JUAN PABLO II
SOBRE EL SENTIDO CRISTIANO
DEL SUFRIMIENTO HUMANO
INTRODUCCIÓN
Aunque el hombre conoce bien y tiene presentes los sufrimientos del mundo animal, sin embargo lo que expresamos con la palabra « sufrimiento » parece ser particularmente esencial a la naturaleza del hombre. Ello es tan profundo como el hombre, precisamente porque manifiesta a su manera la profundidad propia del hombre y de algún modo la supera. El sufrimiento parece pertenecer a la trascendencia del hombre; es uno de esos puntos en los que el hombre está en cierto sentido « destinado » a superarse a sí mismo, y de manera misteriosa es llamado a hacerlo. (2)
Aunque el hombre conoce bien y tiene presentes los sufrimientos del mundo animal, sin embargo lo que expresamos con la palabra « sufrimiento » parece ser particularmente esencial a la naturaleza del hombre. Ello es tan profundo como el hombre, precisamente porque manifiesta a su manera la profundidad propia del hombre y de algún modo la supera. El sufrimiento parece pertenecer a la trascendencia del hombre; es uno de esos puntos en los que el hombre está en cierto sentido « destinado » a superarse a sí mismo, y de manera misteriosa es llamado a hacerlo. (2)
EL MUNDO DEL SUFRIMIENTO HUMANO
El hombre sufre de modos diversos, no siempre considerados por la medicina, ni siquiera en sus más avanzadas ramificaciones. El sufrimiento es algo todavía más amplio que la enfermedad, más complejo y a la vez aún más profundamente enraizado en la humanidad misma. Una cierta idea de este problema nos viene de la distinción entre sufrimiento físico y sufrimiento moral. Esta distinción toma como fundamento la doble dimensión del ser humano, e indica el elemento corporal y espiritual como el inmediato o directo sujeto del sufrimiento. Aunque se puedan usar como sinónimos, hasta un cierto punto, las palabras « sufrimiento » y « dolor », el sufrimiento físico se da cuando de cualquier manera « duele el cuerpo », mientras que el sufrimiento moral es « dolor del alma ». Se trata, en efecto, del dolor de tipo espiritual, y no sólo de la dimensión « psíquica » del dolor que acompaña tanto el sufrimiento moral como el físico. La extensión y la multiformidad del sufrimiento moral no son ciertamente menores que las del físico; pero a la vez aquél aparece como menos identificado y menos alcanzable por la terapéutica. (5)
El hombre sufre de modos diversos, no siempre considerados por la medicina, ni siquiera en sus más avanzadas ramificaciones. El sufrimiento es algo todavía más amplio que la enfermedad, más complejo y a la vez aún más profundamente enraizado en la humanidad misma. Una cierta idea de este problema nos viene de la distinción entre sufrimiento físico y sufrimiento moral. Esta distinción toma como fundamento la doble dimensión del ser humano, e indica el elemento corporal y espiritual como el inmediato o directo sujeto del sufrimiento. Aunque se puedan usar como sinónimos, hasta un cierto punto, las palabras « sufrimiento » y « dolor », el sufrimiento físico se da cuando de cualquier manera « duele el cuerpo », mientras que el sufrimiento moral es « dolor del alma ». Se trata, en efecto, del dolor de tipo espiritual, y no sólo de la dimensión « psíquica » del dolor que acompaña tanto el sufrimiento moral como el físico. La extensión y la multiformidad del sufrimiento moral no son ciertamente menores que las del físico; pero a la vez aquél aparece como menos identificado y menos alcanzable por la terapéutica. (5)
Cada hombre, mediante su sufrimiento personal, constituye no sólo una pequeña parte de ese « mundo », sino que a la vez aquel « mundo » está en él como una entidad finita e irrepetible. Unida a ello está, sin embargo, la dimensión interpersonal y social. El mundo del sufrimiento posee como una cierta compactibilidad propia. Los hombres que sufren se hacen semejantes entre sí a través de la analogía de la situación, la prueba del destino o mediante la necesidad de comprensión y atenciones; quizá sobre todo mediante la persistente pregunta acerca del sentido de tal situación. Por ello, aunque el mundo del sufrimiento exista en la dispersión, al mismo tiempo contiene en sí un singular desafío a la comunión y la solidaridad. Trataremos de seguir también esa llamada en estas reflexiones... ...De esta manera ese mundo de sufrimiento, que en definitiva tiene su sujeto en cada hombre, parece transformarse en nuestra época —quizá más que en cualquier otro momento— en un particular « sufrimiento del mundo »; del mundo que ha sido transformado, como nunca antes, por el progreso realizado por el hombre y que, a la vez, está en peligro más que nunca, a causa de los errores y culpas del hombre. (8)
A LA BÚSQUEDA DE UNA RESPUESTA A LA PREGUNTA SOBRE EL SENTIDO DEL SUFRIMIENTO HUMANO
Aparece inevitablemente la pregunta: ¿por qué? Es una pregunta acerca de la causa, la razón; una pregunta acerca de la finalidad (para qué); en definitiva, acerca del sentido. Esta no sólo acompaña el sufrimiento humano, sino que parece determinar incluso el contenido humano, eso por lo que el sufrimiento es propiamente sufrimiento humano...
Aparece inevitablemente la pregunta: ¿por qué? Es una pregunta acerca de la causa, la razón; una pregunta acerca de la finalidad (para qué); en definitiva, acerca del sentido. Esta no sólo acompaña el sufrimiento humano, sino que parece determinar incluso el contenido humano, eso por lo que el sufrimiento es propiamente sufrimiento humano...
...El hombre no hace esta pregunta al mundo, aunque muchas veces el sufrimiento provenga de él, sino que la hace a Dios como Creador y Señor del mundo.
Y es bien sabido que en la línea de esta pregunta se llega no sólo a múltiples frustraciones y conflictos en la relación del hombre con Dios, sino que sucede incluso que se llega a la negación misma de Dios. En efecto, si la existencia del mundo abre casi la mirada del alma humana a la existencia de Dios, a su sabiduría, poder y magnificencia, el mal y el sufrimiento parecen ofuscar esta imagen, a veces de modo radical, tanto más en el drama diario de tantos sufrimientos sin culpa y de tantas culpas sin una adecuada pena. Por ello, esta circunstancia —tal vez más aún que cualquier otra— indica cuán importante es la pregunta sobre el sentido del sufrimiento y con qué agudeza es preciso tratar tanto la pregunta misma como las posibles respuestas a dar. (9)
El libro de Job no desvirtúa las bases del
orden moral trascendente, fundado en la justicia, como las propone toda la
Revelación en la Antigua y en la Nueva Alianza. Pero, a la vez, el libro
demuestra con toda claridad que los principios de este orden no se pueden
aplicar de manera exclusiva y superficial. (…) Si el Señor consiente en probar a Job con
el sufrimiento, lo hace para demostrar su justicia. El
sufrimiento tiene carácter de prueba.
…Es un argumento suficiente para
que la respuesta a la pregunta sobre el sentido del sufrimiento no esté unida
sin reservas al orden moral, basado sólo en la justicia. Si tal respuesta tiene
una fundamental y transcendente razón y validez, a la vez se presenta no sólo
como insatisfactoria en casos semejantes al del sufrimiento del justo Job, sino
que más bien parece rebajar y empobrecer el concepto de justicia, que
encontramos en la Revelación. (11)
Se subraya a la vez el valor educativo de
la pena sufrimiento. Así pues, en los sufrimientos infligidos por Dios al
Pueblo elegido está presente una invitación de su misericordia, la cual corrige
para llevar a la conversión. (…) crea la posibilidad de reconstruir el bien en
el mismo sujeto que sufre.
El sufrimiento debe servir para la
conversión, es decir, para la reconstrucción del bien en
el sujeto, que puede reconocer la misericordia divina en esta llamada a la
penitencia. (12)
El amor es también la fuente más rica
sobre el sentido del sufrimiento, que es siempre un misterio; somos conscientes
de la insuficiencia e inadecuación de nuestras explicaciones. Cristo nos hace
entrar en el misterio y nos hace descubrir el « por qué » del sufrimiento, en
cuanto somos capaces de comprender la sublimidad del amor divino. (13)
JESUCRISTO: EL SUFRIMIENTO VENCIDO POR EL AMOR
El hombre « muere », cuando pierde « la
vida eterna ». Lo contrario de la salvación no es, pues, solamente el
sufrimiento temporal, cualquier sufrimiento, sino el sufrimiento definitivo: la
pérdida de la vida eterna, el ser rechazados por Dios, la condenación. El Hijo
unigénito ha sido dado a la humanidad para proteger al hombre, ante todo, de
este mal definitivo y del sufrimiento definitivo. En su misión
salvífica Él debe, por tanto, tocar el mal en sus mismas raíces
transcendentales, en las que éste se desarrolla en la historia del hombre.
Estas raíces transcendentales del mal están fijadas en el pecado y en la
muerte: en efecto, éstas se encuentran en la base de la pérdida de la vida
eterna. La misión del Hijo unigénito consiste en vencer el pecado y la
muerte. Él vence el pecado con su obediencia hasta la muerte, y vence
la muerte con su resurrección. (14)
Aunque se debe juzgar con gran cautela el
sufrimiento del hombre como consecuencia de pecados concretos (esto indica
precisamente el ejemplo del justo Job), sin embargo, éste no puede separarse
del pecado de origen, de lo que en San Juan se llama « el pecado del mundo» del trasfondo pecaminoso de las acciones personales y de los
procesos sociales en la historia del hombre.
… Con su obra salvífica el Hijo unigénito
libera al hombre del pecado y de la muerte. Ante todo Él borra de
la historia del hombre el dominio del pecado, (…) Él quita
también el dominio de la muerte, abriendo con su resurrección
el camino a la futura resurrección de los cuerpos. Una y otra son condiciones
esenciales de la « vida eterna », es decir, de la felicidad definitiva del
hombre en unión con Dios; esto quiere decir, para los salvados, que en la
perspectiva escatológica el sufrimiento es totalmente cancelado.(15)
Cristo se encamina hacia su propio
sufrimiento, consciente de su fuerza salvífica; va obediente hacia el Padre,
pero ante todo está unido al Padre en el amor con el cual Él
ha amado el mundo y al hombre en el mundo. Por esto San Pablo escribirá de
Cristo: « Me amó y se entregó por mí » (16)
Todo el pecado del hombre en
su extensión y profundidad es la verdadera causa del sufrimiento del Redentor. (…) Él únicamente, como Hijo unigénito, pudo
cargarlos sobre sí, asumirlos con aquel amor hacia el Padre que
supera el mal de todo pecado; en un cierto senfido aniquila este mal
en el ámbito espiritual de las relaciones entre Dios y la humanidad, y llena
este espacio con el bien.
… Su sufrimiento tiene dimensiones
humanas, tiene también una profundidad e intensidad —únicas en la historia de
la humanidad— que, aun siendo humanas, pueden tener también una incomparable
profundidad e intensidad de sufrimiento, en cuanto que el Hombre que sufre es
en persona el mismo Hijo unigénito: « Dios de Dios ». (17)
Cristo sufre voluntariamente y sufre
inocentemente. Acoge
con su sufrimiento aquel interrogante que, puesto muchas veces por los hombres,
ha sido expresado, en un cierto sentido, de manera radical en el Libro de Job.
Sin embargo, Cristo no sólo lleva consigo la misma pregunta (y esto de una
manera todavía más radical, ya que Él no es sólo un hombre como Job, sino el
unigénito Hijo de Dios), pero lleva también el máximo de la posible
respuesta a este interrogante.
Las palabras de la oración de Cristo en
Getsemaní prueban la verdad del amor mediante la verdad del
sufrimiento.
Getsemaní es el lugar en el que
precisamente este sufrimiento, expresado en toda su verdad por el profeta sobre
el mal padecido en el mismo, se ha revelado casi definitivamente ante
los ojos de Cristo.
Cuando Cristo dice: « Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me has abandonado? » (…) estas palabras sobre el abandono nacen
en el terreno de la inseparable unión del Hijo con el Padre, y nacen porque el
Padre «cargó sobre él la iniquidad de todos nosotros » (…) Junto con este
horrible peso, midiendo « todo » el mal de dar las espaldas a
Dios, contenido en el pecado, Cristo, mediante la profundidad divina
de la unión filial con el Padre, percibe de manera humanamente
inexplicable este sufrimiento que es la separación, el
rechazo del Padre, la ruptura con Dios.
El sufrimiento humano ha alcanzado su
culmen en la pasión de Cristo. Y a la vez … ha sido unida al
amor, a aquel amor del que Cristo hablaba a Nicodemo, a aquel amor que
crea el bien, sacándolo incluso del mal, sacándolo por medio del sufrimiento,
así como el bien supremo de la redención del mundo ha sido sacado de la cruz de
Cristo, y de ella toma constantemente su arranque. (18)
V PARTÍCIPES EN LOS SUFRIMIENTOS DE
CRISTO
En la cruz de Cristo no sólo se ha
cumplido la redención mediante el sufrimiento, sino que el mismo
sufrimiento humano ha quedado redimido.
Todo hombre tiene su participación en la
redención. Cada
uno está llamado también a participar en ese sufrimiento mediante
el cual se ha llevado a cabo la redención. (…) Cristo ha elevado juntamente el
sufrimiento humano a nivel de redención. Consiguientemente, todo
hombre, en su sufrimiento, puede hacerse también partícipe del sufrimiento
redentor de Cristo. (19)
La elocuencia de la cruz y de la
muerte es
completada, no obstante, por la elocuencia de la resurrección. El
hombre halla en la resurrección una luz completamente nueva, que lo ayuda a
abrirse camino a través de la densa oscuridad de las humillaciones, de las
dudas, de la desesperación y de la persecución.
Si un hombre se hace partícipe de los
sufrimientos de Cristo, esto acontece porque Cristo ha abierto su
sufrimiento al hombre porque Él mismo en su sufrimiento redentor se ha
hecho en cierto sentido partícipe de todos los sufrimientos humanos. El hombre,
al descubrir por la fe el sufrimiento redentor de Cristo, descubre al mismo
tiempo en él sus propios sufrimientos, los revive mediante la fe, enriquecidos
con un nuevo contenido y con un nuevo significado.
Y si amó de este modo, sufriendo y
muriendo, entonces por su padecimiento y su muerte vive en aquél al que
amó así, … Y viviendo en él … Cristo se une asimismo
de modo especial al hombre, a Pablo, mediante la
cruz. (20)
La participación en la cruz de
Cristo se realiza a través de la experiencia del Resucitado, y por
tanto mediante una especial participación en la resurrección.
La participación en los sufrimientos de
Cristo es, al mismo tiempo, sufrimiento por el reino de Dios. A los ojos del Dios
justo, ante su juicio, cuantos participan en los sufrimientos de Cristo se
hacen dignos de este reino. (…) Cristo
nos ha introducido en este reino mediante su sufrimiento. Y también mediante el
sufrimiento maduran para el mismo reino los hombres, envueltos
en el misterio de la redención de Cristo.(21)
«Padre, perdónalos, porque no saben lo
que hacen »? A quienes participan de los sufrimientos de Cristo estas palabras
se imponen con la fuerza de un ejemplo supremo.
Hay que reconocer el testimonio glorioso
no sólo de los mártires de la fe, sino también de otros numerosos hombres que a
veces, aun sin la fe en Cristo, sufren y dan la vida por la verdad y por una
justa causa. En los sufrimientos de todos éstos es confirmada de modo
particular la gran dignidad del hombre.(22)
Quienes participan en los sufrimientos de
Cristo tienen ante los ojos el misterio pascual de la cruz y de la
resurrección, en la que Cristo desciende, en una primera fase, hasta el extremo
de la debilidad y de la impotencia humana; en efecto, Él muere clavado en la
cruz. Pero si al mismo tiempo en esta debilidad se cumple
su elevación, confirmada con la fuerza de la resurrección,
esto significa que las debilidades de todos los sufrimientos humanos pueden ser
penetrados por la misma fuerza de Dios, que se ha manifestado en la cruz de
Cristo. En esta concepción sufrir significa hacerse
particularmente receptivos, particularmente abiertos a
la acción de las fuerzas salvíficas de Dios, ofrecidas a la humanidad
en Cristo. En Él Dios ha demostrado querer actuar especialmente por medio del
sufrimiento, que es la debilidad y la expoliación del hombre, y querer precisamente
manifestar su fuerza en esta debilidad y en esta expoliación.
En el sufrimiento está como contenida una
particular llamada a la virtud, que el hombre debe ejercitar
por su parte. Esta es la virtud de la perseverancia al soportar lo que molesta
y hace daño. Haciendo esto, el hombre hace brotar la esperanza, que mantiene en
él la convicción de que el sufrimiento no prevalecerá sobre él, no lo privará
de su propia dignidad unida a la conciencia del sentido de la vida. Y así, este
sentido se manifiesta junto con la acción del amor de Dios, que
es el don supremo del Espíritu Santo. A medida que participa de este amor, el
hombre se encuentra hasta el fondo en el sufrimiento: reencuentra « el alma »,
que le parecía haber « perdido » a causa del sufrimiento.(23)
En el misterio pascual Cristo ha dado
comienzo a la unión con el hombre en la comunidad de la Iglesia. (…) En efecto, el que sufre
en unión con Cristo —como en unión con Cristo soporta sus « tribulaciones »
el apóstol Pablo— no sólo saca de Cristo aquella fuerza, de la que se ha
hablado precedentemente, sino que « completa » con su sufrimiento lo que falta
a los padecimientos de Cristo. En este marco evangélico se pone de relieve, de
modo particular, la verdad sobre el carácter creador del
sufrimiento. El sufrimiento de Cristo ha creado el bien de la
redención del mundo. Este bien es en sí mismo inagotable e infinito. Ningún hombre
puede añadirle nada. Pero, a la vez, en el misterio de la Iglesia como cuerpo
suyo, Cristo en cierto sentido ha abierto el propio sufrimiento redentor a todo
sufrimiento del hombre.
¿Esto quiere decir que la redención
realizada por Cristo no es completa? No. Esto significa únicamente que la
redención, obrada en virtud del amor satisfactorio, permanece constantemente
abierta a todo amor que se expresa en el sufrimiento
humano. En esta dimensión —en la dimensión del amor— la redención ya
realizada plenamente, se realiza, en cierto sentido, constantemente. Cristo ha
obrado la redención completamente y hasta el final; pero, al mismo tiempo, no
la ha cerrado. En este sufrimiento redentor, a través del cual se ha obrado la
redención del mundo, Cristo se ha abierto desde el comienzo, y constantemente
se abre, a cada sufrimiento humano. Sí, parece que forma parte de la
esencia misma del sufrimiento redentor de Cristo el hecho de que haya
de ser completado sin cesar.
… cada sufrimiento humano, en virtud de la
unión en el amor con Cristo, completa el sufrimiento de Cristo. Lo
completa como la Iglesia completa la obra redentora de Cristo.
Precisamente la Iglesia, que
aprovecha sin cesar los infinitos recursos de la redención, introduciéndola en
la vida de la humanidad, es la dimensión en la que el sufrimiento
redentor de Cristo puede ser completado constantemente por el sufrimiento del
hombre.(24)
VI EL EVANGELIO DEL SUFRIMIENTO
El Maestro no esconde a sus discípulos y
seguidores la perspectiva de tal sufrimiento; al contrario lo revela con toda
franqueza, indicando contemporáneamente las fuerzas sobrenaturales que les
acompañarán en medio de las persecuciones y tribulaciones « por su nombre ».
Estas serán en conjunto como una verificación especial de la
semejanza a Cristo y de la unión con Él. « Si el mundo os aborrece, sabed que
me aborreció a mí primero que a vosotros... pero porque no sois del mundo, sino
que yo os escogí del mundo, por esto el mundo os aborrece... No es el siervo
mayor que su señor. Si me persiguieron a mí, también a vosotros os
perseguirán... Pero todas estas cosas las harán con vosotros por causa de mi
nombre, porque no conocen al que me ha enviado ». « Esto os lo he dicho para
que tengáis paz en mí; en el mundo habéis de tener tribulación; pero confiad:
yo he vencido al mundo ».
Este primer capítulo del Evangelio del
sufrimiento, que habla de las persecuciones, o sea de las tribulaciones por
causa de Cristo, contiene en sí una llamada especial al valor y a la
fortaleza, sostenida por la elocuencia de la resurrección. (…) A
través de la resurrección manifiesta la fuerza victoriosa del
sufrimiento, y quiere infundir la convicción de esta fuerza en el
corazón de los que escogió como sus Apóstoles y de todos aquellos que
continuamente elige y envía. El apóstol Pablo dirá: « Y todos los que aspiran a
vivir piadosamente en Cristo Jesús sufrirán persecuciones ».(25)
En el sufrimiento se esconde una
particular fuerza que acerca interiormente el hombre a
Cristo, una gracia especial. (…) Fruto de esta conversión es no sólo
el hecho de que el hombre descubre el sentido salvífico del sufrimiento, sino
sobre todo que en el sufrimiento llega a ser un hombre completamente nuevo.
Halla como una nueva dimensión de toda su vida y de su vocación. (…)
Cuando este cuerpo está gravemente enfermo, totalmente inhábil y el hombre se
siente como incapaz de vivir y de obrar, tanto más se ponen en evidencia
la madurez interior y la grandeza espiritual, constituyendo
una lección conmovedora para los hombres sanos y normales.
El sufrimiento es, en sí mismo, probar el
mal. Pero Cristo ha hecho de él la más sólida base del bien definitivo, o sea
del bien de la salvación eterna. Cristo con su sufrimiento en la cruz ha tocado
las raíces mismas del mal: las del pecado y las de la muerte. Ha vencido al
artífice del mal, que es Satanás, y su rebelión permanente contra el Creador.
Ante el hermano o la hermana que sufren, Cristo abre y despliega
gradualmente los horizontes del Reino de Dios, de un mundo
convertido al Creador, de un mundo liberado del pecado, que se está edificando
sobre el poder salvífico del amor. Y, de una forma lenta pero eficaz, Cristo
introduce en este mundo, en este Reino del Padre al hombre que sufre, en cierto
modo a través de lo intimo de su sufrimiento.
… cada uno entra en el sufrimiento con una
protesta típicamente humana y con la pregunta del « por qué ». Se
pregunta sobre el sentido del sufrimiento y busca una respuesta a esta pregunta
a nivel humano. Ciertamente pone muchas veces esta pregunta también a Dios, al
igual que a Cristo. Además, no puede dejar de notar que Aquel, a quien pone su
pregunta, sufre Él mismo, y por consiguiente quiere responderle desde
la cruz, desde el centro de su propio sufrimiento. Sin
embargo a veces se requiere tiempo, hasta mucho tiempo, para que esta respuesta
comience a ser interiormente perceptible. En efecto, Cristo no responde
directamente ni en abstracto a esta pregunta humana sobre el sentido del
sufrimiento. El hombre percibe su respuesta salvífica a medida que él mismo se
convierte en partícipe de los sufrimientos de Cristo.
Cristo no explica abstractamente las
razones del sufrimiento, sino que ante todo dice: « Sígueme », « Ven », toma
parte con tu sufrimiento en esta obra de salvación del mundo, que se realiza a
través de mi sufrimiento. (26)
Precisamente el sufrimiento, penetrado por
el espíritu del sacrificio de Cristo, es el mediador insustituible y
autor de los bienes indispensables para la salvación del mundo. El
sufrimiento, más que cualquier otra cosa, es el que abre el camino a la gracia
que transforma las almas. El sufrimiento, más que todo lo demás, hace presente
en la historia de la humanidad la fuerza de la Redención. En la lucha « cósmica
» entra las fuerzas espirituales del bien y las del mal, de las que habla la
carta a los Efesios[89],
los sufrimientos humanos, unidos al sufrimiento redentor de Cristo,constituyen
un particular apoyo a las fuerzas del bien, abriendo el camino a la
victoria de estas fuerzas salvíficas.(27)
VII
EL BUEN SAMARITANO
Buen Samaritano es todo hombre,
que se para junto al sufrimiento de otro hombre de cualquier género
que ése sea. (…) Buen Samaritano es todo hombre sensible al sufrimiento
ajeno, el hombre que « se conmueve » ante la desgracia del prójimo.
Sin embargo, el buen Samaritano de la
parábola de Cristo no se queda en la mera conmoción y compasión. Estas se
convierten para él en estímulo a la acción que tiende a ayudar al hombre
herido. Por consiguiente, es en definitiva buen Samaritano el que
ofrece ayuda en el sufrimiento, de cualquier clase que sea.
Buen Samaritano es el hombre
capaz precisamente de ese don de sí mismo.(28)
Siguiendo la parábola evangélica, se
podría decir que el sufrimiento, que bajo tantas formas diversas está presente
en el mundo humano, está también presente para irradiar el amor al hombre,
precisamente ese desinteresado don del propio « yo » en favor de los demás
hombres, de los hombres que sufren.
La elocuencia de la parábola del buen
Samaritano, como también la de todo el Evangelio, es concretamente ésta: el
hombre debe sentirse llamado personalmente a testimoniar el
amor en el sufrimiento. (29)
La parábola del buen Samaritano…
Testimonia que la revelación por parte de Cristo del sentido salvífico del
sufrimiento no se identifica de ningún modo con una actitud de
pasividad. Es todo lo contrario. El Evangelio es la negación de la
pasividad ante el sufrimiento.
En el programa mesiánico de Cristo, que es
a la vez el programa del reino de Dios, el sufrimiento está
presente en el mundo para provocar amor, para hacer nacer obras de amor al
prójimo, para transformar toda la civilización humana en la « civilización del
amor ». (30)