CARTA ENCÍCLICA
FRATELLI TUTTI
DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
SOBRE LA FRATERNIDAD
Y LA AMISTAD SOCIAL
Capítulo primero
LAS SOMBRAS DE UN MUNDO CERRADO
El fin de la conciencia histórica
Si una persona les hace una propuesta y les dice que ignoren la historia,
que no recojan la experiencia de los mayores, que desprecien todo lo pasado y
que sólo miren el futuro que ella les ofrece, ¿no es una forma fácil de
atraparlos con su propuesta para que solamente hagan lo que ella les dice? Esa
persona los necesita vacíos, desarraigados, desconfiados de todo, para que sólo
confíen en sus promesas y se sometan a sus planes. Así funcionan las ideologías
de distintos colores, que destruyen —o de-construyen— todo lo que sea diferente
y de ese modo pueden reinar sin oposiciones. Para esto necesitan jóvenes que
desprecien la historia, que rechacen la riqueza espiritual y humana que se fue
transmitiendo a lo largo de las generaciones, que ignoren todo lo que los ha
precedido (13)
Un modo eficaz de licuar la conciencia histórica, el pensamiento crítico,
la lucha por la justicia y los caminos de integración es vaciar de sentido o
manipular las grandes palabras. ¿Qué significan hoy algunas expresiones como
democracia, libertad, justicia, unidad? Han sido manoseadas y desfiguradas para
utilizarlas como instrumento de dominación, como títulos vacíos de contenido
que pueden servir para justificar cualquier acción. (14)
Sin un proyecto para todos
Hoy en muchos países se utiliza el mecanismo político de exasperar,
exacerbar y polarizar. Por diversos caminos se niega a otros el derecho a
existir y a opinar, y para ello se acude a la estrategia de ridiculizarlos,
sospechar de ellos, cercarlos. No se recoge su parte de verdad, sus valores, y
de este modo la sociedad se empobrece y se reduce a la prepotencia del más
fuerte. La política ya no es así una discusión sana sobre proyectos a largo
plazo para el desarrollo de todos y el bien común, sino sólo recetas
inmediatistas de marketing que encuentran en la destrucción
del otro el recurso más eficaz. En este juego mezquino de las
descalificaciones, el debate es manipulado hacia el estado permanente de
cuestionamiento y confrontación. (15)
El descarte mundial
Cuando dicen que el mundo moderno redujo la pobreza, lo hacen midiéndola
con criterios de otras épocas no comparables con la realidad actual. Porque en
otros tiempos, por ejemplo, no tener acceso a la energía eléctrica no era
considerado un signo de pobreza ni generaba angustia. La pobreza siempre se
analiza y se entiende en el contexto de las posibilidades reales de un momento
histórico concreto. (21)
Derechos humanos no suficientemente universales
Hoy como ayer, en la raíz de la esclavitud se encuentra una concepción de
la persona humana que admite que pueda ser tratada como un objeto. […] La
persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, queda privada de la
libertad, mercantilizada, reducida a ser propiedad de otro, con la fuerza, el engaño
o la constricción física o psicológica; es tratada como un medio y no como un
fin». (24)
Conflicto y miedo
La soledad, los miedos y la inseguridad de tantas personas que se sienten
abandonadas por el sistema, hacen que se vaya creando un terreno fértil para
las mafias. Porque ellas se afirman presentándose como “protectoras” de los
olvidados, muchas veces a través de diversas ayudas, mientras persiguen sus
intereses criminales. Hay una pedagogía típicamente mafiosa que, con una falsa
mística comunitaria, crea lazos de dependencia y de subordinación de los que es
muy difícil liberarse. (28)
Sin dignidad humana en las fronteras
Lamentablemente, otros son «atraídos por la cultura occidental, a veces con
expectativas poco realistas que los exponen a grandes desilusiones. Traficantes
sin escrúpulos, a menudo vinculados a los cárteles de la droga y de las armas,
explotan la situación de debilidad de los inmigrantes, que a lo largo de su
viaje con demasiada frecuencia experimentan la violencia, la trata de personas,
el abuso psicológico y físico, y sufrimientos indescriptibles»[37].
Los que emigran «tienen que separarse de su propio contexto de origen y con
frecuencia viven un desarraigo cultural y religioso. La fractura también
concierne a las comunidades de origen, que pierden a los elementos más
vigorosos y emprendedores, y a las familias, en particular cuando emigra uno de
los padres o ambos, dejando a los hijos en el país de origen»[38].
Por consiguiente, también «hay que reafirmar el derecho a no emigrar, es decir,
a tener las condiciones para permanecer en la propia tierra» (38).
Comprendo que ante las personas migrantes algunos tengan dudas y sientan
temores. Lo entiendo como parte del instinto natural de autodefensa. Pero
también es verdad que una persona y un pueblo sólo son fecundos si saben
integrar creativamente en su interior la apertura a los otros. Invito a ir más
allá de esas reacciones primarias, porque «el problema es cuando esas dudas y
esos miedos condicionan nuestra forma de pensar y de actuar hasta el punto de
convertirnos en seres intolerantes, cerrados y quizás, sin darnos cuenta,
incluso racistas. El miedo nos priva así del deseo y de la capacidad de
encuentro con el otro» (41)
La ilusión de la comunicación
Hacen falta gestos físicos, expresiones del rostro, silencios, lenguaje
corporal, y hasta el perfume, el temblor de las manos, el rubor, la
transpiración, porque todo eso habla y forma parte de la comunicación humana.
Las relaciones digitales, que eximen del laborioso cultivo de una amistad, de
una reciprocidad estable, e incluso de un consenso que madura con el tiempo,
tienen apariencia de sociabilidad. (43)
Agresividad sin pudor
Ello ha permitido que las ideologías pierdan todo pudor. Lo que hasta hace
pocos años no podía ser dicho por alguien sin el riesgo de perder el respeto de
todo el mundo, hoy puede ser expresado con toda crudeza aun por algunas
autoridades políticas y permanecer impune. (45)
Información sin sabiduría
La verdadera sabiduría supone el encuentro con la realidad. Pero hoy todo
se puede producir, disimular, alterar. Esto hace que el encuentro directo con
los límites de la realidad se vuelva intolerable. Como consecuencia, se opera
un mecanismo de “selección” y se crea el hábito de separar inmediatamente lo
que me gusta de lo que no me gusta, lo atractivo de lo feo. Con la misma lógica
se eligen las personas con las que uno decide compartir el mundo. (47)
El cúmulo abrumador de información que nos inunda no significa más
sabiduría. La sabiduría no se fabrica con búsquedas ansiosas por internet, ni
es una sumatoria de información cuya veracidad no está asegurada. De ese modo
no se madura en el encuentro con la verdad. Las conversaciones finalmente sólo
giran en torno a los últimos datos, son meramente horizontales y acumulativas.
Pero no se presta una detenida atención y no se penetra en el corazón de la
vida, no se reconoce lo que es esencial para darle un sentido a la existencia.
Así, la libertad es una ilusión que nos venden y que se confunde con la
libertad de navegar frente a una pantalla. El problema es que un camino de
fraternidad, local y universal, sólo puede ser recorrido por espíritus libres y
dispuestos a encuentros reales. (50)
Capítulo segundo
UN EXTRANO EN EL CAMINO
El abandonado
Jesús cuenta que había un hombre herido, tirado en el camino, que había
sido asaltado. Pasaron varios a su lado pero huyeron, no se detuvieron. Eran
personas con funciones importantes en la sociedad, que no tenían en el corazón
el amor por el bien común. No fueron capaces de perder unos minutos para
atender al herido o al menos para buscar ayuda. Uno se detuvo, le regaló
cercanía, lo curó con sus propias manos, puso también dinero de su bolsillo y
se ocupó de él. Sobre todo, le dio algo que en este mundo ansioso retaceamos
tanto: le dio su tiempo. Seguramente él tenía sus planes para aprovechar aquel
día según sus necesidades, compromisos o deseos. Pero fue capaz de dejar todo a
un lado ante el herido, y sin conocerlo lo consideró digno de dedicarle su
tiempo. (63)
Esta parábola es un ícono iluminador, capaz de poner de manifiesto la
opción de fondo que necesitamos tomar para reconstruir este mundo que nos
duele. Ante tanto dolor, ante tanta herida, la única salida es ser como el buen
samaritano. Toda otra opción termina o bien al lado de los salteadores o bien
al lado de los que pasan de largo, sin compadecerse del dolor del hombre herido
en el camino. La parábola nos muestra con qué iniciativas se puede rehacer una
comunidad a partir de hombres y mujeres que hacen propia la fragilidad de los
demás, que no dejan que se erija una sociedad de exclusión, sino que se hacen
prójimos y levantan y rehabilitan al caído, para que el bien sea común. Al
mismo tiempo, la parábola nos advierte sobre ciertas actitudes de personas que
sólo se miran a sí mismas y no se hacen cargo de las exigencias ineludibles de
la realidad humana. (67)
Una historia que se repite
La inclusión o la exclusión de la persona que sufre al costado del camino
define todos los proyectos económicos, políticos, sociales y religiosos.
Enfrentamos cada día la opción de ser buenos samaritanos o indiferentes
viajantes que pasan de largo. Y si extendemos la mirada a la totalidad de
nuestra historia y a lo ancho y largo del mundo, todos somos o hemos sido como
estos personajes: todos tenemos algo de herido, algo de salteador, algo de los
que pasan de largo y algo del buen samaritano. (69)
Los personajes
En los que pasan de largo hay un detalle que no podemos ignorar; eran
personas religiosas. Es más, se dedicaban a dar culto a Dios: un sacerdote y un
levita. Esto es un fuerte llamado de atención, indica que el hecho de creer en
Dios y de adorarlo no garantiza vivir como a Dios le agrada. … San
Juan Crisóstomo llegó a expresar con mucha claridad este desafío que se plantea
a los cristianos: «¿Desean honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecien cuando
lo contemplen desnudo […], ni lo honren aquí, en el templo, con lienzos de
seda, si al salir lo abandonan en su frío y desnudez». La paradoja es que a
veces, quienes dicen no creer, pueden vivir la voluntad de Dios mejor que los
creyentes. (74)
Los “salteadores del camino” suelen tener como aliados secretos a los que
“pasan por el camino mirando a otro lado”. Se cierra el círculo entre los que
usan y engañan a la sociedad para esquilmarla, y los que creen mantener la
pureza en su función crítica, pero al mismo tiempo viven de ese sistema y de
sus recursos. Hay una triste hipocresía cuando la impunidad del delito, del uso
de las instituciones para el provecho personal o corporativo y otros males que
no logramos desterrar, se unen a una permanente descalificación de todo, a la
constante siembra de sospecha que hace cundir la desconfianza y la perplejidad.
El engaño del “todo está mal” es respondido con un “nadie puede arreglarlo”,
“¿qué puedo hacer yo?”. De esta manera, se nutre el desencanto y la desesperanza,
y eso no alienta un espíritu de solidaridad y de generosidad. Hundir a un
pueblo en el desaliento es el cierre de un círculo perverso perfecto: así obra
la dictadura invisible de los verdaderos intereses ocultos, que se adueñaron de
los recursos y de la capacidad de opinar y pensar. (75)
Recomenzar
Cada día se nos ofrece una nueva oportunidad, una etapa nueva. No tenemos
que esperar todo de los que nos gobiernan, sería infantil. Gozamos de un
espacio de corresponsabilidad capaz de iniciar y generar nuevos procesos y
transformaciones. Seamos parte activa en la rehabilitación y el auxilio de las
sociedades heridas. Hoy estamos ante la gran oportunidad de manifestar nuestra
esencia fraterna, de ser otros buenos samaritanos que carguen sobre sí el dolor
de los fracasos, en vez de acentuar odios y resentimientos. Como el viajero
ocasional de nuestra historia, sólo falta el deseo gratuito, puro y simple de
querer ser pueblo, de ser constantes e incansables en la labor de incluir, de
integrar, de levantar al caído; aunque muchas veces nos veamos inmersos y
condenados a repetir la lógica de los violentos, de los que sólo se ambicionan
a sí mismos, difusores de la confusión y la mentira. Que otros sigan pensando
en la política o en la economía para sus juegos de poder. Alimentemos lo bueno
y pongámonos al servicio del bien. (77)
Busquemos a otros y hagámonos cargo de la realidad que nos corresponde sin
miedo al dolor o a la impotencia, porque allí está todo lo bueno que Dios ha
sembrado en el corazón del ser humano. Las dificultades que parecen enormes son
la oportunidad para crecer, y no la excusa para la tristeza inerte que favorece
el sometimiento. Pero no lo hagamos solos, individualmente. El samaritano buscó
a un hospedero que pudiera cuidar de aquel hombre, como nosotros estamos
invitados a convocar y encontrarnos en un “nosotros” que sea más fuerte
que la suma de pequeñas individualidades. (78)
El samaritano del camino se fue sin esperar reconocimientos ni gratitudes.
La entrega al servicio era la gran satisfacción frente a su Dios y a su vida, y
por eso, un deber. (79)
El prójimo sin fronteras
La propuesta es la de hacerse presentes ante el que necesita ayuda, sin
importar si es parte del propio círculo de pertenencia. En este caso, el
samaritano fue quien se hizo prójimo del judío herido. Para
volverse cercano y presente, atravesó todas las barreras culturales e
históricas. La conclusión de Jesús es un pedido: «Tienes que ir y hacer lo
mismo» (Lc 10,37). (81)
Capítulo tercero
PENSAR Y GESTAR UN MUNDO ABIERTO
El valor único del amor
Hay creyentes que piensan que su grandeza está en la imposición de sus
ideologías al resto, o en la defensa violenta de la verdad, o en grandes
demostraciones de fortaleza. Todos los creyentes necesitamos reconocer esto: lo
primero es el amor, lo que nunca debe estar en riesgo es el amor, el mayor
peligro es no amar (cf. 1 Co 13,1-13). (92)
Trascender un mundo de socios
Los personajes que pasaban a su lado no se concentraban en este llamado
interior a volverse cercanos, sino en su función, en el lugar social que ellos
ocupaban, en una profesión relevante en la sociedad. Se sentían importantes
para la sociedad del momento y su urgencia era el rol que les tocaba cumplir.
El hombre herido y abandonado en el camino era una molestia para ese proyecto,
una interrupción, y a su vez era alguien que no cumplía función alguna. Era un
nadie, no pertenecía a una agrupación que se considerara destacable, no tenía
función alguna en la construcción de la historia. Mientras tanto, el samaritano
generoso se resistía a estas clasificaciones cerradas, aunque él mismo quedaba
fuera de cualquiera de estas categorías y era sencillamente un extraño sin un
lugar propio en la sociedad. (101)
Libertad, igualdad y fraternidad
Tampoco la igualdad se logra definiendo en abstracto que “todos los seres
humanos son iguales”, sino que es el resultado del cultivo consciente y
pedagógico de la fraternidad. Los que únicamente son capaces de ser socios
crean mundos cerrados. ¿Qué sentido puede tener en este esquema esa persona que
no pertenece al círculo de los socios y llega soñando con una vida mejor para
sí y para su familia? (104)
Amor universal que promueve a las personas
Todo ser humano tiene derecho a vivir con dignidad y a desarrollarse
integralmente, y ese derecho básico no puede ser negado por ningún país. Lo
tiene aunque sea poco eficiente, aunque haya nacido o crecido con limitaciones.
Porque eso no menoscaba su inmensa dignidad como persona humana, que no se
fundamenta en las circunstancias sino en el valor de su ser. Cuando este
principio elemental no queda a salvo, no hay futuro ni para la fraternidad ni
para la sobrevivencia de la humanidad. (107)
Algunos nacen en familias de buena posición económica, reciben buena
educación, crecen bien alimentados, o poseen naturalmente capacidades
destacadas. Ellos seguramente no necesitarán un Estado activo y sólo reclamarán
libertad. Pero evidentemente no cabe la misma regla para una persona con
discapacidad, para alguien que nació en un hogar extremadamente pobre, para
alguien que creció con una educación de baja calidad y con escasas
posibilidades de curar adecuadamente sus enfermedades. Si la sociedad se rige
primariamente por los criterios de la libertad de mercado y de la eficiencia,
no hay lugar para ellos, y la fraternidad será una expresión romántica más.
(109)
Promover el bien moral
En esta línea, vuelvo a destacar con dolor que «ya hemos tenido mucho
tiempo de degradación moral, burlándonos de la ética, de la bondad, de la fe,
de la honestidad, y llegó la hora de advertir que esa alegre superficialidad
nos ha servido de poco. Esa destrucción de todo fundamento de la vida social
termina enfrentándonos unos con otros para preservar los propios intereses»[86].
Volvamos a promover el bien, para nosotros mismos y para toda la humanidad, y
así caminaremos juntos hacia un crecimiento genuino e integral. Cada sociedad
necesita asegurar que los valores se transmitan, porque si esto no sucede se
difunde el egoísmo, la violencia, la corrupción en sus diversas formas, la
indiferencia y, en definitiva, una vida cerrada a toda trascendencia y
clausurada en intereses individuales. (113)
El valor de la solidaridad
La solidaridad se expresa concretamente en el servicio, que puede asumir
formas muy diversas de hacerse cargo de los demás. El servicio es «en gran
parte, cuidar la fragilidad. Servir significa cuidar a los frágiles de nuestras
familias, de nuestra sociedad, de nuestro pueblo». En esta tarea cada uno es
capaz de «dejar de lado sus búsquedas, afanes, deseos de omnipotencia ante la
mirada concreta de los más frágiles. (115)
Derechos de los pueblos
Sin dudas, se trata de otra lógica. Si no se intenta entrar en esa lógica,
mis palabras sonarán a fantasía. Pero si se acepta el gran principio de los
derechos que brotan del solo hecho de poseer la inalienable dignidad humana, es
posible aceptar el desafío de soñar y pensar en otra humanidad. Es posible
anhelar un planeta que asegure tierra, techo y trabajo para todos. Este es el
verdadero camino de la paz, y no la estrategia carente de sentido y corta de
miras de sembrar temor y desconfianza ante amenazas externas. Porque la paz
real y duradera sólo es posible «desde una ética global de solidaridad y
cooperación al servicio de un futuro plasmado por la interdependencia y la
corresponsabilidad entre toda la familia humana». (127)
Capítulo cuarto
UN CORAZÓN ABIERTO AL MUNDO ENTERO
Los inmigrantes, si se los ayuda a integrarse, son una bendición, una
riqueza y un nuevo don que invita a una sociedad a crecer». (135)
Ampliando la mirada, con el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb recordamos que «la
relación entre Occidente y Oriente es una necesidad mutua indiscutible, que no
puede ser sustituida ni descuidada, de modo que ambos puedan enriquecerse
mutuamente a través del intercambio y el diálogo de las culturas. El Occidente
podría encontrar en la civilización del Oriente los remedios para algunas de
sus enfermedades espirituales y religiosas causadas por la dominación del
materialismo. Y el Oriente podría encontrar en la civilización del Occidente
muchos elementos que pueden ayudarlo a salvarse de la debilidad, la división,
el conflicto y el declive científico, técnico y cultural. Es importante prestar
atención a las diferencias religiosas, culturales e históricas que son un
componente esencial en la formación de la personalidad, la cultura y la
civilización oriental; y es importante consolidar los derechos humanos
generales y comunes, para ayudar a garantizar una vida digna para todos los
hombres en Oriente y en Occidente, evitando el uso de políticas de doble
medida». (136)
El fecundo intercambio
La ayuda mutua entre países en realidad termina beneficiando a todos. Un
país que progresa desde su original sustrato cultural es un tesoro para toda la
humanidad. Necesitamos desarrollar esta consciencia de que hoy o nos salvamos
todos o no se salva nadie. La pobreza, la decadencia, los sufrimientos de un
lugar de la tierra son un silencioso caldo de cultivo de problemas que
finalmente afectarán a todo el planeta. Si nos preocupa la desaparición de
algunas especies, debería obsesionarnos que en cualquier lugar haya personas y
pueblos que no desarrollen su potencial y su belleza propia a causa de la
pobreza o de otros límites estructurales. Porque eso termina empobreciéndonos a
todos. (137)
Gratuidad que acoge
No obstante, no quisiera limitar este planteamiento a alguna forma de
utilitarismo. Existe la gratuidad. Es la capacidad de hacer algunas cosas
porque sí, porque son buenas en sí mismas, sin esperar ningún resultado
exitoso, sin esperar inmediatamente algo a cambio. Esto permite acoger al
extranjero, aunque de momento no traiga un beneficio tangible. Pero hay países
que pretenden recibir sólo a los científicos o a los inversores. (139)
Quien no vive la gratuidad fraterna, convierte su existencia en un comercio
ansioso, está siempre midiendo lo que da y lo que recibe a cambio. Dios, en
cambio, da gratis, hasta el punto de que ayuda aun a los que no son fieles, y
«hace salir el sol sobre malos y buenos» (Mt 5,45). Por algo Jesús
recomienda: «Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda no sepa lo que hace
tu derecha, para que tu limosna quede en secreto» (Mt 6,3-4). Hemos
recibido la vida gratis, no hemos pagado por ella. Entonces todos podemos dar
sin esperar algo, hacer el bien sin exigirle tanto a esa persona que uno ayuda.
Es lo que Jesús decía a sus discípulos: «Lo que han recibido gratis,
entréguenlo también gratis» (Mt 10,8). (140)
La verdadera calidad de los distintos países del mundo se mide por esta
capacidad de pensar no sólo como país, sino también como familia humana, y esto
se prueba especialmente en las épocas críticas. Los nacionalismos cerrados
expresan en definitiva esta incapacidad de gratuidad, el error de creer que
pueden desarrollarse al margen de la ruina de los demás y que cerrándose al
resto estarán más protegidos. El inmigrante es visto como un usurpador que no
ofrece nada. Así, se llega a pensar ingenuamente que los pobres son peligrosos
o inútiles y que los poderosos son generosos benefactores. Sólo una cultura
social y política que incorpore la acogida gratuita podrá tener futuro. (141)
Local y universal
Cabe recordar que «entre la globalización y la localización también se
produce una tensión. Hace falta prestar atención a lo global para no caer en
una mezquindad cotidiana. Al mismo tiempo, no conviene perder de vista lo
local, que nos hace caminar con los pies sobre la tierra. (142)
El sabor local
También el bien del universo requiere que cada uno proteja y ame su propia
tierra. De lo contrario, las consecuencias del desastre de un país terminarán
afectando a todo el planeta. Esto se fundamenta en el sentido positivo que
tiene el derecho de propiedad: cuido y cultivo algo que poseo, de manera que
pueda ser un aporte al bien de todos.(143)
El horizonte universal
Pero no es posible ser sanamente local sin una sincera y amable apertura a
lo universal, sin dejarse interpelar por lo que sucede en otras partes, sin
dejarse enriquecer por otras culturas o sin solidarizarse con los dramas de los
demás pueblos. Ese localismo se clausura obsesivamente en unas pocas ideas,
costumbres y seguridades, incapaz de admiración frente a la multitud de
posibilidades y de belleza que ofrece el mundo entero, y carente de una
solidaridad auténtica y generosa. Así, la vida local ya no es auténticamente
receptiva, ya no se deja completar por el otro; por lo tanto, se limita en sus
posibilidades de desarrollo, se vuelve estática y se enferma. Porque en
realidad toda cultura sana es abierta y acogedora por naturaleza, de tal modo
que «una cultura sin valores universales no es una verdadera cultura». (146)
Sin la relación y el contraste con quien es diferente, es difícil
percibirse clara y completamente a sí mismo y a la propia tierra, ya que las
demás culturas no son enemigos de los que hay que preservarse, sino que son
reflejos distintos de la riqueza inagotable de la vida humana. Mirándose a sí
mismo con el punto de referencia del otro, de lo diverso, cada uno puede
reconocer mejor las peculiaridades de su persona y de su cultura: sus riquezas,
sus posibilidades y sus límites. La experiencia que se realiza en un lugar debe
ser desarrollada “en contraste” y “en sintonía” con las experiencias de otros
que viven en contextos culturales diferentes. (147)
En realidad, una sana apertura nunca atenta contra la identidad. Porque al
enriquecerse con elementos de otros lugares, una cultura viva no realiza una
copia o una mera repetición, sino que integra las novedades “a su modo”. (148)
Desde la propia región
Capítulo quinto
LA MEJOR POLÍTCA
Popular o populista
Porque existe un malentendido: «Pueblo no es una categoría lógica, ni una
categoría mística, si lo entendemos en el sentido de que todo lo que hace el
pueblo es bueno, o en el sentido de que el pueblo sea una categoría angelical.
Es una categoría mítica […] Cuando explicas lo que es un pueblo utilizas
categorías lógicas porque tienes que explicarlo: cierto, hacen falta. Pero así
no explicas el sentido de pertenencia a un pueblo. La palabra pueblo tiene algo
más que no se puede explicar de manera lógica. Ser parte de un pueblo es formar
parte de una identidad común, hecha de lazos sociales y culturales. Y esto no
es algo automático, sino todo lo contrario: es un proceso lento, difícil… hacia
un proyecto común». (158)
Hay líderes populares capaces de interpretar el sentir de un pueblo, su
dinámica cultural y las grandes tendencias de una sociedad. El servicio que
prestan, aglutinando y conduciendo, puede ser la base para un proyecto duradero
de transformación y crecimiento, que implica también la capacidad de ceder
lugar a otros en pos del bien común. Pero deriva en insano populismo cuando se
convierte en la habilidad de alguien para cautivar en orden a instrumentalizar
políticamente la cultura del pueblo, con cualquier signo ideológico, al
servicio de su proyecto personal y de su perpetuación en el poder. (159)
Valores y límites de las visiones liberales
La verdadera caridad es capaz de incorporar todo esto en su entrega, y si
debe expresarse en el encuentro persona a persona, también es capaz de llegar a
una hermana o a un hermano lejano e incluso ignorado, a través de los diversos
recursos que las instituciones de una sociedad organizada, libre y creativa son
capaces de generar. Si vamos al caso, aun el buen samaritano necesitó de la
existencia de una posada que le permitiera resolver lo que él solo en ese
momento no estaba en condiciones de asegurar. El amor al prójimo es realista y
no desperdicia nada que sea necesario para una transformación de la historia
que beneficie a los últimos. De otro modo, a veces se tienen ideologías de
izquierda o pensamientos sociales, junto con hábitos individualistas y
procedimientos ineficaces que sólo llegan a unos pocos. Mientras tanto, la
multitud de los abandonados queda a merced de la posible buena voluntad de
algunos. (165)
En ciertas visiones economicistas cerradas y monocromáticas, no parecen
tener lugar, por ejemplo, los movimientos populares que aglutinan a
desocupados, trabajadores precarios e informales y a tantos otros que no entran
fácilmente en los cauces ya establecidos. … Aunque
molesten, aunque algunos “pensadores” no sepan cómo clasificarlos, hay que
tener la valentía de reconocer que sin ellos «la democracia se atrofia, se
convierte en un nominalismo, una formalidad, pierde representatividad, se va
desencarnando porque deja afuera al pueblo en su lucha cotidiana por la
dignidad, en la construcción de su destino». (169)
El poder internacional
Cuando se habla de la posibilidad de alguna forma de autoridad mundial
regulada por el derecho no necesariamente
debe pensarse en una autoridad personal. Sin embargo, al menos debería incluir
la gestación de organizaciones mundiales más eficaces, dotadas de autoridad
para asegurar el bien común mundial, la erradicación del hambre y la miseria, y
la defensa cierta de los derechos humanos elementales. (172)
Gracias a Dios tantas agrupaciones y organizaciones de la sociedad civil
ayudan a paliar las debilidades de la Comunidad internacional, su falta de
coordinación en situaciones complejas, su falta de atención frente a derechos
humanos fundamentales y a situaciones muy críticas de algunos grupos. Así
adquiere una expresión concreta el principio de subsidiariedad, que garantiza
la participación y la acción de las comunidades y organizaciones de menor
rango, las que complementan la acción del Estado. Muchas veces desarrollan
esfuerzos admirables pensando en el bien común y algunos de sus miembros llegan
a realizar gestos verdaderamente heroicos que muestran de cuánta belleza
todavía es capaz nuestra humanidad. (175)
El amor político
Reconocer a cada ser humano como un hermano o una hermana y buscar una
amistad social que integre a todos no son meras utopías. Exigen la decisión y
la capacidad para encontrar los caminos eficaces que las hagan realmente
posibles. Cualquier empeño en esta línea se convierte en un ejercicio supremo
de la caridad. Porque un individuo puede ayudar a una persona necesitada, pero
cuando se une a otros para generar procesos sociales de fraternidad y de
justicia para todos, entra en «el campo de la más amplia caridad, la caridad
política». Se trata de avanzar hacia un orden social y político cuya alma sea
la caridad social. Una vez más convoco a rehabilitar la política, que «es una
altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque
busca el bien común». (180)
Esta caridad política supone haber desarrollado un sentido social que
supera toda mentalidad individualista: «La caridad social nos hace amar el bien
común y nos lleva a buscar efectivamente el bien de todas las personas,
consideradas no sólo individualmente, sino también en la dimensión social que
las une». Cada uno es plenamente persona cuando pertenece a un pueblo, y al
mismo tiempo no hay verdadero pueblo sin respeto al rostro de cada persona.
Pueblo y persona son términos correlativos. Sin embargo, hoy se pretende
reducir las personas a individuos, fácilmente dominables por poderes que miran
a intereses espurios. La buena política busca caminos de construcción de
comunidades en los distintos niveles de la vida social, en orden a reequilibrar
y reorientar la globalización para evitar sus efectos disgregantes. (182)
La actividad del amor político
De ahí que sea «un acto de caridad igualmente indispensable el esfuerzo
dirigido a organizar y estructurar la sociedad de modo que el prójimo no tenga que padecer la miseria. Es caridad acompañar a
una persona que sufre, y también es caridad todo lo que se realiza, aun sin
tener contacto directo con esa persona, para modificar las condiciones sociales
que provocan su sufrimiento. Si alguien ayuda a un anciano a cruzar un río, y
eso es exquisita caridad, el político le construye un puente, y eso también es
caridad. Si alguien ayuda a otro con comida, el político le crea una fuente de
trabajo, y ejercita un modo altísimo de la caridad que ennoblece su acción
política.(186)
Los desvelos del amor
No se puede abordar el escándalo de la pobreza promoviendo estrategias de
contención que únicamente tranquilicen y conviertan a los pobres en seres
domesticados e inofensivos. Qué triste ver cuando detrás de supuestas obras
altruistas, se reduce al otro a la pasividad. Lo que se necesita es que
haya diversos cauces de expresión y de participación social. La educación está
al servicio de ese camino para que cada ser humano pueda ser artífice de su
destino. Aquí muestra su valor el principio de subsidiariedad,
inseparable del principio de solidaridad. (188)
Amor que integra y reúne
Mientras vemos que todo tipo de intolerancias fundamentalistas daña las
relaciones entre personas, grupos y pueblos, vivamos y enseñemos nosotros el
valor del respeto, el amor capaz de asumir toda diferencia, la prioridad de la
dignidad de todo ser humano sobre cualesquiera fuesen sus ideas, sentimientos,
prácticas y aun sus pecados. Mientras en la sociedad actual proliferan los
fanatismos, las lógicas cerradas y la fragmentación social y cultural, un buen
político da el primer paso para que resuenen las distintas voces. Es cierto que
las diferencias generan conflictos, pero la uniformidad genera asfixia y hace
que nos fagocitemos culturalmente. No nos resignemos a vivir encerrados en un
fragmento de realidad. (191)
En este contexto, quiero recordar que, junto con el Gran Imán Ahmad
Al-Tayyeb, pedimos «a los artífices de la política internacional y de la
economía mundial, comprometerse seriamente para difundir la cultura de la
tolerancia, de la convivencia y de la paz; intervenir lo antes posible para
parar el derramamiento de sangre inocente»[189].
Y cuando una determinada política siembra el odio o el miedo hacia otras
naciones en nombre del bien del propio país, es necesario preocuparse,
reaccionar a tiempo y corregir inmediatamente el rumbo. (192)
Más fecundidad que éxitos
Por otra parte, una gran nobleza es ser capaz de desatar procesos cuyos
frutos serán recogidos por otros, con la esperanza puesta en las fuerzas
secretas del bien que se siembra. La buena política une al amor la esperanza,
la confianza en las reservas de bien que hay en el corazón del pueblo, a pesar
de todo. Por eso «la auténtica vida política, fundada en el derecho y en un
diálogo leal entre los protagonistas, se renueva con la convicción de que cada
mujer, cada hombre y cada generación encierran en sí mismos una promesa que
puede liberar nuevas energías relacionales, intelectuales, culturales y
espirituales» (196)
Pensando en el futuro, algunos días las preguntas tienen que ser: “¿Para
qué? ¿Hacia dónde estoy apuntando realmente?”. Porque, después de unos años,
reflexionando sobre el propio pasado la pregunta no será: “¿Cuántos me
aprobaron, cuántos me votaron, cuántos tuvieron una imagen positiva de mí?”.
Las preguntas, quizás dolorosas, serán: “¿Cuánto amor puse en mi trabajo, en
qué hice avanzar al pueblo, qué marca dejé en la vida de la sociedad, qué lazos
reales construí, qué fuerzas positivas desaté, cuánta paz social sembré, qué
provoqué en el lugar que se me encomendó?”. (197)
Capítulo sexto
DIÁLOGO Y AMISTAD SOCIAL
El diálogo social hacia una nueva cultura
La resonante difusión de hechos y reclamos en los medios, en realidad suele
cerrar las posibilidades del diálogo, porque permite que cada uno mantenga
intocables y sin matices sus ideas, intereses y opciones con la excusa de los
errores ajenos. Prima la costumbre de descalificar rápidamente al adversario,
aplicándole epítetos humillantes, en lugar de enfrentar un diálogo abierto y
respetuoso, donde se busque alcanzar una síntesis superadora. Lo peor es que
este lenguaje, habitual en el contexto mediático de una campaña política, se ha
generalizado de tal manera que todos lo utilizan cotidianamente. (201)
La falta de diálogo implica que ninguno, en los distintos sectores, está
preocupado por el bien común, sino por la adquisición de los beneficios que
otorga el poder, o en el mejor de los casos, por imponer su forma de pensar.
Así las conversaciones se convertirán en meras negociaciones para que cada uno
pueda rasguñar todo el poder y los mayores beneficios posibles, no en una
búsqueda conjunta que genere bien común. (202)
Construir en común
El auténtico diálogo social supone la capacidad de respetar el punto de
vista del otro aceptando la posibilidad de que encierre algunas convicciones o
intereses legítimos. Desde su identidad, el otro tiene algo para aportar, y es
deseable que profundice y exponga su propia posición para que el debate público
sea más completo todavía. Es cierto que cuando una persona o un grupo es
coherente con lo que piensa, adhiere firmemente a valores y convicciones, y
desarrolla un pensamiento, eso de un modo o de otro beneficiará a la sociedad.
Pero esto sólo ocurre realmente en la medida en que dicho desarrollo se realice
en diálogo y apertura a los otros. (203)
El consenso y la verdad
Si algo es siempre conveniente para el buen funcionamiento de la sociedad,
¿no es porque detrás de eso hay una verdad permanente, que la inteligencia
puede captar? En la realidad misma del ser humano y de la sociedad, en su
naturaleza íntima, hay una serie de estructuras básicas que sostienen su
desarrollo y su supervivencia. De allí se derivan determinadas exigencias que
pueden ser descubiertas gracias al diálogo, si bien no son estrictamente
fabricadas por el consenso. El hecho de que ciertas normas sean indispensables
para la misma vida social es un indicio externo de que son algo bueno en sí
mismo. Por consiguiente, no es necesario contraponer la conveniencia social, el
consenso y la realidad de una verdad objetiva. Estas tres pueden unirse
armoniosamente cuando, a través del diálogo, las personas se atreven a llegar
hasta el fondo de una cuestión. (212)
Que todo ser humano posee una dignidad inalienable es una verdad que
responde a la naturaleza humana más allá de cualquier cambio cultural. Por eso
el ser humano tiene la misma dignidad inviolable en cualquier época de la
historia y nadie puede sentirse autorizado por las circunstancias a negar esta
convicción o a no obrar en consecuencia. La inteligencia puede entonces
escrutar en la realidad de las cosas, a través de la reflexión, de la experiencia
y del diálogo, para reconocer en esa realidad que la trasciende la base de
ciertas exigencias morales universales. (213)
El gusto de reconocer al otro
Con frecuencia las buenas propuestas no son asumidas por los sectores más
empobrecidos porque se presentan con un ropaje cultural que no es el de ellos y
con el que no pueden sentirse identificados. Por consiguiente, un pacto social
realista e inclusivo debe ser también un “pacto cultural”, que respete y asuma
las diversas cosmovisiones, culturas o estilos de vida que coexisten en la
sociedad. (219)
Pero ningún cambio auténtico, profundo y estable es posible si no se
realiza a partir de las diversas culturas, principalmente de los pobres. Un
pacto cultural supone renunciar a entender la identidad de un lugar de manera
monolítica, y exige respetar la diversidad ofreciéndole caminos de promoción y
de integración social. (220)
Recuperar la amabilidad
Hoy no suele haber ni tiempo ni energías disponibles para detenerse a
tratar bien a los demás, a decir “permiso”, “perdón”, “gracias”. Pero de vez en
cuando aparece el milagro de una persona amable, que deja a un lado sus
ansiedades y urgencias para prestar atención, para regalar una sonrisa, para
decir una palabra que estimule, para posibilitar un espacio de escucha en medio
de tanta indiferencia. Este esfuerzo, vivido cada día, es capaz de crear esa
convivencia sana que vence las incomprensiones y previene los conflictos. El
cultivo de la amabilidad no es un detalle menor ni una actitud superficial o
burguesa. Puesto que supone valoración y respeto, cuando se hace cultura en una
sociedad transfigura profundamente el estilo de vida, las relaciones sociales,
el modo de debatir y de confrontar ideas. Facilita la búsqueda de consensos y
abre caminos donde la exasperación destruye todos los puentes. (224)
Capítulo séptimo
CAMINOS DE REENCUENTRO
Las luchas legítimas y el perdón
No se trata de proponer un perdón renunciando a los propios derechos ante
un poderoso corrupto, ante un criminal o ante alguien que degrada nuestra
dignidad. Estamos llamados a amar a todos, sin excepción, pero amar a un
opresor no es consentir que siga siendo así; tampoco es hacerle pensar que lo que
él hace es aceptable. Al contrario, amarlo bien es buscar de distintas maneras
que deje de oprimir, es quitarle ese poder que no sabe utilizar y que lo
desfigura como ser humano. Perdonar no quiere decir permitir que sigan
pisoteando la propia dignidad y la de los demás, o dejar que un criminal
continúe haciendo daño. (241)
La clave está en no hacerlo para alimentar una ira que enferma el alma
personal y el alma de nuestro pueblo, o por una necesidad enfermiza de destruir
al otro que desata una carrera de venganza. Nadie alcanza la paz interior ni se
reconcilia con la vida de esa manera. (242)
Perdón sin olvidos
El perdón no implica olvido. Decimos más bien que cuando hay algo que de
ninguna manera puede ser negado, relativizado o disimulado, sin embargo,
podemos perdonar. Cuando hay algo que jamás debe ser tolerado, justificado o
excusado, sin embargo, podemos perdonar. Cuando hay algo que por ninguna razón
debemos permitirnos olvidar, sin embargo, podemos perdonar. El perdón libre y
sincero es una grandeza que refleja la inmensidad del perdón divino. Si el
perdón es gratuito, entonces puede perdonarse aun a quien se resiste al
arrepentimiento y es incapaz de pedir perdón. (250)
Los que perdonan de verdad no olvidan, pero renuncian a ser poseídos por
esa misma fuerza destructiva que los ha perjudicado. Rompen el círculo vicioso,
frenan el avance de las fuerzas de la destrucción. Deciden no seguir inoculando
en la sociedad la energía de la venganza que tarde o temprano termina recayendo
una vez más sobre ellos mismos. Porque la venganza nunca sacia verdaderamente
la insatisfacción de las víctimas. Hay crímenes tan horrendos y crueles, que
hacer sufrir a quien los cometió no sirve para sentir que se ha reparado el
daño; ni siquiera bastaría matar al criminal, ni se podrían encontrar torturas
que se equiparen a lo que pudo haber sufrido la víctima. La venganza no
resuelve nada. (251)
Cuando hubo injusticias mutuas, cabe reconocer con claridad que pueden no
haber tenido la misma gravedad o que no sean comparables. La violencia ejercida
desde las estructuras y el poder del Estado no está en el mismo nivel de la
violencia de grupos particulares. De todos modos, no se puede pretender que
sólo se recuerden los sufrimientos injustos de una sola de las partes. Como
enseñaron los Obispos de Croacia, «nosotros debemos a toda víctima inocente el
mismo respeto. No puede haber aquí diferencias raciales, confesionales,
nacionales o políticas»(253)
La injusticia de la guerra
Puesto que se están creando nuevamente las condiciones para la
proliferación de guerras, recuerdo que «la guerra es la negación de todos los
derechos y una dramática agresión al ambiente. Si se quiere un verdadero
desarrollo humano integral para todos, se debe continuar incansablemente con la
tarea de evitar la guerra entre las naciones y los pueblos. Para tal fin hay
que asegurar el imperio incontestado del derecho y el infatigable recurso a la
negociación, a los buenos oficios y al arbitraje, como propone la Carta
de las Naciones Unidas, verdadera norma jurídica fundamental». Quiero
destacar que los 75 años de las Naciones Unidas y la experiencia de los
primeros 20 años de este milenio, muestran que la plena aplicación de las
normas internacionales es realmente eficaz, y que su incumplimiento es nocivo.
La Carta de las Naciones Unidas, respetada y aplicada con
transparencia y sinceridad, es un punto de referencia obligatorio de justicia y
un cauce de paz. Pero esto supone no disfrazar intenciones espurias ni colocar
los intereses particulares de un país o grupo por encima del bien común
mundial. Si la norma es considerada un instrumento al que se acude cuando
resulta favorable y que se elude cuando no lo es, se desatan fuerzas
incontrolables que hacen un gran daño a las sociedades, a los más débiles, a la
fraternidad, al medio ambiente y a los bienes culturales, con pérdidas
irrecuperables para la comunidad global. (257)
Toda guerra deja al mundo peor que como lo había encontrado. La guerra es
un fracaso de la política y de la humanidad, una claudicación vergonzosa, una
derrota frente a las fuerzas del mal. No nos quedemos en discusiones teóricas,
tomemos contacto con las heridas, toquemos la carne de los perjudicados.
Volvamos a contemplar a tantos civiles masacrados como “daños colaterales”.
Preguntemos a las víctimas. Prestemos atención a los prófugos, a los que
sufrieron la radiación atómica o los ataques químicos, a las mujeres que
perdieron sus hijos, a los niños mutilados o privados de su infancia. Prestemos
atención a la verdad de esas víctimas de la violencia, miremos la realidad
desde sus ojos y escuchemos sus relatos con el corazón abierto. Así podremos
reconocer el abismo del mal en el corazón de la guerra y no nos perturbará que
nos traten de ingenuos por elegir la paz. (261)
Las normas tampoco serán suficientes si se piensa que la solución a los
problemas actuales está en disuadir a otros a través del miedo, amenazando con
el uso de armas nucleares, químicas o biológicas. Porque «si se tienen en
cuenta las principales amenazas a la paz y a la seguridad con sus múltiples
dimensiones en este mundo multipolar del siglo XXI, tales como, por ejemplo, el
terrorismo, los conflictos asimétricos, la seguridad informática, los problemas
ambientales, la pobreza, surgen no pocas dudas acerca de la inadecuación de la
disuasión nuclear para responder eficazmente a estos retos. Estas
preocupaciones son aún más consistentes si tenemos en cuenta las catastróficas
consecuencias humanitarias y ambientales derivadas de cualquier uso de las
armas nucleares con devastadores efectos indiscriminados e incontrolables en el
tiempo y el espacio. […] Debemos preguntarnos cuánto sea sostenible un
equilibrio basado en el miedo, cuando en realidad tiende a aumentarlo y a
socavar las relaciones de confianza entre los pueblos. (262)
La pena de muerte
«Los argumentos contrarios a la pena de muerte son muchos y bien conocidos.
La Iglesia ha oportunamente destacado algunos de ellos, como la posibilidad de
la existencia del error judicial y el uso que hacen de ello los regímenes
totalitarios y dictatoriales, que la utilizan como instrumento de supresión de
la disidencia política o de persecución de las minorías religiosas y culturales,
todas víctimas que para sus respectivas legislaciones son “delincuentes”. Todos
los cristianos y los hombres de buena voluntad están llamados, por lo tanto, a
luchar no sólo por la abolición de la pena de muerte, legal o ilegal que sea, y
en todas sus formas, sino también con el fin de mejorar las condiciones
carcelarias, en el respeto de la dignidad humana de las personas privadas de
libertad. Y esto yo lo relaciono con la cadena perpetua. […] La cadena perpetua
es una pena de muerte oculta» (268).
A los cristianos que dudan y se sienten tentados a ceder ante cualquier
forma de violencia, los invito a recordar aquel anuncio del libro de Isaías:
«Con sus espadas forjarán arados» (2,4). Para nosotros esa profecía toma carne
en Jesucristo, que frente a un discípulo cebado por la violencia dijo con
firmeza: «¡Vuelve tu espada a su lugar!, pues todos los que empuñan espada, a
espada morirán» (Mt 26,52). Era un eco de aquella antigua
advertencia: «Pediré cuentas al ser humano por la vida de su hermano. Quien
derrame sangre humana, su sangre será derramada por otro ser humano» (Gn 9,5-6).
Esta reacción de Jesús, que le brotó del corazón, supera la distancia de los
siglos y llega hasta hoy como un constante reclamo. (270)
Capítulo octavo
LAS RELIGIONES AL SERVICIO DE LA FRATERNIDAD EN EL
MUNDO
En esta línea, quiero recordar un texto memorable: «Si no existe una verdad
trascendente, con cuya obediencia el hombre conquista su plena identidad,
tampoco existe ningún principio seguro que garantice relaciones justas entre
los hombres: los intereses de clase, grupo o nación, los contraponen
inevitablemente unos a otros. Si no se reconoce la verdad trascendente, triunfa
la fuerza del poder, y cada uno tiende a utilizar hasta el extremo los medios
de que dispone para imponer su propio interés o la propia opinión, sin respetar
los derechos de los demás. [...] La raíz del totalitarismo moderno hay que
verla, por tanto, en la negación de la dignidad trascendente de la persona
humana, imagen visible de Dios invisible y, precisamente por esto, sujeto
natural de derechos que nadie puede violar: ni el individuo, el grupo, la clase
social, ni la nación o el Estado. No puede hacerlo tampoco la mayoría de un
cuerpo social, poniéndose en contra de la minoría» (273)
Religión y violencia
También «los creyentes necesitamos encontrar espacios para conversar y para
actuar juntos por el bien común y la promoción de los más pobres. No se trata
de que todos seamos más light o de que escondamos las
convicciones propias que nos apasionan para poder encontrarnos con otros que
piensan distinto. […] Porque mientras más profunda, sólida y rica es una
identidad, más tendrá para enriquecer a los otros con su aporte específico».
Los creyentes nos vemos desafiados a volver a nuestras fuentes para
concentrarnos en lo esencial: la adoración a Dios y el amor al prójimo, de
manera que algunos aspectos de nuestras doctrinas, fuera de su contexto, no
terminen alimentando formas de desprecio, odio, xenofobia, negación del otro.
La verdad es que la violencia no encuentra fundamento en las convicciones
religiosas fundamentales sino en sus deformaciones. (282)
Señor y
Padre de la humanidad,
que creaste a todos los seres humanos con la misma dignidad,
infunde en nuestros corazones un espíritu fraternal.
Inspíranos un sueño de reencuentro, de diálogo, de justicia y de paz.
Impúlsanos a crear sociedades más sanas
y un mundo más digno,
sin hambre, sin pobreza, sin violencia, sin guerras.
Que nuestro
corazón se abra
a todos los pueblos y naciones de la tierra,
para reconocer el bien y la belleza
que sembraste en cada uno,
para estrechar lazos de unidad, de proyectos comunes,
de esperanzas compartidas. Amén.
Oración
cristiana ecuménica
Dios
nuestro, Trinidad de amor,
desde la fuerza comunitaria de tu intimidad divina
derrama en nosotros el río del amor fraterno.
Danos ese amor que se reflejaba en los gestos de Jesús,
en su familia de Nazaret y en la primera comunidad cristiana.
Concede a
los cristianos que vivamos el Evangelio
y podamos reconocer a Cristo en cada ser humano,
para verlo crucificado en las angustias de los abandonados
y olvidados de este mundo
y resucitado en cada hermano que se levanta.
Ven,
Espíritu Santo, muéstranos tu hermosura
reflejada en todos los pueblos de la tierra,
para descubrir que todos son importantes,
que todos son necesarios, que son rostros diferentes
de la misma humanidad que amas. Amén.
Dado en
Asís, junto a la tumba de san Francisco, el 3 de octubre del año 2020, víspera
de la Fiesta del “Poverello”, octavo de mi Pontificado.
Francisco
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