CARTA ENCÍCLICA
REDEMPTOR HOMINIS
DEL SUMO PONTÍFICE
JUAN PABLO II
REDEMPTOR HOMINIS
DEL SUMO PONTÍFICE
JUAN PABLO II
Dios ha entrado en la historia de
la humanidad y en cuanto hombre se ha convertido en sujeto suyo, uno de
los millones y millones, y al mismo tiempo Único. A través de la
Encarnación, Dios ha dado a la vida humana la dimensión que quería dar
al hombre desde sus comienzos y la ha dado de manera definitiva. (1)
Él, Hijo de Dios vivo, habla a los hombres también como Hombre: es su
misma vida la que habla, su humanidad, su fidelidad a la verdad, su amor
que abarca a todos. Habla además su muerte en Cruz, esto es, la
insondable profundidad de su sufrimiento y de su abandono. (7)
En Cristo y por
Cristo, Dios se ha revelado plenamente a la humanidad y se ha acercado
definitivamente a ella y, al mismo tiempo, en Cristo y por Cristo, el
hombre ha conseguido plena conciencia de su dignidad, de su elevación,
del valor transcendental de la propia humanidad, del sentido de su
existencia... ...Jesucristo es principio estable y centro permanente de la misión que
Dios mismo ha confiado al hombre. En esta misión debemos participar
todos, en ella debemos concentrar todas nuestras fuerzas, siendo ella
necesaria más que nunca al hombre de nuestro tiempo. Y si tal misión
parece encontrar en nuestra época oposiciones más grandes que en
cualquier otro tiempo, tal circunstancia demuestra también que es en
nuestra época aún más necesaria y —no obstante las oposiciones— es más
esperada que nunca. (11)
La actitud misionera comienza siempre con un sentimiento de profunda estima frente a lo que «en el hombre había»,
por lo que él mismo, en lo íntimo de su espíritu, ha elaborado respecto
a los problemas más profundos e importantes; se trata de respeto por
todo lo que en él ha obrado el Espíritu, que «sopla donde quiere».... ...«Conoceréis la verdad y la
verdad os librará». Estas palabras encierran una exigencia fundamental y al mismo tiempo
una advertencia: la exigencia de una relación honesta con respecto a la
verdad, como condición de una auténtica libertad; y la advertencia,
además, de que se evite cualquier libertad aparente, cualquier libertad
superficial y unilateral, cualquier libertad que no profundiza en toda
la verdad sobre el hombre y sobre el mundo. (12)
Cristo Señor ha indicado estos caminos sobre todo cuando
—como enseña el Concilio— «mediante la encarnación el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a todo hombre». La Iglesia divisa por tanto su cometido fundamental en lograr que tal
unión pueda actuarse y renovarse continuamente. La Iglesia desea servir a
este único fin: que todo hombre pueda encontrar a Cristo, para que
Cristo pueda recorrer con cada uno el camino de la vida, con la potencia
de la verdad acerca del hombre y del mundo, contenida en el misterio de
la Encarnación y de la Redención, con la potencia del amor que irradia
de ella.... ...El Concilio Vaticano II, en diversos pasajes de sus
documentos, ha expresado esta solicitud fundamental de la Iglesia, a fin
de que «la vida en el mundo (sea) más conforme a la eminente dignidad
del hombre», en todos sus aspectos, para hacerla «cada vez más humana». Esta es la solicitud del mismo Cristo, el buen Pastor de todos los
hombres. (13)
El hombre en la plena verdad de su existencia, de su ser
personal y a la vez de su ser comunitario y social —en el ámbito de la
propia familia, en el ámbito de la sociedad y de contextos tan diversos,
en el ámbito de la propia nación, o pueblo (y posiblemente sólo aún del
clan o tribu), en el ámbito de toda la humanidad— este hombre es
el primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su
misión, él es el camino primero y fundamental de la Iglesia... ...A fuer de criatura, el
hombre experimenta múltiples limitaciones; se siente sin embargo
ilimitado en sus deseos y llamado a una vida superior. Atraido por
muchas solicitaciones, tiene que elegir y renunciar. Más aún, como
enfermo y pecador, no raramente hace lo que no quiere hacer y deja de
hacer lo que quería llevar a cabo. Por ello siente en sí mismo la
división que tantas y tan graves discordias provocan en la sociedad»... ...«Cristo, muerto y resucitado por todos, da
siempre al hombre» —a todo hombre y a todos los hombres— «... su luz y
su fuerza para que pueda responder a su máxima vocación». (14)
El hombre parece, a veces, no percibir otros
significados de su ambiente natural, sino solamente aquellos que sirven a
los fines de un uso inmediato y consumo. En cambio era voluntad del
Creador que el hombre se pusiera en contacto con la naturaleza como
«dueño» y «custodio» inteligente y noble, y no como «explotador» y
«destructor» sin ningún reparo.
El progreso de la técnica y el desarrollo de la civilización de
nuestro tiempo, que está marcado por el dominio de la técnica, exigen un
desarrollo proporcional de la moral y de la ética. Mientras tanto, éste
último parece, por desgracia, haberse quedado atrás... ... ¿este progreso, cuyo
autor y fautor es el hombre, hace la vida del hombre sobre la tierra, en
todos sus aspectos, «más humana»?; ¿la hace más «digna del hombre»? ...si el hombre, en cuanto hombre, en el
contexto de este progreso, se hace de veras mejor, es decir, más maduro
espiritualmente, más consciente de la dignidad de su humanidad, más
responsable, más abierto a los demás, particularmente a los más
necesitados y a los más débiles, más disponible a dar y prestar ayuda a
todos. (15)
El sentido esencial de esta «realeza» y de este «dominio» del hombre
sobre el mundo visible, asignado a él como cometido por el mismo
Creador, consiste en la prioridad de la ética sobre la técnica, en el
primado de la persona sobre las cosas, en la superioridad del espíritu
sobre la materia... ...La tarea no es imposible. El principio de solidaridad, en sentido
amplio, debe inspirar la búsqueda eficaz de instituciones y de
mecanismos adecuados, tanto en el orden de los intercambios, donde hay
que dejarse guiar por las leyes de una sana competición, como en el
orden de una más amplia y más inmediata repartición de las riquezas y de
los controles sobre las mismas, para que los pueblos en vías de
desarrollo económico puedan no sólo colmar sus exigencias esenciales,
sino también avanzar gradual y eficazmente... ...Para nosotros los cristianos esta responsabilidad se hace
particularmente evidente, cuando recordamos —y debemos recordarlo
siempre— la escena del juicio final, según las palabras de Cristo
transmitidas en el evangelio de San Mateo.
Esta escena escatológica debe ser aplicada siempre a la
historia del hombre, debe ser siempre «medida» de los actos humanos como
un esquema esencial de un examen de conciencia para cada uno y para
todos: «tuve hambre, y no me disteis de comer; ... estuve desnudo, y no
me vestisteis; ... en la cárcel, y no me visitasteis». (16)
La Iglesia ha enseñado siempre el deber de actuar por el bien común
y, al hacer esto, ha educado también buenos ciudadanos para cada Estado.
Ella, además, ha enseñado siempre que el deber fundamental del poder es
la solicitud por el bien común de la sociedad; de aquí derivan sus
derechos fundamentales. Precisamente en nombre de estas premisas
concernientes al orden ético objetivo, los derechos del poder no pueden
ser entendidos de otro modo más que en base al respeto de los derechos
objetivos e inviolables del hombre... ...Entre estos derechos se incluye, y justamente, el derecho a la
libertad religiosa junto al derecho de la libertad de conciencia... ...la limitación de la libertad
religiosa de las personas o de las comunidades no es sólo una
experiencia dolorosa, sino que ofende sobre todo a la dignidad misma del
hombre, independientemente de la religión profesada o de la concepción
que ellas tengan del mundo... ...nos encontramos en este caso frente a una injusticia
radical respecto a lo que es particularmente profundo en el hombre,
respecto a lo que es auténticamente humano. De hecho, hasta el mismo
fenómeno de la incredulidad, arreligiosidad y ateísmo, como fenómeno
humano, se comprende solamente en relación con el fenómeno de la
religión y de la fe. Es por tanto difícil, incluso desde un punto de
vista «puramente humano», aceptar una postura según la cual sólo el
ateísmo tiene derecho de ciudadanía en la vida pública y social,
mientras los hombres creyentes, casi por principio, son apenas
tolerados, o también tratados como ciudadanos de «categoría inferior», e
incluso —cosa que ya ha ocurrido— son privados totalmente de los
derechos de ciudadanía. (17)
La unión de Cristo con el hombre es la fuerza y la fuente de la fuerza,
según la incisiva expresión de San Juan en el prólogo de su Evangelio:
«Dios dioles poder de venir a ser hijos».
Esta es la fuerza que transforma interiormente al hombre, como
principio de una vida nueva que no se desvanece y no pasa, sino que dura
hasta la vida eterna.
Esta vida prometida y dada a cada hombre por el Padre en Jesucristo,
Hijo eterno y unigénito, encarnado y nacido «al llegar la plenitud de
los tiempos»
de la Virgen María, es el final cumplimiento de la vocación del hombre.
Es de algún modo cumplimiento de la «suerte» que desde la eternidad
Dios le ha preparado. Esta «suerte divina» se hace camino, por encima de
todos los enigmas, incógnitas, tortuosidades, curvas de la «suerte
humana» en el mundo temporal... ...«Nos has hecho, Señor,
para ti e inquieto está nuestro corazón hasta que descanse en ti».
En esta inquietud creadora bate y pulsa lo que es más profundamente
humano: la búsqueda de la verdad, la insaciable necesidad del bien, el
hambre de la libertad, la nostalgia de lo bello, la voz de la
conciencia.(18)
Así, a la luz de la sagrada doctrina del Concilio Vaticano II, la
Iglesia se presenta ante nosotros como sujeto social de la
responsabilidad de la verdad divina. Con profunda emoción escuchamos a
Cristo mismo cuando dice: «La palabra que oís no es mía, sino del Padre,
que me ha enviado».
En esta afirmación de nuestro Maestro, ¿no se advierte quizás la
responsabilidad por la verdad revelada, que es «propiedad» de Dios
mismo, si incluso Él, «Hijo unigénito» que vive «en el seno del Padre»,
cuando la transmite como profeta y maestro, siente la necesidad de
subrayar que actúa en fidelidad plena a su divina fuente? La misma
fidelidad debe ser una cualidad constitutiva de la fe de la Iglesia, ya
sea cuando enseña, ya sea cuando la profesa. La fe, como virtud
sobrenatural específica infundida en el espíritu humano, nos hace
partícipes del conocimiento de Dios, como respuesta a su Palabra
revelada. Por esto se exige de la Iglesia, cuando profesa y enseña la
fe, esté íntimamente unida a la verdad divina y la traduzca en conductas vividas de «rationabile obsequium»,
obsequio conforme con la razón. Cristo mismo, para garantizar la
fidelidad a la verdad divina, prometió a la Iglesia la asistencia
especial del Espíritu de verdad, dio el don de la infalibilidad a aquellos a quienes ha confiado el mandato de transmitir esta verdad y de enseñarla —como había definido ya claramente el Concilio Vaticano I y, después, repitió el Concilio Vaticano II — y dotó, además, a todo el Pueblo de Dios de un especial sentido de la fe. (19)
A la luz de esta doctrina, resulta aún más
clara la razón por la que toda la vida sacramental de la Iglesia y de
cada cristiano alcanza su vértice y su plenitud precisamente en la
Eucaristía. En efecto, en este Sacramento se renueva continuamente, por
voluntad de Cristo, el misterio del sacrificio, que Él hizo de sí mismo
al Padre sobre el altar de la Cruz: sacrificio que el Padre aceptó,
cambiando esta entrega total de su Hijo que se hizo «obediente hasta la
muerte»
con su entrega paternal, es decir, con el don de la vida nueva e
inmortal en la resurrección... ...El precio «de nuestra redención demuestra, igualmente, el valor que
Dios mismo atribuye al hombre, demuestra nuestra dignidad en Cristo.
Llegando a ser, en efecto, «hijos de Dios»... ...participamos en la única e irreversible devolución del hombre y del mundo al Padre, que Él, Hijo eterno
y al mismo tiempo verdadero Hombre, hizo de una vez para siempre... (20)
Al celebrar el Sacramento
del Cuerpo y de la Sangre del Señor, es necesario respetar la plena
dimensión del misterio divino, el sentido pleno de este signo
sacramental en el cual Cristo, realmente presente es recibido, el alma
es llenada de gracias y es dada la prenda de la futura gloria.
De aquí deriva el deber de una rigurosa observancia de las normas
litúrgicas y de todo lo que atestigua el culto comunitario tributado a
Dios mismo, tanto más porque, en este signo sacramental, Él se entrega a
nosotros con confianza ilimitada, como si no tomase en consideración
nuestra debilidad humana, nuestra indignidad, los hábitos, las rutinas
o, incluso, la posibilidad de ultraje. Todos en la Iglesia, pero sobre
todo los Obispos y los Sacerdotes, deben vigilar para que este
Sacramento de amor sea el centro de la vida del Pueblo de Dios, para
que, a través de todas las manifestaciones del culto debido, se procure
devolver a Cristo «amor por amor», para que Él llegue a ser
verdaderamente «vida de nuestras almas».
Ni, por otra parte, podremos olvidar jamás las siguientes palabras de
San Pablo: «Examínese, pues, el hombre a sí mismo, y entonces coma del
pan y beba del cáliz». (20)
Cristo,
que invita al banquete eucarístico, es siempre el mismo Cristo que
exhorta a la penitencia, que repite el «arrepentíos»... ... En Cristo, en efecto, el
sacerdocio está unido con el sacrificio propio, con su entrega al Padre;
y tal entrega, precisamente porque es ilimitada, hace nacer en nosotros
—hombres sujetos a múltiples limitaciones— la necesidad de dirigirnos
hacia Dios de forma siempre más madura y con una constante conversión,
siempre más profunda. (20)
No podemos, sin embargo, olvidar que la
conversión es un acto interior de una especial profundidad, en el que el
hombre no puede ser sustituido por los otros, no puede hacerse
«reemplazar» por la comunidad. Aunque la comunidad fraterna de los
fieles, que participan en la celebración penitencial, ayude mucho al
acto de la conversión personal, sin embargo, en definitiva, es necesario
que en este acto se pronuncie el individuo mismo, con toda la
profundidad de su conciencia, con todo el sentido de su culpabilidad y
de su confianza en Dios, poniéndose ante Él, como el salmista, para
confesar: «contra ti solo he pecado». (20)
Es el derecho a un encuentro del hombre más personal con Cristo crucificado que perdona, con Cristo que dice, por medio del ministro del sacramento de la Reconciliación: «tus pecados te son perdonados»; «vete y no peques más». Como es evidente, éste es al mismo tiempo el derecho de Cristo mismo hacia cada hombre redimido por Él. Es el derecho a encontrarse con cada uno de nosotros en aquel momento-clave de la vida del alma, que es el momento de la conversión y del perdón. (20)
Es el derecho a un encuentro del hombre más personal con Cristo crucificado que perdona, con Cristo que dice, por medio del ministro del sacramento de la Reconciliación: «tus pecados te son perdonados»; «vete y no peques más». Como es evidente, éste es al mismo tiempo el derecho de Cristo mismo hacia cada hombre redimido por Él. Es el derecho a encontrarse con cada uno de nosotros en aquel momento-clave de la vida del alma, que es el momento de la conversión y del perdón. (20)
La participación en la misión real de Cristo, o sea
el hecho de re-descubrir en sí y en los demás la particular dignidad de
nuestra vocación, que puede definirse como «realeza». Esta dignidad se
expresa en la disponibilidad a servir, según el ejemplo de Cristo, que
«no ha venido para ser servido, sino para servir»... ...Para la entera
comunidad del Pueblo de Dios y para cada uno de sus miembros, no se
trata sólo de una específica «pertenencia social», sino que es más bien
esencial, para cada uno y para todos, una concreta «vocación».... debemos sobre todo ver a Cristo, que dice en cierto modo a cada miembro
de esta comunidad: «Sígueme».
Esta es la comunidad de los discípulos; cada uno de ellos, de forma
diversa, a veces muy consciente y coherente, a veces con poca
responsabilidad y mucha incoherencia, sigue a Cristo. (21)
Este
es precisamente el principio de aquel «servicio real», que nos impone a
cada uno, según el ejemplo de Cristo, el deber de exigirnos exactamente
aquello a lo que hemos sido llamados, a lo que —para responder a la
vocación— nos hemos comprometido personalmente, con la gracia de Dios.
Tal fidelidad a la vocación recibida de Dios, a través de Cristo, lleva
consigo aquella solidaria responsabilidad por la Iglesia. ...... Esto, al igual que los esposos, que deben con todas sus fuerzas
tratar de perseverar en la unión matrimonial, construyendo con el
testimonio del amor la comunidad familiar y educando nuevas generaciones
de hombres, capaces de consagrar también ellos toda su vida a la propia
vocación, o sea, a aquel «servicio real», cuyo ejemplo más hermoso nos
lo ha ofrecido Jesucristo. (21)
En nuestro tiempo se considera a veces erróneamente que la libertad
es fin en sí misma, que todo hombre es libre cuando usa de ella como
quiere, que a esto hay que tender en la vida de los individuos y de las
sociedades. La libertad en cambio es un don grande sólo cuando sabemos
usarla responsablemente para todo lo que es el verdadero bien. Cristo
nos enseña que el mejor uso de la libertad es la caridad que se realiza
en la donación y en el servicio. (21)
Resuenan como
un eco sonoro las palabras dichas por Él: «sin mí nada podéis hacer».
No sólo sentimos la necesidad, sino también un imperativo categórico
por una grande, intensa, creciente oración de toda la Iglesia. Solamente
la oración puede lograr que todos estos grandes cometidos y
dificultades que se suceden no se conviertan en fuente de crisis, sino
en ocasión y como fundamento de conquistas cada vez más maduras en el
camino del Pueblo de Dios hacia la Tierra Prometida. (22)