CARTA APOSTÓLICA
ROSARIUM VIRGINIS MARIAEDEL SUMO PONTÍFICE
JUAN PABLO II
SOBRE EL SANTO ROSARIO
ROSARIUM VIRGINIS MARIAEDEL SUMO PONTÍFICE
JUAN PABLO II
SOBRE EL SANTO ROSARIO
CAPÍTULO
I
CONTEMPLAR A CRISTO
CON MARÍA
CON MARÍA
Ün rostro brillante como el sol
Fijar los ojos en el rostro de Cristo, descubrir su misterio en el
camino ordinario y doloroso de su humanidad, hasta percibir su fulgor divino
manifestado definitivamente en el Resucitado glorificado a la derecha del
Padre, es la tarea de todos los discípulos de Cristo; por lo tanto, es también
la nuestra. (9)
María,
modelo de contemplación
La contemplación de Cristo tiene
en María su modelo insuperable. El rostro del Hijo le pertenece de
un modo especial. Ha sido en su vientre donde se ha formado, tomando también de
Ella una semejanza humana que evoca una intimidad espiritual ciertamente más
grande aún. Nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación
del rostro de Cristo. Los ojos de su corazón se concentran de algún modo en Él
ya en la Anunciación, cuando lo concibe por obra del Espíritu Santo; en los
meses sucesivos empieza a sentir su presencia y a imaginar sus rasgos. Cuando
por fin lo da a luz en Belén, sus ojos se vuelven también tiernamente sobre el
rostro del Hijo, cuando lo «envolvió en pañales y le acostó en un pesebre» (Lc 2,
7).Desde entonces su mirada, siempre llena de adoración y asombro, no se
apartará jamás de Él. Será a veces una mirada interrogadora, como
en el episodio de su extravío en el templo: « Hijo, ¿por qué nos has hecho
esto? » (Lc 2, 48); será en todo caso una mirada penetrante,
capaz de leer en lo íntimo de Jesús, hasta percibir sus sentimientos escondidos
y presentir sus decisiones, como en Caná (cf. Jn 2, 5); otras
veces será una mirada dolorida, sobre todo bajo la cruz, donde
todavía será, en cierto sentido, la mirada de la 'parturienta', ya que María no
se limitará a compartir la pasión y la muerte del Unigénito, sino que acogerá
al nuevo hijo en el discípulo predilecto confiado a Ella (cf. Jn 19,
26-27); en la mañana de Pascua será una mirada radiante por la
alegría de la resurrección y, por fin, una mirada ardorosa por
la efusión del Espíritu en el día de Pentecostés (cf. Hch 1,
14). (10)
Los recuerdos de María
María propone continuamente a los creyentes los 'misterios' de su
Hijo, con el deseo de que sean contemplados, para que puedan derramar
toda su fuerza salvadora. Cuando recita el Rosario, la comunidad cristiana está
en sintonía con el recuerdo y con la mirada de María.(11)
El Rosario, oración contemplativa
Por su naturaleza el rezo del Rosario exige un ritmo tranquilo y
un reflexivo remanso, que favorezca en quien ora la meditación de los misterios
de la vida del Señor, vistos a través del corazón de Aquella que estuvo más
cerca del Señor, y que desvelen su insondable riqueza». (12)
Recordar a Cristo con María
Estos acontecimientos no son solamente un 'ayer'; son
también el 'hoy' de la salvación. (…) «hacer memoria» de ellos en actitud
de fe y amor significa abrirse a la gracia que Cristo nos ha alcanzado con sus
misterios de vida, muerte y resurrección.
El cristiano, llamado a orar en común, debe no obstante, entrar
también en su interior para orar al Padre, que ve en lo escondido (cf. Mt 6,
6); más aún: según enseña el Apóstol, debe orar sin interrupción (cf. 1
Ts 5, 17) ».[16] El
Rosario, con su carácter específico, pertenece a este variado panorama de la
oración 'incesante'. (13)
Configurarse a Cristo con María
«Como dos amigos, frecuentándose, suelen parecerse también en las
costumbres, así nosotros, conversando familiarmente con Jesús y la Virgen, al
meditar los Misterios del Rosario, y formando juntos una misma vida de
comunión, podemos llegar a ser, en la medida de nuestra pequeñez, parecidos a
ellos, y aprender de estos eminentes ejemplos el vivir humilde, pobre,
escondido, paciente y perfecto».
El Rosario nos transporta
místicamente junto a María, dedicada a seguir el crecimiento humano de Cristo
en la casa de Nazaret. Eso le permite educarnos y modelarnos con la misma
diligencia, hasta que Cristo «sea formado» plenamente en nosotros (cf. Ga 4,
19). (15)
CAPÍTULO II
MISTERIOS DE CRISTO,
MISTERIOS DE LA MADRE
MISTERIOS DE LA MADRE
Una incorporación
oportuna
Para resaltar el carácter cristológico del Rosario, considero
oportuna una incorporación que, si bien se deja a la libre consideración de los
individuos y de la comunidad, les permita contemplar también los
misterios de la vida pública de Cristo desde el Bautismo a la Pasión. En
efecto, en estos misterios contemplamos aspectos importantes de la persona de
Cristo como revelador definitivo de Dios. Él es quien, declarado Hijo
predilecto del Padre en el Bautismo en el Jordán, anuncia la llegada del Reino,
dando testimonio de él con sus obras y proclamando sus exigencias. Durante la
vida pública es cuando el misterio de Cristo se manifiesta de manera
especial como misterio de luz: «Mientras estoy en el mundo, soy luz
del mundo» (Jn 9, 5).(19)
Para que pueda decirse que el Rosario es más plenamente 'compendio
del Evangelio', es conveniente pues que, tras haber recordado la encarnación y
la vida oculta de Cristo (misterios de gozo), y antes de considerar los
sufrimientos de la pasión (misterios de dolor) y el triunfo de la
resurrección (misterios de gloria), la meditación se centre también en
algunos momentos particularmente significativos de la vida pública (misterios
de luz). Esta incorporación de nuevos misterios, sin prejuzgar ningún
aspecto esencial de la estructura tradicional de esta oración, se orienta a
hacerla vivir con renovado interés en la espiritualidad cristiana, como
verdadera introducción a la profundidad del Corazón de Cristo, abismo de gozo y
de luz, de dolor y de gloria.(19)
Misterios de luz
Cada uno de estos misterios revela el Reino ya presente en
la persona misma de Jesús. Misterio de luz es ante todo el Bautismo en el
Jordán. En él, mientras Cristo, como inocente que se hace 'pecado' por nosotros
(cf. 2 Co 5, 21), entra en el agua del río, el cielo se abre y
la voz del Padre lo proclama Hijo predilecto (cf. Mt 3, 17
par.), y el Espíritu desciende sobre Él para investirlo de la misión que le
espera. Misterio de luz es el comienzo de los signos en Caná (cf. Jn 2,
1-12), cuando Cristo, transformando el agua en vino, abre el corazón de los
discípulos a la fe gracias a la intervención de María, la primera creyente.
Misterio de luz es la predicación con la cual Jesús anuncia la llegada del
Reino de Dios e invita a la conversión (cf. Mc 1, 15),
perdonando los pecados de quien se acerca a Él con humilde fe (cf. Mc 2,
3-13; Lc 7,47-48), iniciando así el ministerio de misericordia
que Él continuará ejerciendo hasta el fin del mundo, especialmente a través del
sacramento de la Reconciliación confiado a la Iglesia. Misterio de luz por
excelencia es la Transfiguración, que según la tradición tuvo lugar en el Monte
Tabor. La gloria de la Divinidad resplandece en el rostro de Cristo, mientras
el Padre lo acredita ante los apóstoles extasiados para que lo « escuchen »
(cf. Lc 9, 35 par.) y se dispongan a vivir con Él el momento
doloroso de la Pasión, a fin de llegar con Él a la alegría de la Resurrección y
a una vida transfigurada por el Espíritu Santo. Misterio de luz es, por fin, la
institución de la Eucaristía, en la cual Cristo se hace alimento con su Cuerpo
y su Sangre bajo las especies del pan y del vino, dando testimonio de su amor
por la humanidad « hasta el extremo » (Jn13, 1) y por cuya salvación se
ofrecerá en sacrificio.(21)
Misterio de Cristo, 'misterio' del hombre
El simple rezo del Rosario marca el ritmo de la vida humana.
El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo
Encarnado». El Rosario ayuda a abrirse a esta luz.
Meditar con el Rosario significa
poner nuestros afanes en los corazones misericordiosos de Cristo y de su Madre.
Después de largos años, recordando los sinsabores, que no han faltado tampoco
en el ejercicio del ministerio petrino, deseo repetir, casi como una cordial
invitación dirigida a todos para que hagan de ello una experiencia personal: sí,
verdaderamente el Rosario « marca el ritmo de la vida humana », para
armonizarla con el ritmo de la vida divina, en gozosa comunión con la Santísima
Trinidad, destino y anhelo de nuestra existencia.(25)
CAPÍTULO III
« PARA MÍ LA VIDA ES CRISTO »
El Rosario, camino de asimilación del misterio
Se trata del método basado en la repetición. Esto vale
ante todo para el Ave Maria, que se repite diez veces en cada
misterio. Si consideramos superficialmente esta repetición, se podría pensar
que el Rosario es una práctica árida y aburrida. En cambio, se puede hacer otra
consideración sobre el Rosario, si se toma como expresión del amor que no se
cansa de dirigirse a la persona amada con manifestaciones que, incluso
parecidas en su expresión, son siempre nuevas respecto al sentimiento que las
inspira.
«Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?» Tres veces se le hace la
pregunta, tres veces Pedro responde: «Señor, tú lo sabes que te quiero» (cf. Jn 21,
15-17). Más allá del sentido específico del pasaje, tan importante para la misión
de Pedro, a nadie se le escapa la belleza de esta triple repetición,
en la cual la reiterada pregunta y la respuesta se expresan en términos bien
conocidos por la experiencia universal del amor humano. Para comprender el
Rosario, hace falta entrar en la dinámica psicológica que es propia del amor.(26)
El enunciado del misterio
Enunciar el misterio, y tener tal vez la oportunidad de contemplar
al mismo tiempo una imagen que lo represente, es como abrir un
escenario en el cual concentrar la atención. Las palabras conducen la
imaginación y el espíritu a aquel determinado episodio o momento de la vida de
Cristo. En la espiritualidad que se ha desarrollado en la Iglesia, tanto a
través de la veneración de imágenes que enriquecen muchas devociones con
elementos sensibles, como también del método propuesto por san Ignacio de
Loyola en los Ejercicios Espirituales, se ha recurrido al elemento visual e
imaginativo (la compositio loci) considerándolo de gran ayuda para
favorecer la concentración del espíritu en el misterio. Por lo demás, es una
metodología que se corresponde con la lógica misma de la Encarnación: Dios
ha querido asumir, en Jesús, rasgos humanos. Por medio de su realidad corpórea,
entramos en contacto con su misterio divino.(29)
El silencio
La escucha y la meditación se alimentan del silencio. Es
conveniente que, después de enunciar el misterio y proclamar la Palabra,
esperemos unos momentos antes de iniciar la oración vocal, para fijar la
atención sobre el misterio meditado. El redescubrimiento del valor del silencio
es uno de los secretos para la práctica de la contemplación y la meditación. (31)
El «Padrenuestro»
Después de haber escuchado la Palabra y centrado la atención en el
misterio, es natural que el ánimo se eleve hacia el Padre. Jesús,
en cada uno de sus misterios, nos lleva siempre al Padre, al cual Él se dirige
continuamente, porque descansa en su 'seno' (cf Jn 1, 18). Él
nos quiere introducir en la intimidad del Padre para que digamos con Él:
«¡Abbá, Padre!» (Rm 8, 15; Ga 4, 6). En esta
relación con el Padre nos hace hermanos suyos y entre nosotros, comunicándonos
el Espíritu, que es a la vez suyo y del Padre. El «Padrenuestro», puesto como
fundamento de la meditación cristológico-mariana que se desarrolla mediante la
repetición del Ave Maria, hace que la meditación del misterio, aun
cuando se tenga en soledad, sea una experiencia eclesial.(32)
Las diez «Ave Maria»
Este es el elemento más extenso del Rosario y que a la vez lo
convierte en una oración mariana por excelencia. Pero precisamente a la luz del Ave
Maria, bien entendida, es donde se nota con claridad que el carácter
mariano no se opone al cristológico, sino que más bien lo subraya y lo exalta.
En efecto, la primera parte del Ave Maria, tomada de las palabras
dirigidas a María por el ángel Gabriel y por santa Isabel, es contemplación
adorante del misterio que se realiza en la Virgen de Nazaret. Expresan, por así
decir, la admiración del cielo y de la tierra y, en cierto sentido, dejan
entrever la complacencia de Dios mismo al ver su obra maestra –la encarnación
del Hijo en el seno virginal de María–, análogamente a la mirada de aprobación
del Génesis (cf. Gn 1, 31), aquel «pathos con el
que Dios, en el alba de la creación, contempló la obra de sus manos».[36] Repetir
en el Rosario el Ave Maria nos acerca a la complacencia de
Dios: es júbilo, asombro, reconocimiento del milagro más grande de la historia.
Es el cumplimiento dela profecía de María: «Desde ahora todas las generaciones
me llamarán bienaventurada» (Lc1, 48).
El centro del Ave Maria, casi como engarce entre la
primera y la segunda parte, es el nombre de Jesús. A veces, en el
rezo apresurado, no se percibe este aspecto central y tampoco la relación con
el misterio de Cristo que se está contemplando. Pero es precisamente el relieve
que se da al nombre de Jesús y a su misterio lo que caracteriza una recitación
consciente y fructuosa del Rosario. Ya Pablo VI recordó en la Exhortación
apostólica Marialis cultus la costumbre,
practicada en algunas regiones, de realzar el nombre de Cristo añadiéndole una
cláusula evocadora del misterio que se está meditando.[37] Es
una costumbre loable, especialmente en la plegaria pública. Expresa con
intensidad la fe cristológica, aplicada a los diversos momentos de la vida del
Redentor. Es profesión de fe y, al mismo tiempo, ayuda a
mantener atenta la meditación, permitiendo vivir la función asimiladora, innata
en la repetición del Ave Maria, respecto al misterio de Cristo.
Repetir el nombre de Jesús –el único nombre del cual podemos esperar la
salvación (cf. Hch 4, 12)– junto con el de su Madre Santísima,
y como dejando que Ella misma nos lo sugiera, es un modo de asimilación, que
aspira a hacernos entrar cada vez más profundamente en la vida de Cristo.
De la especial relación con Cristo, que hace de María la Madre de
Dios, la Theotòkos, deriva, además, la fuerza de la súplica con la que
nos dirigimos a Ella en la segunda parte de la oración, confiando a su materna
intercesión nuestra vida y la hora de nuestra muerte.(33)
El «Gloria»
La doxología trinitaria es la meta de la contemplación cristiana.
En efecto, Cristo es el camino que nos conduce al Padre en el Espíritu. Si
recorremos este camino hasta el final, nos encontramos continuamente ante el
misterio de las tres Personas divinas que se han de alabar, adorar y agradecer.
Es importante que el Gloria, culmen de la contemplación,
sea bien resaltado en el Rosario. En el rezo público podría ser cantado, para
dar mayor énfasis a esta perspectiva estructural y característica de toda
plegaria cristiana.
En la medida en que la meditación del misterio haya sido atenta,
profunda, fortalecida –de Ave en Ave – por el
amor a Cristo y a María, la glorificación trinitaria en cada decena, en vez de
reducirse a una rápida conclusión, adquiere su justo tono contemplativo, como
para levantar el espíritu a la altura del Paraíso y hacer revivir, de algún
modo, la experiencia del Tabor, anticipación de la contemplación futura: «Bueno
es estarnos aquí» (Lc 9, 33).(34)
La jaculatoria final
35. Habitualmente, en el rezo del Rosario, después de la doxología
trinitaria sigue una jaculatoria, que varía según las costumbres. Sin quitar
valor a tales invocaciones, parece oportuno señalar que la contemplación de los
misterios puede expresar mejor toda su fecundidad si se procura que cada
misterio concluya con una oración dirigida a alcanzar los frutos
específicos de la meditación del misterio. De este modo, el Rosario puede
expresar con mayor eficacia su relación con la vida cristiana. Lo sugiere una
bella oración litúrgica, que nos invita a pedir que, meditando los misterios
del Rosario, lleguemos a «imitar lo que contienen y a conseguir lo que
prometen».(35)
El 'rosario'
Instrumento tradicional para rezarlo es el rosario. En la práctica
más superficial, a menudo termina por ser un simple instrumento para contar la
sucesión de las Ave Maria. Pero sirve también para expresar un
simbolismo, que puede dar ulterior densidad a la contemplación.
A este propósito, lo primero que debe tenerse presente es
que el rosario está centrado en el Crucifijo, que abre y cierra el
proceso mismo de la oración. En Cristo se centra la vida y la oración de los
creyentes. Todo parte de Él, todo tiende hacia Él, todo, a través de Él, en el
Espíritu Santo, llega al Padre.
En cuanto medio para contar, que marca el avanzar de la oración,
el rosario evoca el camino incesante de la contemplación y de la perfección
cristiana. El Beato Bartolomé Longo lo consideraba también como una 'cadena'
que nos une a Dios. Cadena, sí, pero cadena dulce; así se manifiesta la
relación con Dios, que es Padre. Cadena 'filial', que nos pone en sintonía con
María, la «sierva del Señor» (Lc 1, 38) y, en definitiva, con el
propio Cristo, que, aun siendo Dios, se hizo «siervo» por amor nuestro (Flp 2,
7).
Es también hermoso ampliar el significado simbólico del rosario a
nuestra relación recíproca, recordando de ese modo el vínculo de comunión y
fraternidad que nos une a todos en Cristo. (36)
La distribución en el tiempo
El Rosario puede recitarse entero cada día, y hay quienes así
lo hacen de manera laudable. De ese modo, el Rosario impregna de oración los
días de muchos contemplativos, o sirve de compañía a enfermos y ancianos que tienen
mucho tiempo disponible. Pero es obvio –y eso vale, con mayor razón, si se
añade el nuevo ciclo de los mysteria lucis– que muchos no podrán
recitar más que una parte, según un determinado orden semanal. Esta
distribución semanal da a los días de la semana un cierto 'color' espiritual,
análogamente a lo que hace la Liturgia con las diversas fases del año
litúrgico.
Según la praxis corriente, el lunes y el jueves están dedicados a
los «misterios gozosos», el martes y el viernes a los «dolorosos», el miércoles,
el sábado y el domingo a los «gloriosos». ¿Dónde introducir los «misterios de
la luz»? Considerando que los misterios gloriosos se proponen seguidos el
sábado y el domingo, y que el sábado es tradicionalmente un día de marcado
carácter mariano, parece aconsejable trasladar al sábado la segunda meditación
semanal de los misterios gozosos, en los cuales la presencia de María es más
destacada. Queda así libre el jueves para la meditación de los misterios de la
luz.(38)
CONCLUSIÓN
La paz
El Rosario es una oración orientada por su naturaleza
hacia la paz, por el hecho mismo de que contempla a Cristo, Príncipe de la
paz y «nuestra paz» (Ef 2, 14).
Es además oración por la paz por
la caridad que promueve. Si se recita bien, como verdadera oración meditativa,
el Rosario, favoreciendo el encuentro con Cristo en sus misterios, muestra
también el rostro de Cristo en los hermanos, especialmente en los que más
sufren. ¿Cómo se podría considerar, en los misterios gozosos, el misterio del Niño
nacido en Belén sin sentir el deseo de acoger, defender y promover la vida,
haciéndose cargo del sufrimiento de los niños en todas las partes del mundo?
¿Cómo podrían seguirse los pasos del Cristo revelador, en los misterios de la
luz, sin proponerse el testimonio de sus bienaventuranzas en la vida de cada
día? Y ¿cómo contemplar a Cristo cargado con la cruz y crucificado, sin sentir
la necesidad de hacerse sus «cireneos» en cada hermano aquejado por el dolor u
oprimido por la desesperación? ¿Cómo se podría, en fin, contemplar la gloria de
Cristo resucitado y a María coronada como Reina, sin sentir el deseo de hacer
este mundo más hermoso, más justo, más cercano al proyecto de Dios?
En definitiva, mientras nos hace contemplar a Cristo, el Rosario
nos hace también constructores de la paz en el mundo. Por su carácter de
petición insistente y comunitaria, en sintonía con la invitación de Cristo a
«orar siempre sin desfallecer» (Lc 18,1), nos permite esperar que
hoy se pueda vencer también una 'batalla' tan difícil como la de la paz. De
este modo, el Rosario, en vez de ser una huida de los problemas del mundo, nos
impulsa a examinarlos de manera responsable y generosa, y nos concede la fuerza
de afrontarlos con la certeza de la ayuda de Dios y con el firme propósito de
testimoniar en cada circunstancia la caridad, «que es el vínculo de la
perfección» (Col 3, 14).(40)